General artiguista, defensor de la Constitución de la República y campeador sin renunciamientos por la democracia en su más genuina acepción. Irreductible en su vocación militante por la unidad de los pueblos de América Latina y el Caribe, por la que tanto lucharon Simón Bolívar, José de San Martín, Antonio José de Sucre, Bernardo O’Higgins y otros libertadores, en sus propios países y fuera de fronteras, en la Patria Grande que durante ese siglo presenció el surgimiento de los primeros proyectos de integración de América Latina, promovidos por ideólogos hispanoamericanos como antítesis de una América sajona. En el recorrido de José María Torres Caicedo y Francisco Bilbao y con la precisión de José Martí y José Enrique Rodó, sus continuadores. Licandro fue inclaudicable en su denuncia del imperialismo, al que conoció desde sus propias entrañas en 1964, cuando ganó por concurso una beca para asistir durante todo ese año al Colegio Interamericano en Washington.

Su trayectoria militar fue brillante. Todos sus ascensos fueron por concurso. Fue profesor de Aerofotogrametría y de Topografía en la Escuela Militar (Ejército) de 1949 a 1962 y profesor de Aerofotogrametría en la Escuela Militar de Aeronáutica desde 1953 hasta 1957. En el período comprendido entre 1960 y 1967 fue profesor de Estrategia, de Organización Militar, de Información, de Estrategia y Táctica de Caballería en el Instituto Militar de Estudios Superiores. En 1953 dictó el curso de Fotogrametría para Oficiales del Servicio Geográfico. Asimismo, trabajó como oficial de Enlace con la Misión Francesa que actuó en el Servicio Geográfico en Aerofotogrametría en 1953 y 1954.

Varios han sido los destinos y las actividades de relevancia de Licandro en distintas etapas de su vida. En forma sucinta, y quizá entre los menos difundidos, señalamos solamente algunos en distintas áreas. En 1947, conjuntamente con topógrafos del Instituto Militar Argentino, se hizo cargo de los trabajos de relevamiento topográfico para las obras binacionales de Salto Grande. En 1951 concurrió a Europa en misión de estudios de cartografía y fotogrametría, y visitó instalaciones de Holanda y Suiza. En 1953 integró la comisión que asesoró a UTE (entonces, Usinas y Teléfonos del Estado) y al Poder Ejecutivo para equipamientos del Instituto Geográfico Militar, a los efectos de realizar relevamientos aerofotogramétricos en áreas de futuras represas hidroeléctricas.

En 1967 fue nombrado jefe de la Región Militar No 3, con base en Paso de los Toros en esa época y actualmente en Tacuarembó. En su calidad de director general del Instituto Militar de Estudios Superiores, solicitó pase a retiro durante la presidencia de Jorge Pacheco Areco, que se hizo efectiva en marzo de 1969.

Invitado especial al acto del 5 de febrero de 1971, el general Licandro ya estaba comprometido ideológica y espiritualmente con el Frente Amplio (FA), al que se integró y brindó lo mejor de sí en toda circunstancia. Desde sus primeras intervenciones en el comité Residentes de Tacuarembó de Montevideo y en el Carlos Quijano de Tacuarembó, hasta alcanzar las más altas responsabilidades. En 1971, en sendos trámites caballerescos representó al ex ministro Enrique Erro en su duelo con el ministro del Interior, brigadier Danilo Sena; y al general Liber Seregni, presidente del FA, en su duelo con el general Juan Pedro Ribas. Detenido el 9 de julio de 1973 junto con el general Seregni y el coronel Pablo Zufriategui tras el golpe de Estado, permaneció preso de la dictadura hasta el 11 de abril de 1983, con pérdida de grado y proscripto en sus derechos políticos.

Presidió la Mesa Ejecutiva del FA (después Mesa Política) en el período comprendido entre 1984 y 1986, y fue miembro permanente del Plenario Nacional. Presidió la Comisión Especial de Defensa Nacional desde 1986 hasta marzo de 2005, y el Tribunal de Conducta Política entre 1994 y agosto de 2007.

Por su ejemplo de vida y por su admirable coherencia, como ciudadano y como militar, el general Victor Licandro se ha convertido, legítimamente, en un referente para varias generaciones. Al recordarlo, ética y moral, el principio y la norma, se asocian indisolublemente a su figura. Nombrarlo es volver la mirada a la ética de la dignidad.

Este justo homenaje a su memoria y trayectoria es, también, un reconocimiento a todos aquellos oficiales militares que, como él, fueron leales al Juramento de Fidelidad realizado en la ceremonia de egreso de la Escuela Militar con el grado de alférez, en época de régimen democrático. En la dictadura civil militar, ese juramento de respetar y defender la independencia e integridad de la República, su honor, la Constitución y sus leyes, les costó pérdida de grado, cárcel, tortura y exilio. Situación similar sufrió el personal subalterno antigolpista, porque no todos los militares fueron golpistas.

Miguel Aguirre Bayley