Esta columna resume la exposición de Juca Ferreira en la actividad “Encuentro de pensamientos críticos: más allá del desconcierto”, organizada por la diaria, Fesur, Transnational Institute, Fundación Vivian Trías, El Taller, Entre y Hemisferio izquierdo el sábado 24 de noviembre en la Intendencia de Montevideo.

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Quiero hablar sobre Brasil, y sobre lo que es posible extraer como enseñanza para Uruguay. No creo que se pueda repetir acá lo que sucedió en Brasil, pero si yo fuera uruguayo, me quedaría en la frontera mirando lo que está pasando, porque algo pasa. Brasil es una especie de laboratorio de la crisis global. En Brasil van a pasar cosas que forman parte de un modelo del capital financiero en la globalización, y ese modelo no le tiene mucho afecto a la democracia; es un modelo que hegemoniza toda la economía y demostró que viene construyendo tecnologías políticas para hegemonizar incluso a la sociedad. Si la ideología dominante es siempre la ideología de las clases dominantes, se están tomando muy en serio este concepto.

Entonces, hay una crisis de la democracia en el mundo. Hay una amenaza a la democracia, que es una estructura que heredamos de los griegos; es una utopía, un deseo. Y en Brasil es una experiencia muy frágil. Brasil nunca vivió un largo período de democracia; los períodos de democracia fueron intercalados con períodos de dictadura, de insurrección, de inestabilidad. Nosotros no logramos constituir un pacto nacional capaz de dar estabilidad a la construcción de una sociedad en la que las instituciones puedan enfrentar las dificultades y contradicciones. Siempre que hay un problema, se disuelve la democracia de alguna manera. Hasta ahora, era por medio del golpe militar, pero ahora estamos viviendo algo que no fue inventando por las elites brasileñas, sino que lo asimilaron muy bien. Es el golpe que algunos llaman de guerra híbrida: la utilización de las instituciones de la democracia para expurgar sectores de la actividad política. Es una estrategia global, pero hay un amalgamiento con los intereses de la elite brasileña, que ve como la única salida una mayor integración al sistema internacional.

Un dirigente del PSDB dijo una vez: “En Brasil no es posible ejercitar la soberanía. Por el tamaño de Brasil, debemos intentar una subalternidad privilegiada, como en México”. Esa es la lógica de las elites brasileñas, es ahí que entra la conexión entre lo que se hace dentro de nuestro territorio y afuera. Ahora está saliendo documentación, información: los evangélicos pentecostales fueron entrenados en Estados Unidos, las organizaciones que lograron movilizar gente en 2015 para salir a la calle fueron financiadas, entrenadas y formadas por instituciones estadounidenses. Se sabe de por lo menos diez instituciones de Estados Unidos que tenían esa función de entrenar y construir estrategias.

Yo estuve exiliado en Chile, y los chilenos creían que no iba a haber golpe de Estado. Todos. Y creían que la presión externa era secundaria, cuando en verdad hoy se sabe que tuvo un rol importantísimo en construir las condiciones para desequilibrar. Porque no podemos olvidarnos de que Salvador Allende ganó las últimas elecciones en las que participó y tenía una estructura popular de sustento gigantesca. En Brasil, el proyecto neoliberal perdió cuatro elecciones. Si Dilma Rousseff hubiera terminado su segundo mandato, hubiéramos tenido un período popular de 16 años. Tuvimos 13, y todas las encuestas apuntaban a que Lula sería el próximo presidente este octubre. El impeachment a Dilma no tiene nada que ver con los errores que se cometieron. Yo defiendo la autocrítica pública, se cometieron errores: no se hizo una reforma política, tampoco se hizo una reforma de los medios de comunicación –que están muy concentrados, absolutamente monopólicos–, ni la reforma agraria. Pero fueron los aciertos de estos gobiernos los que llevaron a que sacasen a Dilma por medio de un impeachment. 40 millones de personas salieron de la miseria. Además, se institucionalizaron derechos, en una sociedad tan desigual como Brasil. Brasil todavía hoy es esclavista, la lógica de la esclavitud está presente. Entonces, cuando mis amigos insisten en llamar la atención con que la democracia es un concepto burgués, yo siempre pienso: “Pero la burguesía no quiere la democracia”. Solamente habrá democracia en Brasil si los sectores populares y los partidos de izquierda la sustentan. Y no hay posibilidad, en las condiciones políticas que tenemos, de construir una democracia participativa. Digo esto aunque sé que es necesario crear mecanismos de participación.

En Brasil te despiertas, vives durante el día y te duermes con la radio, la televisión, internet, diciendo que el Partido de los Trabajadores (PT) es ladrón y que Lula es el jefe. Es incluso cansador. Aun así, si no hubieran encerrado a Lula, él hubiera ganado en la primera vuelta. Entonces hay que pensar cómo fue posible esto.

Hay errores elementales, por ejemplo que todas las conquistas democráticas del gobierno no fueran politizadas. Hace poco hicieron una investigación en Brasil según la cual la mayoría de la población cree que las mejoras que tuvieron se debieron a Dios en primer lugar, en segundo lugar al pastor que habló con Dios, y en tercer lugar, consideran que fue debido a su esfuerzo personal. ¿Cómo se puede construir un proceso de disputa de hegemonía en una sociedad tan desigual, sin ninguna tradición democrática, y no creer que eso va a tener alguna consecuencia?

Hay un tema que es necesario discutir si es que le tenemos algún aprecio a la democracia: las campañas políticas, que cambiaron totalmente. Nosotros hicimos una campaña clásica: preparamos un programa, preparamos los programas de televisión. Pero nos enfrentamos a millones de mensajes por día que trabajaban lo emocional: el miedo, el sentimiento de frustración. Todo lo que el nazismo hizo en Alemania artesanalmente. Y eso es complementado por Sérgio Moro, el Lava Jato y la prensa. Es una estrategia militar: cercar y aniquilar. Pero Jair Bolsonaro tuvo poco más de 30% de los votos. Fernando Haddad, que salió muy tardíamente como candidato, tuvo 20 y poco por ciento. O sea, la diferencia no es significativa y Bolsonaro no representa a la mayoría, la mayoría la representan quienes no votaron o anularon su voto. Hay un desgaste, hay escepticismo.

No creo que estemos en el final de un ciclo y que no haya salida, al contrario. Creo que precisamos crear un frente democrático fuerte en Brasil, que llegue incluso hasta a segmentos de la derecha. Brasil nunca tuvo una vitalidad política como en los últimos años. Es verdad que el PT se separó demasiado de las bases; es muy difícil ser gobierno y cuidar esa relación, pero tuvimos cosas increíbles en Brasil. Las mujeres lideraron una manifestación de millones de personas en todas las ciudades brasileñas contra Bolsonaro. Pero el mismo día ellos lanzaron una campaña diciendo que las mujeres de izquierda estaban atacando a la familia. Cuanto más avanzan los movimientos identitarios, más trabajan esta ruptura ellos. Entonces, tenemos que enfrentarlos. Es fundamental que las mujeres luchen por sus derechos, que los negros luchen por sus derechos, pero al mismo tiempo tenemos que construir algo que sea de todos. Porque no hay posibilidad de transformar nuestras sociedades sin una disputa de poder.

Juca Ferreira fue ministro de Cultura de Brasil.