El último ciclista llegó a la meta a las 13.08 del domingo, y bien orgulloso puede estar de haberlo logrado en su segundo intento. En la 74ª Vuelta Ciclista del Uruguay, la del año pasado, Juan Feijó quedó por el camino. Este año llegaron 107 de los 135 que la iniciaron el viernes 23 de marzo en Atlántida.

Al evaluar su performance, Feijó dijo: “Creo que inauguré el Uruguay. Empezó el año gracias a mí”. Lo hizo con una sonrisa franca, ya recuperado con masajes de hielo en sus piernas tostadas por el sol de la lycra de su maillot para abajo, alimentado con duraznos en almíbar que le devolvieron energía, y habiendo descargado en llanto la emoción que brotó sin aviso. La energía, dice, fue lo único que lo mantuvo en los pedales en este último tramo, de la ciudad de Minas a la rambla de Kibón, al filo de Pocitos, en Montevideo; “el más difícil”.

Sí. “La parte más difícil de la carrera, sin dudas, fue la de hoy”, afirmó. Algo más de 1.600 kilómetros después de salir, se convenció de que llegaba a la meta recién al ver el Cerro de Montevideo desde el pelotón: “Ahí me emocioné”, dijo, y en esa estampa encontró el aliento necesario para seguir.

Él no lo sabe, pero en ese momento la transmisión por Radio Canelones mentaba la chimenea de ANCAP, “que lanza al cielo ese fuego, que es el fuego del alma del ciclista”. Tras la concesión poética, el locutor siguió con su tradicional narración de la carrera, en ese tono siempre perentorio y con la voz forzada una octava más alta, tal vez para transmitir urgencia.

Había apuro por llegar. “De la carrera puedo decirle que se empieza con las piernas. Cuando se terminan, arranca el trabajo mental. Y al final, sólo queda el corazón”, dice Feijó. Se refiere a los últimos diez días como “un esfuerzo que fue impresionante vivir. El año pasado me tocó largarla, y este año vine con el objetivo de completarla”.

Empezó la temporada de entrenamiento intensivo en setiembre con su club de nombre largo y modestas posibilidades, Club Ciclista Uruguayo de Vergara, que tiene un presupuesto de apenas 600.000 pesos anuales. Ese dinero se obtiene gracias al apoyo que Feijó desgrana, prolijo, en sus agradecimientos: “Al alcalde Fidencio González y a la gente de Vergara, a la de Treinta y Tres. A la de Río Branco, que es la zona que nos apoyó en todo. A los sponsors, que nos dieron una mano tremenda. A las personas de buen corazón que vienen a aportar al ciclismo nacional”.

Juan Feijó tiene 33 años, tres hijos y la profesión de bombero por la que llegó a Vergara –“junto al arroyo Parao”– desde su Río Branco natal. “Tuve esa suerte, y le tengo un cariño enorme a esa ciudad”, cuenta. Y agrega –faltaba más–: “Un saludo grande a los bomberos de Río Branco y a todas las unidades de bomberos de Uruguay, que es una institución que amo”.

Y realmente es un ser que ama. De otra manera no podría entrenar todos los días y hacer sus carreras domingueras por las rutas 18 y 91. En este deporte, el máximo de la energía se tiene a los 28 años. Pese a ir en descenso en esa pirámide implacable de las estadísticas, Feijó supo dejar la práctica en mountain bike y pasarse a lo que los ciclistas llaman “rueda fina”, para lograr federarse y encarar este desafío.

“Uno hace todo esto con mucho cariño, para dejar valores no sólo a nuestros hijos, sino a todas las generaciones”, sostiene. ¿Qué valores?, se le pregunta. Y tiene respuesta: “El valor de que sí se puede; siempre se puede cuando se hacen las cosas con amor, cariño y dedicación; todo se puede. Se lo dice un bombero que sacó tiempo para llegar”. Y hay recompensa por llegar último, pero llegar. “Siéntanse orgullosos, gurises, por haber llegado”, grita uno por ahí. Su madre, María Loyola, lo estrecha en un abrazo. Su esposa lo besa. Decenas de amigos íntimos lo abrazan, en un desfile interminable. El bombero ensancha la sonrisa con sano orgullo y repite la gracia: “Pueden amanecer los uruguayos, nomás”, se despide.