A propósito de una nota de opinión que publiqué sobre el proyecto de creación del Ministerio de Cultura y Derechos Culturales, una estimada colega me escribió: “Comprendo tu visión pero creo que en este momento lo urgente se impone a lo importante”. Si bien es compartible que deben establecerse prioridades y estrategias, estoy convencido de que debemos evitar falsas oposiciones, entre ambiente y cultura, por ejemplo. En plena campaña electoral, me interesa indagar, someramente, qué tan ponderada está la cultura en los programas de gobierno.

En mayo, en Brasil, durante un seminario internacional sobre políticas culturales, asistí a la presentación de un trabajo denominado “La cultura y las políticas culturales en los programas de gobierno de Bolsonaro y de los 12 candidatos a la presidencia de la República 2018”. Entre otras cosas, ese trabajo señalaba que la cultura tuvo un papel secundario en los programas de gobierno de los partidos políticos; de hecho, en seis de los 13 programas no se mencionó ninguna propuesta de gobierno para la cultura y las políticas culturales del país. Asimismo, Jair Bolsonaro no solamente no mencionó ni puso en consideración cultura ni políticas culturales en su programa de gobierno, sino que institucionalmente relegó al Ministerio de Cultura a rango de Secretaría Especial del recientemente creado Ministerio de Ciudadanía. Las destacadas políticas culturales implementadas por el Partido de los Trabajadores (2003-2016) quedaron en un lugar secundario para el actual gobierno. Más allá de las múltiples lecturas sobre las particularidades del sistema de partidos brasileño y de la particular coyuntura en la que se desarrollaron las últimas elecciones, subyace la idea de que la cultura no da votos, que hay que incorporarla de algún modo a la institucionalidad pero no tanto. Quizás por no estar dentro de las urgencias, aunque a todos y todas nos parezca muy importante.

En Uruguay, para las próximas elecciones nacionales, se presentarán 11 partidos, cada uno con su programa de gobierno. Al momento de escribir estas líneas, he podido acceder a siete de ellos: los del Frente Amplio (FA), Partido Nacional (PN), Partido Colorado (PC), Cabildo Abierto (CA), Partido Independiente (PI), Unidad Popular (UP) y Partido de la Gente (PG). A diferencia del caso brasileño, en los siete programas, más allá de su signo, aparecen propuestas vinculadas a la cultura. Parecería que la cultura tiene un lugar consolidado en la agenda política uruguaya, lo cual se refleja también en la agenda parlamentaria.

¿De qué hablan los partidos políticos cuando se refieren a cultura? Convivencia, consumo, tradiciones, libertad, construcción, identidad son palabras que se repiten en las definiciones de cultura que aparecen en los diferentes programas de gobierno.

Para el FA la construcción de convivencia es parte de la dimensión cultural de la democracia. En ese sentido, se plantea el reconocimiento de la diferencia para generar igualdad de oportunidades, tanto en el acceso como en la producción de cultura. Para el PN, el mejoramiento de la calidad de la convivencia es producto del acceso a bienes culturales, al tiempo que estimula la libertad.

La libertad –“de expresión temática y estética de los creadores”– es mencionada en el programa del PC. Para la UP la cultura, además de generar conciencia y espíritu crítico, es “la base de la creación del Poder Popular” que es “el más importante y pleno ejercicio de la libertad”.

CA y el PN hacen referencia a las tradiciones como parte de la cultura; para el primero forman parte constitutiva de la cultura que caracteriza “a un pueblo, a una clase social, a una época”. Tal es así que una de sus propuestas, con aparente nostalgia de orientalidad, es promover actos culturales relacionados a las fechas patrias. Al PN le interesa “fomentar la excelencia de diferentes tradiciones” para generar el acceso, sin dirigir opciones ni preferencias, “a personas con baja predisposición al consumo cultural”. ¿A qué se refieren con “baja predisposición”? ¿Esas personas no saben o no pueden? ¿Qué entienden por consumo cultural? ¿Mirar la tele o ir al Solís?

Para el FA, la cultura es central en la construcción de identidades. Para el PC, por otro lado, “La fuerza del arte y la cultura” (esa frase encabeza su apartado programático de cultura) contribuye a la construcción de ciudadanía y de una identidad nacional. En la concepción del PC hay una idea de que el arte y la cultura son propiedad de determinados sectores que tienen que, por ejemplo, “llevar el arte a las personas que se encuentran fuera del sistema educativo”.

Para el PG, la cultura “determina los valores de país que queremos para nuestros hijos”. CA define a la cultura, entre otras cosas, como “una herramienta imprescindible para la construcción de ciudadanía y la consolidación de la identidad”. En cuanto a la identidad, el PI señala que las políticas culturales tienen “un vínculo cada vez más estrecho con”, entre otras cosas, “la identidad de los pueblos y comunidades”. Subraya además, en una aparente búsqueda de neutralidad, que la política cultural no debe gobernar la cultura, sino promoverla.

Parece que resulta políticamente correcto incluir el término “cultura” en el discurso, aunque su inclusión no alcance demasiada profundidad en algunos casos. Quizás la flexibilidad del término así lo habilite, es decir, cultura con diferentes apellidos: cultura de trabajo, cultura de paz, cultura administrativa. Si bien este uso ampliado y múltiple del término puede leerse positivamente, como contracara puede implicar cierta superficialidad descriptiva, dado que cultura combina con todo.

Federico Sequeira es docente e investigador en políticas culturales en el Centro Universitario de la Región Este (Udelar).