“Hay que soñar con la posibilidad de ser la selección [uruguaya] del siglo XXI”, reflexionaba el docente de Historia Gabriel Quirici, en una sala Julio Castro de la Biblioteca Nacional repleta, en el marco de la actividad “El rol docente para la transformación educativa”, en el marco del Día del Futuro. En ese sueño, Quirici ve a los docentes como las figuras de “la otra selección que tiene Uruguay, su educación”.

Quirici estableció esta analogía entre la selección uruguaya de fútbol y la educación para ilustrar el concepto de “educador participativo”, fundamental para el docente en la educación de este siglo, y para revalorizar a los agentes de la educación en el ámbito público. El docente participativo es aquel que conoce la comunidad en que trabaja, conoce a sus estudiantes y se deja conocer por ellos, explicó el docente. Pero también es aquel profesional que apuesta al intercambio de “experiencias e inquietudes” con educadores, “propone alternativas de evaluación” y de “revisión de situaciones complejas”.

Con esta idea coincidió Leonardo Nahum, docente del taller audiovisual de formación profesional básica (FPB) en la UTU Paso de la Arena, quien entiende que es necesario “involucrarse mucho más en la tarea docente”, mirar más allá del pizarrón y no ser “academicista”. El docente debe “mirar más a los ojos a los gurises, acercarse, conocerlos y saber qué les pasa”, opinó.

“Hay que volver a la aldea”, expresó el maestro director de la escuela 230 de Puntas de Manga, Gonzalo Rodríguez, y explicó que eso implica “conocer al otro, saludar y decir gracias”. Además, incluye una concepción de escuela de “puertas abiertas”, es decir, que “no tiene esa tendencia simbólica de estar cerrada o de tener horario”. Rodríguez planteó que las escuelas que se mantienen cerradas a la comunidad son las que sufren más lesiones del entorno.

Mirada al futuro

¿Cómo se proyecta el rol docente hacia el futuro? Rodríguez sostuvo que “la escuela tal como la conocemos se termina, y se termina en parte el rol que tenemos como maestros y profesores”. El gran desafío, dijo el director, es pensar cómo será el rol docente en los próximos diez, 15 o 20 años.

Por su parte, la educadora social y profesora de Matemática Gabriela Pérez planteó que es “incuestionable” desarrollar una “perspectiva de derechos”. “Es lo mejor que nos puede pasar como colectivo”, acotó. Es fundamental que “[los docentes y estudiantes] tengamos la posibilidad de encuentro, [para] de ahí en adelante preguntarnos cómo nos formamos y cómo vamos moviendo algunas cuestiones que hacen a las condiciones de nuestro rol laboral”.

Para Nahum, el eje central está en la motivación. “Precisamos profesores que demuestren que sí se puede” y que confíen en el potencial de los jóvenes. “Ese joven necesita que le digan: ‘Vos podés’ y así lo logra”.

Espacios de reflexión

Para reflexionar sobre la práctica educativa, los panelistas coincidieron en la necesidad de contar con espacios dedicados a la conversación entre docentes, donde compartir experiencias e inquietudes que conduzcan a una mejor práctica dentro y fuera de las aulas.

“Los educadores reflexionan sobre lo racional y lo afectivo [que atañe a la profesión] todo el tiempo”, planteó Quirici y sostuvo que estos encuentros dedicados a la reflexión en grupo normalmente se ejercen “por fuera del sistema”. Existe una “obligación” de incorporarlos a la dinámica institucional y comenzar a “sentirlos como parte de lo que es ser docente”, tarea que no se limita a las “horas pizarrón u horas aula”, manifestó el docente.

“Sigue haciendo falta un espacio para pensar sí o sí en ciertas cosas una vez que asumimos la responsabilidad de esta tarea”, dijo Pérez. La docente sostuvo que aunque existen espacios con este objetivo, son muchos menos de los que se necesitan. “Hay cuestiones del vínculo educativo que no atañen sólo a la clase; también hay que pensar en la adolescencia, la familia, y es necesario que yo [como educador] me piense en relación con esas cosas”, comentó Pérez.

En el formato de FPB, los docentes cuentan con un espacio de reunión semanal, contó Nahum, que consideró “fundamental” y “esencial” ese encuentro porque permite “conversar sobre contenido y cómo vienen los gurises”. Sin embargo, dijo que hacen falta “herramientas para encarar” el espacio, porque a veces los docentes no saben cómo seguir. Considera imprescindible que desde el rol docente se defiendan estos espacios, “accionarlos” y “transformarlos permanentemente”. De otra forma, los educadores se encontrarían solos en la reflexión del ejercicio sobre la práctica, y es algo que tanto él como Pérez sostienen que se debe hacer en conjunto.

Pérez comentó que en la conformación de espacios con esas características entran en juego algunas complejidades: pensar en la calidad de este tiempo dedicado a la reflexión –“no es un tiempo rápido, sino especialmente cuidado para que [el intercambio] tenga lugar”–, cuestionarse qué significa pensar la práctica educativa y cuántas dimensiones tiene esa práctica y la intervención institucional. La institucionalización de estos encuentros le genera un “dilema” a la docente porque, en “la medida en que se plantea [desde la institución educativa], hay algo que se transforma y desliza un poco de lo que precisamos”. Esto conduce a pensar en qué tipo de dispositivo es el conveniente y cómo debe articularse.

La educadora social destacó el trabajo en las reuniones de equipo, que “no es lo mismo que dispositivos de reflexión pero tampoco es lo mismo que una coordinación o reunión de evaluación”; “es un espacio donde se genera la posibilidad de un intercambio con otra profundidad, otra temporalidad, otra forma de vivir ese tiempo juntos”. Pérez introdujo otro aspecto que desde su perspectiva aporta a la discusión: integrar a un agente externo para incorporar una mirada distinta.

Tradición educativa

El concepto de educador participativo llevó a Quirici a recordar al docente e investigador uruguayo Clemente Estable (1894-1976) y su legado para la educación uruguaya. En ese sentido, el docente sugirió que debe rescatarse la tradición y la historia de la educación en Uruguay y aprender de estas. “Tenemos una muy buena base cultural de historias sobre nuestra educación. Hay una tradición de hacer muchas cosas, vincularse y comprometerse”, dijo. Y añadió: “La educación tiene madera para formar república y democracia, y para integrar diversidad”.

“De fondo, lo que tenemos es la necesidad de cambiar el discurso y el relato sobre el objetivo de la educación. En Uruguay hay material para hacer una educación del siglo XXI. Si el educador es participativo en su rol, no tengo dudas de que eso va a poder hacerse”, sostuvo Quirici, pero acotó que para eso hace falta un “cambio político” en el sentido de la “exigencia de formación”.

Sobre la formación del docente, Pérez planteó que la sociedad toda y los educadores tendrían que exigir “una formación de grado y una formación continua”. Sin embargo, compartió la idea de que en el rol de educador intervienen aspectos de lo personal y no sólo de la formación formal. El educador tiene que “asumir que la tarea que eligió no tiene que ver sólo con las presentaciones de algunas temáticas, sino que es una tarea sumamente difícil y delicada”, planteó la docente.

“El formato que hoy conocemos, la modalidad de rol que conocemos, con la que nos formamos o la que esta más instalada, es una posible y es desarmable. Por encima de eso existe la posibilidad de generar otras cosas”, sostuvo la educadora. Con este punto vinculó la relación del docente con el saber que imparte, que, si es fuerte, “posibilita otras serie de cosas”.

Otro aspecto relacionado con la formación planteado por Quirici fue la necesidad de ser docentes “inclusivos”, es decir, “pensar hasta dónde la formación como docente entra en contradicción con las nuevas generaciones”, y abrirse a nuevas formas de escribir y de procesar la información, a trabajar con las redes como herramienta.

“Volver a conversar”

Al finalizar la exposición de los panelistas, tomó la palabra la educadora e investigadora argentina Graciela Frigerio, quien apuntó algunas reflexiones sobre el intercambio de los participantes. Comenzó por reivindicar la importancia de convocar a instancias de intercambio para “compartir sin censura” y con “disponibilidad a escuchar”. Quizá, sugirió, “de eso se trata la educación: de poder volver a conversar”, añadió.

Sobre el rol del educador, sostuvo: “Un educador no es un robot, es un semejante. Sólo si es reconocido políticamente como tal podrá reconocer como semejantes a aquellos con los que trabaja. Un educador no es un repetidor de contenidos, es un creador. Quizá por ser un interlocutor, atento a la otredad, es un artista; nos gusta pensar, más que en profesionalizarnos en el sentido neoliberal, en volver a sentirnos honrados de llevar adelante un oficio estructural para la sociedad”.

A su vez, planteó que no se trata de quitar la mirada del pizarrón, sino de no perder otros “focos”. Y más que conocer a los estudiantes, se trata de reconocerlos como “sujetos de derecho” desde “el gesto de la mirada”. “Si hay otro frente a mí, me voy a aprender su nombre; si lo veo con mala cara, me voy a inquietar. Esos gestos de reconocimiento escasean en muchas iniciativas de la escuela”, observó.

Discrepó con los panelistas en el uso del concepto de “práctica”, pues esta refiere a una actividad regular y, a su entender, los panelistas debatieron sobre “el plus de gestos sobre la práctica, lo que está por encima de la regularidad”, que no es más que la praxis. “El componente del detalle se abraza, se saluda, se escucha, se recibe”; eso es lo que transforma la práctica en praxis, explicó.

En la construcción de espacios de reflexión entre docentes, Frigerio manifestó que es posible organizarse de forma que la institucionalización no limite el funcionamiento del espacio; para ello es necesario “pensar un dispositivo, un contenido y un estilo de trabajo”, para no caer en discusiones banales.

Acompañó el planteo de Quirici sobre la tradición educativa y resaltó la necesidad de “reivindicar los legados”. “Hay mucha cosa que destacar, cosas que fueron censuradas y otras sobre las que se trabajó para olvidar. No se trata de volverse nostálgico, pero desconocer el legado es como agarrar una ametralladora y apuntar al corazón de la educación. Para poder pensar el futuro de la educación, se necesita discutir con sus tradiciones”, agregó. En ese sentido, también apuntó que en el discurso de la educación aún “hay restos de relatos de autoritarismo, desprecio y elitismo”.

Como opinión sobre la formación docente sostuvo: “No habrá nunca, felizmente, una formación que nos prepare completamente [como educadores], planteó Frigerio. Esto sucede porque se trata de un oficio de “encontrarse con otros”, y no puede haber formación que anticipe con quién se encontrará el docente. “Es un oficio de lo inacabado, de lo incompleto, y eso no debe ser registrado como negativo”.