El hombre inventó las palabras mucho antes de saber lo que hacer con ellas. Había un puñado de verbos (cazar, comer, dormir, fornicar), pero la falta de tiempos verbales lo complicaba todo: el niño de las cavernas gritaba “¡comer!” y sus padres creían que estaba celebrando el hecho de haber comido por ahí, y lo dejaban morir de inanición. De ahí las cifras tan altas de mortalidad infantil.

Recién en la Antigua Grecia el lenguaje se volvió un poco más sofisticado, ya que la charla más pedorra incluía conceptos como filosofía, democracia o coma etílico. Sin embargo, tanta disertación elevada les quitaba tiempo para una actividad tan sencilla como ponerles nombres a las cosas.

Parece increíble, pero hasta el siglo VI antes de Cristo solamente existían cinco sustantivos: hombre, casa, cama, bar y silogismo. El resto del tiempo los griegos decían “alcanzame eso que está ahí, que me esperan los hombres en el bar”, refiriéndose a la billetera y las llaves del auto.

Todo cambió con la invención del teatro, primer gran entretenimiento de la era moderna. La presentación de un drama requería de tantas piezas de escenografía, vestuario y luces, que el director no podía estar gritando “¡subí el cosito aquel!” o “¡prendé este y este otro, pero ese no!” y esperar que el espectáculo se desarrollara con normalidad. Sin mencionar lo complicado que era hacer un inventario.

Así que empezaron a nombrar las cosas, una práctica que rápidamente se extendió a las demás actividades de la vida cotidiana. Pero fue tan fuerte esa primera oleada de bautismos, que hoy en día uno de cada tres sustantivos que utilizamos tuvo su origen en el teatro griego1.

Algunos son conocidos, como “persona” (la máscara que usaban los actores), “orquesta” (círculo en el que se cantaba y bailaba) y “máquina” (aparato utilizado para bajar al Dios al escenario y que solucionara los problemas del protagonista en forma mágica y muy conveniente). Otros vocablos son menos evidentes, pero un poco de investigación (en internet) nos permitió desenterrar su helena etimología.

Calambre: el nombre de la contracción involuntaria de los músculos refiere al más fuerte de los alambres que sostenían el techo del teatro y que, debido a la tensión que soportaba, debía ser reforzado con cal. El origen de la palabra “alambre” es mucho más divertido, pero demasiado picaresco.

Microondas: así como había un lugar en las gradas con acústica perfecta, detrás del teatro había un punto en el que los rayos del sol se concentraban con mayor fuerza. Ese lugar, en el que los actores dejaban sus vituallas para mantenerlas calientes, estaba marcado con pequeñas (micro) curvas (ondas) dibujadas en la tierra, que representaban un fueguito.

Chorizo: el precio de cada función era una moneda, que los espectadores abonaban al retirarse. Como la obra promedio duraba seis horas, se iban aguantando el pichí y queriendo pagar lo más rápido posible. El pago se hacía colocando la moneda en una bolsa de cuero cuya forma inspiró al popular embutido. ¿Y el nombre? Entre el apuro de los que se iban y la profesionalidad de los que cobraban, la gente pasaba “como chorizo”.

Preservativo: buscando su preservación —su supervivencia—, los griegos más pobres solían robarse los chorizos llenos de monedas. Para no ser descubiertos por la policía, los guardaban en los rincones más privados de su anatomía.

Sudoku: justo después de ponerle el nombre “vestuario” a los vestuarios, los actores buscaron una forma de ordenar la ropa, ya que todos usaban las mismas togas blancas. Así que diseñaron una cuadrícula de madera con receptáculos numerados. Fue el primer objeto bautizado con los nombres de los hijos de su creador (Susana, Domingo, Kuasimodo), anticipando la moda de kioscos y casas de veraneo.

Navidad: la obra de teatro “Noche de la Natividad” contaba la historia de una pareja muy pobre, que buscaba una habitación en Atenas en la que ella pudiera dar a luz. Ante la falta de opciones, terminan refugiándose en un establo. No fue un éxito de público, pero su remake en Medio Oriente (en forma de novela coral) es famosa hasta nuestros días.

Ilustración: Matías Reyes

Ilustración: Matías Reyes


1 Real Academia Española, “Estudio sobre cómo hablamos y por qué quince viejos franquistas creen que hablamos mal”, 2014.