Uno podría recurrir a una metáfora y decir que la ciencia pretende arrojar luz sobre el mundo que nos rodea. En el caso del científico Martin Chalfie, que visita Uruguay, no hace falta recurrir a esa figura retórica: en 2008, junto con Osamu Shimomura y Roger Tsien, recibió el premio Nobel de Química por sus investigaciones con una proteína fluorescente que, justamente por emitir luz, permite ver distintos fenómenos que suceden dentro de las células en tiempo real y sin acabar con su vida.

La proteína, llamada GFP, sigla en inglés de proteína verde fluorescente, fue descubierta en la década de 1960 por el japonés Shimomura cuando estudiaba la bioluminiscencia de la medusa Aequorea victoria. Recién en 1994 el químico estadounidense Martin Chalfie y su laboratorio publicaron en la revista Science la introducción exitosa del gen que codifica la GFP en el gusano Caenorhabditis elegans, que es transparente. De esa manera lograron que, al ser iluminado con luz ultravioleta, emitiera luz verdosa y permitiera observar distintos fenómenos que ocurrían en su interior, como el nacimiento de una neurona. Roger Tsien desarrollaría luego, a partir de la GFP, proteínas más pequeñas y que emiten luz en otros colores. Gracias a su trabajo y al de los investigadores de sus laboratorios, así como de cientos de personas más anónimas que, sobre la base de sus descubrimientos, encontraron nuevas técnicas y herramientas, hoy las proteínas fluorescentes se utilizan como marcadores biológicos y están presentes en investigaciones que van desde la búsqueda de formas de lidiar con el cáncer o la enfermedad de Alzheimer hasta ampliar la frontera del conocimiento en todo aquello en lo que haya células involucradas (microbiología, bioquímica, genética, fisiología, ingeniería, etcétera).

Si hay algo que los laureados con un Nobel hacen es recorrer el mundo invitados para dar conferencias. Chalfie no es la excepción: vino a Montevideo para hablar para la comunidad científica y curiosos en general en el Institut Pasteur de Montevideo (ayer) y en la Facultad de Química (hoy a las 11.00, con entrada libre). También recibirá el título Honoris Causa (el miércoles a las 18.00 en la Facultad de Ingeniería) y el de Ciudadano Ilustre (hoy a las 17.00). Casi abandona la investigación científica antes de graduarse en Harvard porque consideraba que no contaba con las habilidades necesarias. En aquel momento se dedicó temporalmente a la docencia, actividad que probablemente haya contribuido a que sea un gran orador: didáctico, cálido y afable, es un placer escucharlo hablar de sus investigaciones, de las consecuencias de obtener un Nobel y de la importancia de la investigación en ciencias básicas, ya que la mayoría de los grandes cambios que promueven las investigaciones en ciencias aplicadas son consecuencia de imprevistos que los investigadores encuentran al intentar entender detalles del mundo que nos rodea.

¿Cómo cambió la obtención del Nobel tu vida como científico? Es un premio tan importante que uno piensa que puede llegar a ser paralizante.

No mucha gente gana un Nobel, y muchísima menos lo gana dos veces. Sin embargo, hay que recordar que casi todos los que obtuvieron un Nobel hicieron el trabajo por el que ganaron el premio muchos años antes. Por ejemplo, el trabajo por el que yo compartí el Nobel fue publicado en 1994 y el premio se otorgó en 2008. En esos 14 años estuve haciendo muchísimas cosas, en algunas de las cuales continúo hasta ahora. Así que en términos del tipo de trabajo y de las preguntas que sigo intentando responder no hubo cambios. Por otro lado, el Nobel es un premio muy interesante, porque no lo ganan los científicos más inteligentes, ni los que tienen los laboratorios más grandes, ni los que publican la mayor cantidad de trabajos. Es mucho más complicado; tanto, que la mayoría de la gente lo obtiene de casualidad. Lo logran sin proponérselo, por hacer algo que o bien cambia la forma en la que pensamos el mundo, o bien cambia la forma en la que podemos observarlo. Muchos de esos descubrimientos inusuales no sucedieron porque uno estuviera trabajando en ese problema particular, sino porque encontró algo mientras estaba trabajando en una cosa distinta. Entonces es muy difícil. No es algo que uno pueda perseguir, salvo hacer la mejor ciencia que pueda y esperar a notar algo que tal vez sea realmente útil y que pueda causar un gran impacto.

Eso inesperado ocurrió también con el Nobel que compartiste en 2008.

Es cierto. Osamu Shimomura estaba interesado en entender por qué muchos organismos –las luciérnagas, algunos hongos, gusanos, medusas, peces y bacterias– generan luz. Esa es una pregunta bioquímica muy interesante: cómo los organismos logran generar luz. Shimomura trataba de aislar una proteína que era la responsable de la emisión de luz verde de una medusa. No estaba logrando que sus experimentos progresaran hasta que un día, mientras limpiaba uno de sus experimentos, arrojó todo a una pileta. La pileta tenía, entre otras cosas, agua marina. Al irse, apagó la luz y cuando miró de nuevo hacia la pileta, estaba brillando. Así que algo en la pileta, presumiblemente algo en el agua marina, había terminado la reacción química necesaria para la emisión de luz. Al pensar sobre ello se dio cuenta de que era el calcio. Así que hizo el preparado una vez más, y cada vez que introducía una solución de calcio, obtenía un destello de luz. Pero había un problema: la luz era del color equivocado. Era azul y no verde, como la que emitía la medusa. Así que pensó en ese resultado inusual y en que debía haber algo que convirtiera la luz de azul a verde. Volvió al laboratorio y encontró otra muestra que tenía una proteína que, ante la presencia de luz azul, emitía luz verde. Era fluorescente y la bautizó “proteína verde”. No había hipotetizado que había una proteína fluorescente, ni siquiera estaba en su imaginación ni en la de nadie. Pero al observar el color equivocado se preguntó qué pasaba. Es un muy buen ejemplo de alguien que al prestarle atención a lo que pasa encuentra cosas inesperadas. Nadie hizo nada para usar esa proteína desde que se descubrió en 1962 hasta que, 13 años después, nosotros pusimos el gen de esa proteína en bacterias y otros organismos, y pudimos mostrar que la proteína era capaz de producir fluorescencia por sí misma y que eso podía utilizarse para marcar cosas, colorear y ver cosas. Ha habido muchísimos descubrimientos que obtuvieron premios Nobel que fueron realmente maravillosos, cambiaron nuestras vidas, pero que surgieron de formas inesperadas. Otro ejemplo, que probablemente sea el descubrimiento más importante de la física del siglo XX, fue el de la existencia de la radiación de fondo del universo de [Arno] Penzias y [Robert] Wilson [quienes obtuvieron el Nobel de Física de 1978]. Ellos no estaban buscando eso, estaban calibrando un radiotelescopio. Un día apuntaron hacia la Vía Láctea, recibieron una gran señal, quedaron contentos y luego dejaron de apuntar hacia allí; entonces no deberían haber recibido ninguna señal, pero la había. Hoy la conocemos como la radiación de fondo de microondas, y es la evidencia del Big Bang. Fue un gran logro medirla, cuantificarla y entender a qué correspondía, pero el descubrimiento en sí mismo fue una casualidad.

En tu país, Estados Unidos, ha crecido en los últimos años un movimiento de científicos que incita a no encerrarse tanto en los laboratorios y que propone hacerse escuchar para incidir en las decisiones políticas, por ejemplo en relación con el cambio climático.

Ciertamente eso está pasando, pero creo que siempre hubo científicos que hablaron. Por ejemplo, la Unión de Científicos Preocupados fue fundada por científicos que querían asegurarse de que la gente entendiera las implicaciones de las políticas. Creo que lo que preocupa –diría que en los últimos 15 o 20 años, para no hablar de una administración en particular– es que vemos una tendencia alarmante a no basar las políticas en el conocimiento científico sino en opiniones, creencias o sólo porque se hace dinero y ciertas regulaciones pasarían a ser un problema para seguir haciendo dinero. La Academia Nacional de Ciencia de Estados Unidos comenzó a funcionar en 1863, cuando Abraham Lincoln era presidente. Se fundó para que el Parlamento tuviera un buen asesoramiento científico. El problema es que ahora hay gente que dice que no cree en algunas evidencias. Detrás hay un tema de educación: hay que ayudar a que la gente entienda cómo se hace la ciencia, cuál es el ritmo de la ciencia, cuál es la importancia de la investigación básica, la necesidad de tener tanto investigación básica como aplicada, y cómo desde la experimentación hemos sido capaces de promover avances en ciencia, ingeniería y salud.

Hablando de ciencia aplicada y ciencia básica, aquí tenemos dificultades para que algunas personas que toman decisiones entiendan la utilidad y la necesidad de invertir en ciencia básica. ¿Eso también sucede en Estados Unidos?

Desgraciadamente, es un problema en todas partes. No estoy completamente seguro de cuál es la razón, pero puedo hacer algunas suposiciones. Creo que a los políticos que se candidatean para una reelección les gusta decir: “Yo hice esto”. Decir “Yo financié algo que puede –o no– dar la respuesta este año o el siguiente, o tal vez el otro” resulta más difícil para ellos que decir “Miren lo que logré”. Lo otro que sucede es que la gente, naturalmente, se preocupa por su propia salud y por la salud de sus seres queridos. De cierta manera, se ha impuesto la idea de que hay mucha ciencia pero nadie la está aplicando, y entonces hay que aplicarla porque así tendremos las respuestas, luego patentes, y luego podremos hacer dinero. Esos últimos pasos son los más importantes, entonces deberíamos poner en ellos todo nuestro esfuerzo porque son la prueba de que hemos logrado algo. Lo que este planteo ignora es que los descubrimientos que se hacen durante la investigación básica son los que alimentan la investigación aplicada. No hay escasez de gente que quiera aplicar lo que se descubre en ciencia básica; el asunto es que tiene que haber un suministro constante de nueva información para que esta pueda ser aplicada. Somos profundamente ignorantes de lo que necesitamos saber para abordar los problemas. Pongo un ejemplo: naturalmente, todo el mundo tiene miedo al cáncer, al Alzheimer y al Parkinson, enfermedades que se dan con el envejecimiento. Sería maravilloso si pudiéramos encontrarles la cura, pero si sólo tomamos lo que sabemos al respecto en este momento y lo aplicamos no alcanza. De hecho, conozco un político de alta jerarquía que en 2004 dijo: “Tomemos todo lo que sabemos ahora y apliquémoslo a la investigación sobre el cáncer”. Después de eso hemos descubierto infinidad de nuevas avenidas que la gente está usando hoy para abordar el cáncer, como la aminoterapia, la interferencia de ARN y la edición de genes, entre otras. Alrededor de 2005 se llevó a cabo una serie de experimentos mediante la observación de células –de hecho, usando GFP–, en los que se vio que unas partículas que se habían visto sueltas en el citoplasma estaban en realidad actuando como si fueran gotas de aceite en el agua. No eran aceite, pero actuaban de una manera similar, en lo que se llama separación de fase. Esas cosas se juntaban, se separaban, se movían por distintas partes de la célula. Hoy varios científicos piensan que las mismas fuerzas que permiten que estas partículas tengan esa existencia separada, en determinadas circunstancias, se vuelven menos fluidas y forman las placas que se observan en algunas enfermedades neurológicas, como el Alzheimer. No sabíamos siquiera que esas cosas existían, mucho menos conocíamos sus propiedades hasta que fueron descubiertas. Eso es investigación básica y proporciona un conocimiento que es completamente distinto sobre enfermedades que preocupan mucho a la gente.

También te gusta utilizar el ejemplo del láser para ilustrar ese punto.

Sí. Cuando se inventó el láser, era un problema de física cuántica básica. Nadie fue y le dijo a Charles [Townes, creador del máser, precursor del láser]: “Mirá, sé que sos un tipo inteligente. Trabajo en la industria discográfica y tenemos un problema. Los discos son muy grandes y voluminosos, nos gustaría que inventaras los CD”. Nadie se le acercó y le dijo: “Soy el dueño de una tienda y los cajeros son demasiado lentos. Si pudiéramos tener algo para escanear un código de barras, sería magnífico”. Obviamente, todo eso vino después. Yo estoy completamente de acuerdo en que tenemos que aplicar la ciencia para solucionar los problemas de la salud y para mejorar la calidad de vida, pero no hay forma de que podamos hacer eso si dejamos de colectar la mayor cantidad de evidencia, y eso es lo que hace la ciencia básica. Sin ciencia básica estaríamos estancados. Así que es una sociedad: se precisan las dos.

Antes de graduarte en Harvard pensaste que no eras bueno para hacer investigación científica y abandonaste ese camino para dedicarte a la docencia. ¿Qué le dirías hoy a tu yo del pasado?

Hay una cosa que le diría a mi yo del pasado: “No seas un imbécil”. Hay gente que cree que diciéndoles a los jóvenes que pueden ser todo lo que quieran les hacen un favor. Otros les dicen que sigan su pasión. Y probablemente esas sean las cosas más terroríficas que se le puedan decir a un joven. Si les decís que sigan su pasión, te van a preguntar: “¿Y cuál es mi pasión? ¿Me estaré equivocando al hacer esto en lugar de aquello otro? Decime, por favor, qué debería estar haciendo”. Así que en su momento me dije: “Dejá de preocuparte. Sólo seguí haciendo lo que te gusta hacer. Y, de hecho, esforzate un poquito más en eso que te gusta”. Cuando me estaba por graduar hacíamos una broma respecto de que en la mesa final te iban a hacer una pregunta cuya respuesta tendrías que pensar bien. La pregunta era: “Si supieras entonces lo que sabés ahora, ¿qué sería distinto en tu investigación?” La leyenda era que si contestabas que aquella investigación no era tan importante como la que pensabas hacer ahora te dirían que reprobaste. Supuestamente, la respuesta correcta era que si supieras entonces lo que sabés ahora, lo harías todo más rápido.

Tengo entendido que tocás guitarra clásica, así que no puedo dejar de preguntarte si compartís la idea de que, tanto en la ciencia como en el arte, la creación implica obtener algo nuevo a partir de cosas que, más o menos, ya se conocían.

Creo que es así. La creatividad es el resultado de que alguien hace conexiones que no se habían hecho antes. Eso sucede en el arte, en la ciencia y en más actividades, como los negocios y cualquier cosa en la que la gente aplica la creatividad a lo que hace. Por otro lado, hay otra similitud. La música es una forma agradable de disfrutar mi tiempo. Tal vez los profesionales no lo vean de la misma manera, pero es fantástico que la música no sea un trabajo para mí, sino una cosa maravillosa para hacer mientras sigo con mis actividades. La música siempre me sorprende. Cuando hay conexiones que hago de repente, y entiendo una pieza, me da mucho placer. Y lo mismo me sucede cuando hago ciencia. Creo que el placer de la creación mediante nuevas conexiones es algo compartido por muchas actividades, no es exclusivo de la ciencia o de la música.