Bajo el título “No me gusta lo de la Jutep”, don Ignacio (de Posadas) escribió en El País (10/3/18) que “no le gusta nada todo este catereté de corruptelas y moralinas”. Tuve que buscar el significado: pensé que era otra merienda. Descubrí que es una danza tupí que se baila en doble fila de hombres y mujeres. No importa. Lo cierto es que a mí tampoco me gusta un catereté en el que corrupción y moral puedan devaluarse en “corruptela” y “moralina”.
“Hay una realidad en nuestro país, no exenta de cierta ironía, [...] como la política no es una actividad lucrativa [...] impone serias restricciones y riesgos económicos a quienes la practican, los lleva muchas veces a recurrir a redes de salvación [...]: designaciones, cargos de confianza y otras yerbas, para poder sobrevivir. No es fácil para un líder decirle a su gente: ‘larguen todo y vengan a trabajar conmigo, sabiendo que si no gano, quedan en la palmera’. No suena bien, ni queda muy pulcro y en ocasiones resbala a situaciones de acomodo y corrupción, pero tampoco es tan blanco y negro”, afirma don Ignacio.
Si fuera lucrativa, otro gallo cantaría, ¿no? Ni sobrevivir ni deslizarse. Ergo, ciertos niveles de corruptela son, como les digo, casi inevitables. Aunque tampoco es tan blanco y negro. Tan.
Discrepo con el editorial de la diaria del fin de semana del 17 de marzo, “Jutepización”. Discrepo con la columna de Ignacio de Posadas.
La Junta de Transparencia y Ética Pública (Jutep), como cualquier órgano de contralor en el terreno ético, no es una wikipedia de normas o leyes. No es cierto que la Jutep invoque el “sentir de la gente” en un desliz populista.
El examen ético en política, como en muchas profesiones, es un tema delicado. El Tribunal de Conducta Política del Frente Amplio ha adoptado resoluciones en reiteradas ocasiones. Integra el patrimonio frenteamplista. No sé cómo funciona el catereré del tribunal ético del Partido Nacional. Parece que ha elegido no ser tan negro. Ni tan blanco.
Estoy de acuerdo con lo que señaló en 2003 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos: “Se espera que los funcionarios e instituciones públicas se comporten de una forma que puedan soportar el más estrecho escrutinio público. Esta obligación no está cumplida completamente, simplemente actuando dentro de la letra de la ley; también implica el respeto de los valores de la función pública más amplios, como el desinterés, la imparcialidad y la integridad”.(1)
No todo puede estar escrito en la ley, y cuando se habla de conductas se debe ser prudente, pero no omiso. Por lo menos así debe ser si se trata de un organismo de contralor.
La Jutep ha tenido directorios honorables. Ha adquirido ahora mayor protagonismo. Bienvenido sea. Es esperable que sus resoluciones sean controvertidas. Se polemice o no, deberíamos saludar que exista y que actúe. Parecería de buen tono, además, aceptar sus resoluciones y recomendaciones. Se dice que la Jutep debería limitarse a lo que dicen las normas, sin ir más allá, porque eso sería extralimitarse. Lo hizo en el caso del intendente de Soriano, Agustín Bascou, marcando numerosas violaciones. ¿Y qué pasó? Nada.
En una resolución vinculada con el pedido del presidente Tabaré Vázquez respecto de su consuegro, la Jutep ha demostrado actuar con autonomía e independencia, no ha sido un apéndice de nadie. Eso es un mensaje fuerte y hay que valorarlo. Si otro hubiera sido el dictamen, tendríamos un catereté de críticas. ¿Se extralimita? No. Cumple sin doble rasero y con rigor las normas. Veamos.
El Decreto 30/2003 establece, en su artículo 11, que el funcionario público “debe observar una conducta honesta, recta e íntegra y desechar todo provecho o ventaja de cualquier naturaleza, obtenido por sí o por interpuesta persona, para sí o para terceros, en el desempeño de su función, con preeminencia del interés público sobre cualquier otro (artículos 20 y 21 de la Ley 17.060)”. También debe evitar cualquier acción en el ejercicio de la función pública que exteriorice la apariencia de violar las normas de conducta en la función pública.
Hay conductas que, sin ser ilegales, no son convenientes. ¿Son irrelevantes? Es posible. Pero si se consulta, la Jutep tiene la obligación de puntualizar y también la de recomendar. Todo asesor legal sabe si se está o no infringiendo la ley. No hay necesidad de consultar. Finalmente, la Jutep recomienda algo que todo vecino de a pie sabe: hay cosas que por la investidura no conviene hacer. Tanto es así, que el señor presidente, aun disintiendo y protestando, acata. Excelente mensaje republicano. De ambas partes.
El colmo de los colmos es afirmar que “la Jutep ya se autoconsagró como la intérprete auténtica (y superior) de un mandato popular implícito”. Lo dice quien fue ministro de Economía y Finanzas mientras su estudio fabricaba sociedades anónimas y financieras de inversión, y nunca creyó que estaba en falta ética. La teoría del herrero y el cuchillo no está plasmada en ninguna norma. Se llama coartada.
La corrupción es un monstruo grande y pisa fuerte. La izquierda no puede hacerse la desentendida. No es una piedrita en el zapato ni un catereré. Es una fosa que se ha hundido en los mejores procesos populares, a los que ha conducido a derrotas que son muy difíciles de remontar. Pega en la confianza, en el entusiasmo y en los valores ideológicos de un mundo justo de iguales. No es un tema más, y nos desafía desde el marco teórico hasta el tipo de sociedad que queremos.
No todos los problemas tienen la misma dimensión. No hay que olvidar la desigualdad estructural que impone la influencia de la riqueza en la política, vía financiación de partidos, campañas y candidatos. Dejarle este tema a la derecha mediática y a operadores judiciales espurios es un error. Hay que definir un programa de acción integral y consecuente. Caiga quien caiga. Con justicia y probidad.
En ambientes de corrupción anida el crimen organizado, se desarrollan pequeñas, medianas y grandes mafias. No viven en el barrio Marconi ni en Casabó. Conviven con nosotros, los “buenos”, se presentan en sociedad. A veces se visten con los beneficios sacrosantos del mercado, con privatizaciones de empresas públicas en América Latina, sazonadas por múltiples coimas. Claro, lo privado es mejor. Pero la corrupción no tiene divisa ni partido, no es pública ni privada. La divisa es el lucro personal.
“Está claro que asistimos, no sólo en Uruguay, a un fuerte despertar de la conciencia ética, asociada al rechazo a la corrupción y a las nuevas formas de participación ciudadana. Eso se traduce en demandas que deben ser escuchadas porque son legítimas, porque reflejan la fortaleza de una democracia que todos debemos defender y porque son el principal respaldo para aislar y castigar a los corruptos”. Es difícil no compartir estos conceptos de la Jutep en su comunicado del 21 de febrero. Hay que llevarlos a la acción consecuente.
PD: Esta nota fue escrita antes de que se conociera el uso que en el período 2000-2005 hicieron de las tarjetas corporativas ex directores del Banco República. Brutal. No valen argumentos como “los otros son peores” o “no es comparable comprarse un calzoncillo que robar para el partido”. El control democrático sobre hombres y mujeres que manejan fondos públicos es independiente de la ideología o programa político.
(1). Citado en dos resoluciones de la Oficina Anticorrupción argentina que merecen leerse: www.argentina.gob.ar/noticias/dictamen-sobre-la-situacion-del-ministro-de-energia-y-mineria-aranguren y www.argentina.gob.ar/noticias/dictamen-sobre-la-situacion-del-ministro-de agroindustria-luis-etchevehere.