Sistema financiero y cambio social
El peso del sistema financiero y de sus lógicas en la economía y la intensa concentración de capital que caracteriza a esta etapa marcan una nueva fase del capitalismo. ¿En qué medida el crecimiento de las finanzas y el predominio de la lógica financiera profundizan los fenómenos de concentración de la riqueza y generan nuevas elites? ¿Es posible pensar en mecanismos de inclusión en este contexto? ¿Es posible pensar en finanzas alternativas? ¿Qué rol juegan los estados, cada vez más jaqueados ante poderes ajenos a la deliberación democrática? Este mes, Dínamo buscará responder algunas de estas preguntas.
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Grosso modo, el sistema financiero incluye instituciones bancarias y otros intermediarios (fondos de pensiones, compañías de seguros), organismos reguladores (bancos centrales) e instrumentos financieros. Media entre agentes con necesidades de financiamiento y aquellos que tienen capital disponible. Luego de la Segunda Guerra Mundial, muchos países utilizaron activamente las finanzas para impulsar el desarrollo. El período se caracterizó por medidas como controles a los flujos de capital, topes a las tasas de interés, préstamos subsidiados a ciertas industrias clave y propiedad estatal de los bancos. En varios países, por ejemplo Corea del Sur y Taiwán, las tasas de interés reales fueron por momentos negativas como manera de estimular la inversión (la tasa de interés representa el costo de endeudarse para invertir).
A pesar de las altas tasas de crecimiento económico que caracterizaron dicho período, dentro de la corriente principal de pensamiento en economía cobró fuerza la idea de que dichas medidas intervencionistas en el mercado (llamadas “represión financiera”) eran un obstáculo para el dinamismo.1 El argumento se basaba en que si se dejaba librada a las fuerzas de mercado, la tasa de interés aumentaría (recordemos que dijimos que se encontraba determinada por la política económica en niveles “artificialmente” bajos con el propósito de estimular la inversión). El aumento de la tasa de interés real incentivaría el ahorro y daría las señales correctas a los inversionistas (ya que las señales correctas las da el mercado). Esto se basaba en que el ahorro es sensible a la tasa de interés, y el nivel de ahorro se iguala a la demanda de crédito.
La estrategia iba acompañada por la eliminación de las barreras para los movimientos internacionales de capitales, por lo que el aumento en la tasa de interés atraería nuevos flujos de dinero. Los países con escasez de capital podrían contar con entradas para financiarse, por lo que la integración financiera internacional era contracíclica. Esto permitiría aumentar los niveles de inversión extranjera directa, impactando en forma positiva en el desarrollo tecnológico, y mejoraría el bienestar de las familias, ya que el sistema financiero permitiría suavizar el consumo en el tiempo. En la década de 1990 hubo una reactivación de la hipótesis de la represión financiera y presión política para la liberalización en aquellos países que aún no lo habían hecho. Contrariamente a lo que se pensaba, la investigación empírica muestra, en el mejor de los casos, que hay una correlación positiva, pero no causalidad entre las dos cosas. Dani Rodrik indica que para los países en desarrollo la liberalización de la cuenta de capital no implicó un mejor desempeño. José Antonio Ocampo señala que condujo a un aumento de la volatilidad sin gran crecimiento económico. Otra vulnerabilidad se deriva de las posibles “paradas repentinas” en los flujos de entrada de divisas, especialmente vinculados con las inversiones en cartera a corto plazo.
Se necesitaron varias crisis (crisis de deuda en América Latina en los 80, sudeste asiático en 1997, México en 1994, Rusia en 1998, Argentina y Uruguay en 2001-2002, etcétera), pero tuvo particular relevancia la que tuvo lugar en el mundo desarrollado en 2009, para que los organismos internacionales reconocieran que puede haber un punto en el que haya “demasiadas finanzas”. En esta dirección, el Fondo Monetario Internacional indica que existe una relación similar a una curva U invertida: hay un nivel de profundidad financiera que maximiza el crecimiento económico y luego, por encima del 100% del Producto Interno Bruto, aparecen los efectos negativos. Sin embargo, se tranquiliza con que si bien economías emergentes han profundizado sus sistemas financieros, están lejos de llegar al tamaño óptimo. Están en el lado “positivo de las finanzas”.2 De la Torre et al. señalan que el resultado de demasiadas finanzas se vincula con el costo de la inestabilidad provocada en las crisis.
Los riesgos de la liberalización financiera han sido señalados previamente por numerosos autores, entre otros por John Keynes, que indicaba que los mercados bursátiles provocan un comportamiento especulativo. Según Hyman Minsky, la semilla de la inestabilidad se planta en los momentos de estabilidad y esto es inherente al sistema capitalista. La evolución de la estructura y los mecanismos financieros convierten una economía sana en un sistema inestable y especulativo. En los períodos de bonanza las unidades económicas en busca de mayor rentabilidad toman excesivos riesgos y, ante ciertos cambios, pasan a no poder cumplir con sus compromisos financieros (financiación especulativa). Luego, deben recurrir a un mayor endeudamiento para cubrir la deuda ya contraída. El disparador del cambio puede tener que ver con un aumento de la tasa de interés por el Banco Central (en un régimen de metas de inflación, esto podría verse como cuasi-endógeno) o cambios de los bancos comerciales en respuesta a sus posiciones de liquidez.
Dicho esto, es importante, además, tener en cuenta que no es indiferente la “dirección” de las finanzas y el tiempo de permanencia de los capitales. Si el financiamiento apoya la inversión productiva, si está vinculado con la creación de empleo, conocimiento, infraestructura, etcétera, el impacto será positivo. El crédito doméstico puede estimular la demanda interna, pero también puede plantear problemas de sostenibilidad de la deuda y debilitar el frente externo. En la actualidad, las críticas de las corrientes heterodoxas en economía se orientan a señalar la dominación de las finanzas sobre la economía real con consecuencias sobre el bienestar, proceso conocido como financierización, del que se hablará en una próxima columna.
Jimena Castillo es economista.
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