Cuando Richard Ford nació, en 1944, sus padres –Edna, de 33 años, y Parker, de 38– llevaban 15 años viviendo juntos, y aunque decían desear un hijo, probablemente ya no lo esperaran. La llegada del niño supuso un gran cambio en sus vidas: hasta el momento habían vivido en la carretera, saltando de pueblo en pueblo para visitar a los clientes de Parker, que era viajante de comercio. Estados Unidos estaba en guerra y casi todo el mundo tenía familiares en el frente. Parker no se había alistado porque el examen médico había revelado un soplo en el corazón. Era un hombre sano, pero la sombra de esa debilidad planeaba sobre sus cabezas. La noticia del embarazo de Edna, entonces, los obligó a elegir un lugar en el que establecerse. “Encuentre un sitio en mitad de su zona. Así podrá pasar más tiempo en casa”, había aconsejado sabiamente el señor Hoyt, jefe de Parker. Y le hicieron caso: alquilaron la mitad de una casa en Jackson, Mississippi. Tres pequeñas habitaciones y un baño, jardín delantero y trasero y suficientes lugares donde comprar la comida, porque Edna no cocinaba.

Entre ellos, el último libro del estadounidense Richard Ford, es un ejercicio de aproximación a esas dos figuras que habían sido una sola hasta que él llegó. Son dos relatos separados por 35 años: el primero –que es el último– está dedicado a su padre y el segundo, que fue escrito y publicado en 1986, dedicado a su madre. Ford parte de la presunción de que sus padres, dos personas buenas y sencillas de la América profunda, no reflexionaron demasiado acerca de las circunstancias en que él llegaba al mundo. Que no se preguntaron si tendrían más hijos, o cómo sería vivir en una casa en la que el padre se ausentaba la mayor parte del tiempo. “...se limitaron a aceptar las cosas como eran y serían. Se amaban e iban a amar a su hijo. El amor sería una presencia suficiente. Seríamos felices”, conjetura, y dice considerar bueno ese modo de afrontar las cosas. Parker moriría 16 años después, dejando a una viuda de 50 años a cargo de un adolescente.

En la segunda mitad del libro Ford imagina a su madre en la juventud, cuando era la hija de una mujer que le llevaba apenas 15 años y que no pocas veces la hacía decir que era su hermana. Reconstruye el misterio de esos primeros años de Edna y dibuja nuevamente el par que constituyó con Parker antes de que él naciera, pero pasa con ligereza por los primeros años de su vida, cuando las cosas se limitaban a ir a la escuela, pasar el día con la madre y recibir al padre los viernes a última hora. Recuerda que solían viajar los tres juntos durante las giras de Parker y habla del primer ataque al corazón. Pero los recuerdos sólidos, los más compactos, son los de 1960, “el año en que mi padre despertó en la cama un sábado por la mañana y murió, conmigo a su lado, encima de las mantas, respirando dentro de su boca, tratando de ayudarle”.

Aunque este no es un texto de ficción, las estrategias narrativas de Ford lo convierten en una novela. Una novela en primera persona, llena de espacios en blanco que se llenan con suposiciones, pero también una reconstrucción de la última mitad del siglo XX en Estados Unidos y una reflexión amorosa y lúcida sobre el amor, las familias y la proeza de ir viviendo.

Entre ellos, de Richard Ford. Barcelona, Anagrama, 2018. 162 págs.