Desde siempre, en las exposiciones, publicaciones, talleres y charlas del Centro de Fotografía (CdF) hay autores consagrados y otros que recién comienzan, apuestas que eluden las obviedades del canon y proponen nuevas lecturas del presente, concibiendo la fotografía como un eje esencial para entender el lugar que habitamos. Por eso, se han dedicado a poner en circulación imágenes vinculadas con la historia, el patrimonio y la identidad, y, como han definido desde el comienzo, con el fin de facilitar el acceso a los autores y los ciudadanos, para que puedan acercarse a insumos técnicos y conceptuales que les permitan producir sus propios discursos.

En 2016, el CdF lanzó Fotografía Contemporánea Uruguaya, una colección de libros que reúnen minuciosas entrevistas a los fotógrafos seleccionados y un importante repaso de su obra. La tríada de este año está formada por Diego Velazco, Nancy Urrutia y Panta Astiazarán, y, como definieron en la primera edición, las conversaciones se adecuan a las trayectorias individuales –comienzos, referentes, técnicas, exploración de lenguajes, formación–, manteniendo constantes el formato, la cantidad de las fotos (24) y una breve reseña biográfica, lo que convierte a la colección en una gran documento para el estudio –y la difusión– de la fotografía uruguaya, a la vez que contribuye a consolidar un panorama.

Nancy Urrutia (1950)

La fotógrafa que buscaba la espontaneidad de Henri Cartier-Bresson, Robert Capa y Martín Chambi admite que su militancia siempre fue la fotografía: “Las primeras ampliaciones de fotos de los desaparecidos, las que usan en las marchas, las hice en mi laboratorio. Hice reproducciones de las fotos carné o de los retratos, y después las ampliaciones. Eso nadie lo sabe. Es la primera vez que lo comento”, confiesa. En su momento, cuando el medio no estaba habituado a ver fotógrafas, ella se sentía muy expuesta. Sobre esa época recuerda distintas historias: “Cuando iba a sacar fotos a un casamiento en una iglesia, yo entraba primero y la gente decía: ‘¡Mirá, es una fotógrafa!’ [...] Era probarme y ver, dar examen para demostrar que las mujeres también podíamos ser buenas profesionales”, cuenta. La obra que precede a la entrevista lo vuelve a confirmar: entre su fotografías emblemáticas, como la liberación de las presas políticas, la conferencia de prensa en Conventuales de los tupamaros liberados –en marzo de 1985– y el conmovedor retrato de una niña que, parada al lado de un policía armado, interpela a la cámara con tristeza, también se incluye a Alberto Candeau y al acto del Obelisco. En la movilización más importante de la historia del país Urrutia ubica su comienzo como fotoperiodista. “Ahí me hice audaz”, reafirma.

El cóndor. Año 2007.
Foto: Diego Velazco

El cóndor. Año 2007. Foto: Diego Velazco

Diego Velazco (1967)

La selección de Velazco alterna series en blanco y negro y otras a color, entre paisajes, composiciones, escenas urbanas y estructuras. Luego de repasar su interés inicial por profundizar en el estudio de la fotografía y sus comienzos en la fotografía publicitaria, el autor admite que le gusta la foto de autor y que desde hace un tiempo también empezó a trabajar con cámara digital, si bien “seguiría con lo analógico, porque [...] me gusta esa limitación que tiene, no conocer los resultados mientras no está revelado, visto, escaneado, que haya un solo negativo, y no millones. Y eso es lo que para mí es la fotografía: instantes”. En el transcurso de esas instantáneas, busca “lo compositivo”, transmitir la esencia de eso que ve. En paralelo, su camino personal se vincula con las múltiples variantes de la memoria. “Soy nostálgico de la memoria. Veo que desparece mi mundo conocido; de los cines de mi infancia no queda uno”, y por eso destaca las posibilidades que ofrece la fotografía al “guardar ese pedacito de tu vida”. Dice que, con el acto fotográfico, sólo busca provocarse a sí mismo y explorar la sensibilidad de lo cotidiano: “El muelle, la flor, el agua. Para mí, la naturaleza ya de por sí es fascinante. Es sólo mirarla atentamente. Como dijo Atahualpa Yupanqui: ‘Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás’”.

Cuando se le pregunta por sus reconocimientos –ganó el Salón Nacional de Artes Visuales en 2014 y 2017– y ventas, cuenta que uno de sus mayores honores fue que Tabaré Vázquez le llevara al emperador de Japón una serie completa de su obra Acuática, y que, cuando Uruguay entró al Consejo de la ONU, cada país miembro recibiera de regalo una foto suya. “Son momentos que uno disfruta mucho. La fotografía me dio la posibilidad de entrar en lugares que no imaginaba, que eran impensables. Entonces ya no me da miedo nadie. Me he dado cuenta de que todos somos iguales, todos tenemos miedos, todos tenemos vergüenzas, todos somos lo mismo”.

Pasajeros en un autobús en Calcuta, India, 2008.
Foto: Panta Astiazarán

Pasajeros en un autobús en Calcuta, India, 2008. Foto: Panta Astiazarán

Panta Astiazarán (1948)

En sus fotografías, Astiazarán compone un universo épico: fotos sociales, pasajes urbanos, escenas conmovedoras con veteranos del Sorocabana, jóvenes traperos, ferias, plazas y desfiles, peregrinos y vendedores. En sus comienzos, pensaba que no era posible tomar buenas fotos si no se contaba con un buen equipo, pero enseguida confirmó que era un error: “Me di cuenta de que Cartier-Bresson tenía fotos muy interesantes, muchas de ellas sobre temas banales de la vida cotidiana, pero además eran sacadas con gran austeridad de medios técnicos. Si bien al principio usaba únicamente una cámara y un lente, más tarde, cuando se profesionalizó, llegó a utilizar poco más. Lo que hacía era componer muy bien, buscar la composición, porque había estudiado pintura. Paul Klee decía que el aprendizaje más arduo de todos es aprender a ver. Entonces me dije: ‘Bueno, lo que hay que hacer es eso: estudiar para ver mejor, para aprender a ver. Tengo que aprender a componer, y de lo demás no hay que preocuparse mucho’”. Cuando confirmó el rumbo de su búsqueda, afianzó una premisa que lo acompañaría siempre: fotografiar la vida cotidiana, interesarse no tanto por el acontecimiento de prensa, sino por el reportaje. Es que, en ese recorrido, la fotografía lo impulsa y “es una excusa para meterte en lugares a los que no habrías ido si no la tuvieras [...]. Cuando le preguntaron a Cartier-Bresson qué le había dejado la fotografía, él respondió: ‘Una inmensa alegría’. Y es cierto, porque conociste, hablaste, viviste gracias a la fotografía”.