“El que, con alguno de los fines establecidos en los artículos anteriores, sustrajere o retuviere a una mujer soltera, honesta, mayor de quince años y menor de dieciocho, con su consentimiento o sin él, será castigado con tres meses de prisión, a tres años de penitenciaría”. Artículo 268 (Rapto de soltera honesta mayor de quince y menor de dieciocho años, con su consentimiento o sin él), de los delitos contra las buenas costumbres y el orden de la familia.

A pesar de basarse en ideas que creemos superadas hace décadas, el texto que precede es de un artículo del Código Penal vigente.

Brujas o santas. Honestas o indecentes. Femenina, no feminista. Feminista, no feminazi. El patriarcado nos quiere lindas, nos quiere depiladas, nos quiere trabajando mientras seamos buenas madres, votando mientras no ocupemos espacios de poder. Nos deja manifestarnos mientras seamos moderadas. La mejor herramienta que ha encontrado hasta ahora para ejercer ese control somos nosotras mismas.

Hoy en día, definirse feminista no es un estigma. Es momento de escribir sobre la lucha por los derechos de las mujeres sin tener que explicar que el feminismo no es lo contrario al machismo. El espacio discursivo que se ha ganado a nivel mundial es innegable. Hasta hay marcas multinacionales de ropa que imprimen Feminista en sus prendas. Es que el capitalismo tiene eso: es capaz de reformularse constantemente para incorporar todo lo que surge, si le sirve. No se podía esperar menos de su aliado número uno, el patriarcado.

El jueves 8, 300.000 personas, en su mayoría mujeres, volvimos a sostener un día histórico. Volvimos a marchar todas juntas, en una vasta diversidad de expresiones, bajo una misma consigna y con una sinergia increíble. Podemos hacerlo porque lo que nos une es demasiado urgente: nos están matando. Cada una de esas 300.000 personas, en su más amplia variedad, pasó frente a una cuadra entera de provocación reaccionaria, sin que existiera un solo incidente violento. Esta realidad debe incomodar muchísimo a los núcleos de poder más conservadores, que ya no se pueden permitir el costo político de atacar la pelea por la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y varones. No obstante, al otro día, no tardaron en intentar construir la frontera entre radicales y moderadas. Algunos medios, mientras celebraban nuestra lucha, intentaron generar el discurso de la mala y la buena feminista, y propiciaron una nueva cacería de brujas.

Si salimos de la intensidad de la discusión un minuto para mirarlo desde afuera, objetivamente, está muy claro: es pintura. Ahora, ¿cómo es que una mancha de pintura se convierte de repente en la expresión más extrema y repudiable de violencia? ¿No será que estamos permitiendo que se nos imponga, desde el conservadurismo más rancio, una definición muy conveniente de lo que es violento?

Para muchas mujeres, lo que sucedió en la iglesia del Cordón es vandalismo, y no son las maneras, para muchas otras es una expresión artística que representa las manchas de sangre con las que carga la institución que este edificio representa. Entre estas, un genocidio de mujeres, proteger abusadores y el haber aportado, durante siglos, el sustento ideológico y discursivo para la opresión del varón sobre la mujer. La misma opresión que se denunciaba ese día.

Son varias las instituciones responsables de la violencia machista. Llevan muchos años intentando lavar manchas que no son de pintura. Existen muchas mujeres católicas que sostienen el discurso de la igualdad, que marchan y que trabajan por eso día a día. Está en ellas resolver cómo es que coexiste ese discurso con esas realidades históricas. Cada movimiento trabaja sobre sus propias contradicciones.

Ninguna mujer puede esperar representar a todas las feministas, así como no tiene sentido esperar que todas las feministas nos representen. Pero en esas diferencias abismales podemos marchar juntas, porque hay una realidad terrible que nos sobrepasa y nos atraviesa a todas. Frente a esa realidad es que nos paramos para decir basta. Ojalá las mismas personas e instituciones que salieron instantáneamente a condenar estos hechos fueran igual de rápidas y consistentes a la hora de salir a condenar los femicidios; la impunidad y tortura en manicomios y cárceles; las múltiples violencias sostenidas históricamente sobre las afro, sobre las pobres, sobre las locas; la vulneración extrema de las mujeres trans, entre otras violaciones a los derechos humanos.

Mientras hay quienes se esfuerzan en separarnos, señalando con malicia las diferencias que ya tenemos asumidas, nosotras vamos a seguir sumando fuerzas, porque hace demasiado tiempo que, cada diez días, una mujer es asesinada por un varón que la considera su propiedad. Porque sabemos que el solo hecho de ser mujer implica la posibilidad de que un día alguien pueda matarnos por decir que no. Porque siete de cada diez mujeres sufrieron algún tipo de violencia de género y, mientras tanto, vemos crecer a nuestras hijas y hermanas esperando que en la lotería del machismo les toque estar entre esas otras tres. Porque el nefasto reloj del patriarcado nos marca que en pocos días estaremos gritando de rabia y dolor ante un nuevo femicidio.