Es fácil incorporar a Jeff VanderMeer (Estados Unidos, 1968) a uno de los tantos pliegues del regreso de la obra de HP Lovecraft y a una posición central en el género del horror. Incluso cabría precisar más: tanto en su condición de antólogo y editor como en la de narrador, VanderMeer ha teorizado y practicado extensivamente el subgénero –de notoria filiación lovecraftiana– llamado new weird hasta el punto de que, si esa variante esencial del horror contemporáneo puede ser pensada como movimiento, el autor que nos ocupa debe ser colocado, sin lugar a dudas, a su cabeza.

A la vez, no es fácil definir el new weird, por más que ayuda leer lo que el propio VanderMeer ha escrito al respecto. Conviene fijarse especialmente en su prólogo a The New Weird, antología que preparó junto con su esposa Ann en 2007 y que ofrece (lamentablemente, no está traducida al castellano) la mejor puerta de entrada al movimiento, con textos de autores propuestos a modo de precursores (Thomas Ligotti, algo de Clive Baker, Michael Moorcock y M John Harrison) y otros tantos presentados como el cuerpo del subgénero, entre ellos China Miéville y Paul Di Filippo. Digamos, por ahora, que se trata de una hibridación entre la ciencia ficción, la fantasía y el horror, presentada en un contexto generalmente contemporáneo, urbano y desromantizado, y que apunta a generar ante todo inquietud (mediante, por ejemplo, la disonancia cognitiva o una renovación de la presentación literaria de lo ominoso: es fundamental para este asunto en particular la lectura del ensayo The Weird and the Eerie, de Mark Fisher) a partir de vueltas de tuerca de viejos lugares comunes de los géneros recién mencionados. ¿No parece suficiente? Bueno, ahí está el debate.

En cierto modo, la mejor manera de comprender el new weird por medio de VanderMeer no está en su teoría sino más bien en su práctica, y ahí es donde la trilogía de novelas Southern Reach (Annihilation, Authority y Acceptance, las tres publicadas en inglés en 2014) cobra un lugar de notorio relieve. Acá vamos a pensar apenas en la primera de la serie, que acaba de ser adaptada a una película original de Netflix (más detalles a continuación) y que exhibe claramente las marcas de lo recién señalado a cuento del new weird, a la vez que retoma tópicos ya clásicos de la ciencia ficción que lidia con extraterrestres o, mejor, con lo extraño (eso que en la escritura sobre el género, incluso en castellano, a veces es mejor nombrar como “lo weird”). Si bien la escenografía del libro (una “zona” contaminada por algo que no se explica del todo y que tiene un claro origen o inspiración en “El color surgido del espacio”, de Lovecraft, y también en “Picnic extraterrestre”, de los hermanos Arjadi y Borís Strugatski, o en la adaptación cinematográfica dirigida por Andréi Tarkovski, Stalker –1979–) es ante todo una actualización del tópico del lugar maravilloso y siniestro, la novela se esfuerza por presentar las vidas de sus protagonistas y sus ocupaciones desde códigos de la ficción mainstream o incluso realista: es central para la trama que las protagonistas sean científicas y que sus historias personales las hayan llevado a esa “Área X” donde todo parece dislocado y vuelto weird.

Si bien en los textos de Lovecraft y los Strugatski mencionados la “explicación” para lo extraño está más o menos dada desde el principio (o se llega fácilmente a ella: son extraterrestres que “tocaron” la zona y la alteraron), en Annihilation (la novela, no la película, como se verá más adelante) nunca está del todo claro qué pasó ni qué pasa. Desde las primeras páginas abundan los recursos que problematizan el relato (en primera persona) de su protagonista, de la que no sabemos más que su ocupación (“la bióloga”, junto a “la psicóloga”, “la exploradora” y “la antropóloga”), y detalles de su vida pasada inmediata: que su marido también había explorado el Área X y había regresado cambiado. Se sugiere que lo que ve y reporta la protagonista quizá no sea exactamente lo que creemos (lo que ella nos dice), se complican las cronologías (dudamos, como en El lugar, de Mario Levrero, gran ejemplo local y adelantado del new weird, entre si el tiempo pasado es el que creímos haber experimentado o si acaso fue más) y lo que dábamos por sentado de la misión no es del todo “real”. Y acá me detengo para esquivar los spoilers.

Sonido y visión

La adaptación cinematográfica, escrita y dirigida por Alex Garland y protagonizada por Natalie Portman y Jennifer Jason Leigh, acaba de ser estrenada en la plataforma Netflix y, lamentablemente, no parece que vaya a ser posible disfrutarla en cines. Es ocioso anotar diferencias con respecto al libro que adapta: en algunos casos cuenta más (hay más localizaciones, hay más énfasis en la vida pasada de la protagonista, que acá sí recibe un nombre, quizá porque parecería tedioso lo contrario en el contexto de una película) y en otros ofrece menos al explicar demasiado las cosas: está más claro que el origen del fenómeno es extraterrestre, por ejemplo, y en la inevitable necesidad de mostrar vemos, quizá demasiado claramente, cosas como la barrera entre el mundo “normal” y el Área X, en un efecto distorsionado e irisado que desilusiona un poco al lector de la novela.

Pero apenas las protagonistas atraviesan esa frontera, la cosa cambia y la película presenta su costado más fascinante, el visual. Las caminatas por la suerte de bosque proliferante de esas escenas son una maravilla óptica, con un juego de especial interés con la profundidad de campo y el foco (que parece pasear a las protagonistas por una enorme fotografía de efecto tilt shift), además del permanente uso de artifacts (distorsiones o anomalías en una representación visual como, por ejemplo, aberraciones cromáticas, halos, arcoíris, ruido, etcétera), que recuerda –aunque de manera menos marcada– al perturbador y weird video de “Blackstar”, de David Bowie. Otra referencia que salta a la vista es a las imágenes de DeepDream, aquellas creadas por programas que “rellenan” las formas más o menos figurativas de una imagen con otras tantas fotografías o texturas, creando un efecto alucinatorio o surrealista “automático” y no expresivo (de ahí que se las promocionara, en su momento de mayor popularidad, hará un año o dos, como los “sueños” de las inteligencias artificiales de la red).

Es entonces ese aspecto visual lo más llamativo de Annihilation. La idea básica es que una presencia alienígena queda de alguna manera hibridada con el paisaje natural de la zona, de modo que las flores mutan en forma exponencial (en un pasaje especialmente interesante la bióloga señala que, a juzgar por la variedad visual, parecería tratarse de un conjunto de especies diferentes, aunque “en realidad” se trata de una única planta), los arbustos crecen en forma antropomórfica, los cocodrilos se fusionan con tiburones, los osos con sus víctimas humanas y ciertas zonas (y esto, junto al oso aludido recién, está entre lo más espeluznante de la película) están marcadas por portales hechos de una perturbadora confusión de líquenes u hongos multicolores y miembros humanos.

El resto de los elementos de la película es, en el mejor de los casos, funcional. Quienes busquen esa entelequia de la “profundidad humana” probablemente no encuentren gran cosa, ni tampoco actuaciones destacadas, pero nada de eso termina por perjudicar el balance (incluso cabría argumentar que lo apoya: después de todo, se trata de una película sobre lo extraño y lo diferente, o una que permite ser vista desde esa noción), que se basa en el peso tremendo de lo visual y en las premisas sobre lo extraño, la difusa o frágil frontera entre lo humano y lo inhumano, y las posibilidades cognitivas de nuestros cerebros, esto último muy en la línea de la obra ya mencionada de los Strugatski y de la película de Tarkovsky.

Es interesante contraponer Annihilation –en la que sabemos, al final, que esa presencia invasora es “alienígena”, pero no alcanzamos a comprender alguna de sus intenciones, sus objetivos o lo que fuese– a la bellísima Arrival (2016). Esta última ofrece la matemática y la lógica como modelos para una posible comunicación con alienígenas (y para, por tanto, establecer una suerte de contexto universal posible, que permite entender qué vienen a hacer a nuestro mundo), mientras que la primera (y más aun la novela de VanderMeer) suspende todo juicio posible sobre esa posibilidad de comunicación: queda apenas una suerte de danza en espejo, cerca del final, entre una criatura de alguna manera “imposible” y un ser humano.

¿Será que el futuro llegó y es más weird de lo que imaginábamos? Si ficciones como Aniquilación (quizá podamos agregar de paso Mother, de Darren Aronofsky, y videojuegos como Scorn, anunciado para este año, o incluso las imágenes post-Giger y post-Beksinski de la denostada Alien: Covenant –Ridley Scott, 2017–) se las arreglan para escurrirse hacia el mainstream, quizá efectivamente las cosas empiecen a ponerse un poco más raras, por fin, en este hasta ahora nostálgico y aburrido siglo XXI.

Annihilation, de Alex Garland. Con Natalie Portman, Jennifer Jason Leigh, Oscar Isaac. Netflix.