Hace bastante que no participo en el debate político público iluminado sobre el feminismo y la dictadura de lo políticamente correcto versus la libertad de pensamiento. Como es sabido, el Lobby Lesbiano Internacional (ILL, por sus siglas y significado de sus siglas en inglés) y la Asociación de Destructoras del Lenguaje (ADL) están imponiendo –en la psique de las mujeres, niñas, gays, niñxs gays y varones permeables que se hacen los progres– ideas sobre cómo volver al puritanismo y a la era victoriana mediante el uso indiscriminado de “x” y feminizaciones lingüísticas ridículas como “jueza”, “presidenta” o “médica”. Todo esto mientras se sodomiza la inteligencia de los varones inteligentes y se coartan sus derechos a ser inteligentes, en particular su libertad para ser inteligentes y poder expresarlo. Decía, que hace tiempo que no ando mucho por Facebook.

No es porque Facebook esté demodé (que lo está), sino porque anduve muy ocupada leyendo sobre temas biológicos. En particular, sobre biología evolutiva y neurociencias; verdades originales, como todo aquello que involucre electrodos.

Me pareció importante y necesario educarme un poco en lugar de andar repitiendo como lora (hembra del loro) conceptos como “desigualdad de género” o simplemente “género” o tan sólo “desigualdad”, deudores de matrices ideológicas obsoletas.

Basándome en las premisas metodológicas de Karl Popper y de Thomas Kuhn, arranqué con una búsqueda bibliográfica. Esto me llevó, primero, a referentes de la Iglesia Evangélica Cuerpo de Cristo, una de las principales instituciones que reivindican la biología por sobre las creencias sin ninguna base científica. Allí aprendí que el “feminismo radical” y la “ideología de género” son herederos del “marxismo radical” y de la época “posmoderna radical” hija del victimismo identitario globalizado que todo lo mezcla y marea, sobre todo penes y vaginas. Como reacción a esto, Donald Trump (que en realidad es un detractor de la ciencia, o sea que debería estar con las feministas: esto en filosofía se llama “paradoja”) es presidente de Estados Unidos. Bueno, eso no lo dicen ellos, pero lo leí en Facebook.

Como buena pichona de investigadora, de la bibliografía general (la de los científicos del Cuerpo de Cristo) pasé a la bibliografía específica. Esto me llevó, casi sin escalas, a adentrarme en la profundidad del pensamiento del psicólogo canadiense Jordan B Peterson. Este científico de ley tiene un par de libros publicados y es venerado mundialmente –en particular por varones muy inteligentes y algunas mujeres vinculadas a la nobleza y a la derecha española, como Cayetana Álvarez de Toledo– gracias a sus conferencias, entrevistas y su canal de Youtube, en el que explica cómo algunos totalitarismos –entre ellos los feminismos– nos lavaron el cerebro con sus discursos políticamente correctos. Pero como Peterson no es un filósofo postestructuralista que quiere incidir en la vida política, sino un cien-tí-fi-co que quiere incidir en la vida política, construyó una teoría para explicar los fanatismos ideológicos de acuerdo con mecanismos de ondas cerebrales. Fascinante, ¿verdad? Hay más. De acuerdo con la biología evolutiva, las personas, a diferencia de las langostas, que son duras por fuera y blandas por dentro, somos blandas por fuera y duras por dentro (huesos), pero en realidad somos igualitas. Y esto se explica en que las langostas desde hace 350 millones de años ya vivían en un sistema de jerarquías en el que los machos tratan de controlar el territorio y las hembras de seducir a los machos más fuertes y exitosos. Según Peterson, “esta es una estrategia inteligente que utilizan las hembras de distintas especies, incluida la humana”. Y se pregunta, retóricamente, ¿son machistas las langostas? Así, gracias a la ciencia, Peterson deja saldado el tema de las inequidades y roles de “género”, inventos todos del feminismo. También explica la distribución de la riqueza en función de la “econofísica”, es decir, leyes naturales que explican por qué hay pobres y ricos. Pero no voy a desarrollar este punto para no irme de tema. Porque, a pesar de las proclamas de las mujeres que se victimizan todos los 8 de marzo, no está demostrado científicamente que el género y la economía tengan algo que ver.