Me alegran dos aspectos de este intercambio con Mariana Achugar. El primero: su existencia. No sólo es sano, sino necesario, que el lector cuestione, indague, y que el medio y el periodista deban responder en consecuencia. Pese a que el periodismo se las ha ingeniado históricamente para volverse materia no abordable, no cuestionable, amparándose en libertades fundamentales de las que debe gozar pero que no nacen por él sino que las tiene en el ejercicio para garantizárselas a la población toda, entiendo que lo es, que necesita ser abordado no sólo desde la mirada de los lectores sino también desde el propio periodismo.

El segundo aspecto que me alegra, como persona que trabaja como periodista y en particular como autor del artículo que preocupa, es que no se haya señalado como falso dato alguno, línea alguna. Claro que la veracidad (o posibilidad de verificación) de los datos manejados en un artículo, en este caso una crónica, no garantizan que esta deje de incurrir en prácticas cuestionables. Juan Carlos Onetti escribió en El pozo: “Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”. Si a algo conduce el intentar ejercer con rigurosidad el trabajo periodístico es a la falta de certezas plenas y a la negación de “la verdad” como inmensa y única. Menos que menos “toda la verdad” (desconfiemos de todo, pero más aun de quienes avisan que contarán “toda la verdad”; son de la misma calaña que los que no sólo creen en la objetividad, sino que dicen ser objetivos).

La pelea, la meta periodística en mi caso, sería por lo verdadero o, más ajustadamente, lo verificable. Entonces, no existiendo cuestionamientos sobre ello aquí, paso a otro terreno: la subjetividad. Esta es inevitable: soy un sujeto. Lo que intento, sí, es contaminar lo menos posible con mi visión aquello que narro. Pero elegir qué narrar, qué no –porque el ejercicio periodístico necesariamente obliga a descartar más de lo que se toma– y cómo narrar son acciones subjetivas, por más imparcialidad pretendida. Claro que la imposibilidad de la objetividad no debe dar rienda suelta a derrames desenfrenados de subjetividad.

En ese marco, pretendo concentrarme en dos dimensiones que decanto de la preocupación de la lectora: la supuesta intencionalidad, y la percepción del sujeto que narra. Sobre esto último, es claro, merecería párrafos aparte la percepción –a su vez– de la propia lectora: no ya mi interpretación de cómo se desarrolló la instancia, sino su interpretación de cómo la interpreté yo y sus aseveraciones sobre cómo la quise describir. Es casi que un círculo vicioso.

En este marco, arranco desprendiéndome del aparente dolo: no hubo intención alguna de construir maliciosamente un hostis en la narración, deslegitimando a la mayoría de los asistentes a la audiencia pública. En absoluto. Soy de los que ha masticado, en una comunidad pequeña y conservadora, la condición de paria que implica el autodefinirse como de izquierda.

No por casualidad parte de la cita de El pozo que compartí antes fue seleccionada por Marcelo Jelen para abrir su libro Traficantes de realidad, que viene a ser una suerte de pequeña biblia periodística. Jugaré de memoria, dado que por mudanza no tengo el libro conmigo –no deja de ser oportuno señalar: vivo ahora en un predio lindero al trazado ferroviario–. Los periodistas –escribió Jelen– suelen decir que contaron las cosas “tal como pasaron”, pero esto es imposible. A lo sumo podrá contarlas “tal como ve que pasan”, añade. Me animo a decir que la mayoría de las veces, incluso, las cuenta “tal como le contaron que pasaron”. Para los intereses de actores u organizaciones (sociales, políticas, etcétera) suele resultar cómoda la frecuente práctica periodística de describir hechos en base a lo que estos actores u organizaciones narraron. Cuando los periodistas no estamos en el territorio, y más aun cuando no lo conocemos, podemos cometer errores tales como decir que unos vecinos de tal ciudad increparon a un ministro, mostrando como evidencia un video en el cual aparecen, increpando al ministro, personas que en la mañana del mismo día estuvieron en una emisora local contando que habían llegado desde Montevideo, representando a una organización equis.

Ni el editor sabía qué iba a escribir, ni él me habló de pretensiones del abordaje. Cubrí la audiencia pública para dos medios (la diaria y Radio Uruguay). En la radio, sobre el comienzo de la audiencia saqué en vivo a una vecina de Sarandí Grande contando cuáles son sus preocupaciones sobre los impactos, en su ciudad, del proyecto ferroviario. Para el medio impreso, después de cuatro horas de audiencia, cuando faltaban dos horas para cambiar de día y mucho menos para que se cierre la edición del diario, tuve que sentarme a escribir, a contar la audiencia. Mi intención inicial, al asistir a la Sociedad de Productores de Leche de Florida, fue concentrarme fundamentalmente en los aspectos relacionados con el proyecto ferroviario y sus afectaciones. De hecho la crónica finalmente escrita da cuenta de muchos de ellos, pero ocurrió sí que las formas, el clima, terminaron por ser necesarios en la narración. No quedé conforme con la crónica –rara vez lo quedo–, pero tanto en la relectura del día de la publicación como en la obligada para la respuesta a la inquietud de la lectora no encontré significativos pasajes que me lleven al arrepentimiento. Sí le corregiría algunas líneas, pero nada que modifique sustancialmente lo narrado.

Presentar un texto con “todas las voces” y con “las cosas tal como pasaron” implicaría sentarme a desgrabar las cuatro horas de audiencia, y el diario necesitaría una edición dedicada exclusivamente a esa transcripción. Ya no sería periodismo, sino algo cercano a Wikileaks. Además, y no es un aspecto menor, en esas condiciones es también imposible que una crónica pretenda agotar un tema que viene siendo presentado, en varios abordajes de este mismo diario, desde hace varios meses: se ha informado sobre los cuestionamientos existentes. La crónica, en definitiva, era una crónica de la audiencia, y cómo se terminó desarrollando la audiencia condicionó el texto. De todos modos, nótese, elegí poner un fragmento de cómo cambiará la vida de los ciudadanos de Sarandí, y junto a esto, en las palabras de Rossi compartidas en el mismo párrafo, queda claro que desde el gobierno no prevén grandes modificaciones del proyecto como para que esas complicaciones desaparezcan o se reduzcan significativamente.

Sobre una audiencia pública que, a diferencia de la desarrollada una semana antes en Montevideo, pretendía informar a los pobladores de los departamentos de Florida y Durazno, además de recoger sus inquietudes, entiendo que el hecho de señalar que la mayoría de los asistentes llegaban desde la capital del país y que, visiblemente, pertenecían a colectivos organizados es un dato periodísticamente válido. ¿Ilegitima sus planteos? No. Mal podría querer deslegitimar cuestionamientos que en muchos casos comparto. Aporta contexto a la inevitable comparación (continuación, en este caso) con la audiencia llevada a cabo una semana antes en Montevideo.

Se condena que se le dé voz al ministro, quien –como señala el artículo– estuvo en la audiencia pero sentado entre el público. Contar que estuvo allí es necesario.

¿El texto construye el evento desde una perspectiva? Claro. Es inevitable. Lo escribió una persona, no un robot. ¿Buscó representar a la movilización social como una conducta inapropiada y desviada? En absoluto. Eso se desprende de la percepción de la lectora. No me puedo hacer cargo de su subjetividad acerca de mi narración. Claro que si los hechos hubieran sido narrados tal como me los contaron –como me los contó uno de los asistentes organizados, o como me los contó una autoridad de gobierno o un funcionario de la consultora que presentó el gobierno– la percepción muy seguramente hubiera sido otra.

¿Que yo pretendí deslegitimar a actores por posibles vínculos con, por ejemplo, Unión Popular? Mal podría entender que ilegitima la validez de un argumento de un ciudadano su posible militancia en un partido político.

¿En serio cree la lectora que pretendo ridiculizar consignas por lacónicas (breves, concisas)? ¿Acaso esperaba que la crónica incluyera un acabado análisis hermenéutico sobre estas? ¿También se ilegitima a las no lacónicas, de las cuales una incluso se transcribe? ¿En serio?

Lamento decepcionar a quien esperaba de la crónica un texto militante, así como a quienes aguardaban una suerte de gacetilla gubernamental. No sería periodismo. Apenas intenté dar elementos a los lectores para saber qué pasó, o aproximadamente qué pasó.

En la introducción a su De Montevideo a Moscú. Crónicas de viaje en misión diplomática, Emilio Frugoni comentó que escribió ese libro “con los ojos”. Algo así ocurrió con esta crónica. El caso es que, desvirtuando a Schopenhauer, no hay un sol ni una tierra, sino un ojo que ve el sol y una mano que toca la tierra, y en estos casos fueron los míos.

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