El último tramo de la campaña electoral ha puesto en el tapete la cuestión del desarrollo. Hay quienes afirman que se oponen dos “modelos”; otros, con más rigurosidad, advierten que hay varios en juego. Sin embargo, son muchos quienes perciben que más allá de la publicidad y los debates, todas esas propuestas de desarrollo terminan siendo muy semejantes.

Es que la búsqueda del desarrollo es ofrecida como una verdad incuestionable que parece derivar de leyes inevitables. Sin embargo, es un concepto propio de construcciones históricas y culturales. Desde hace un siglo es defendida como una meta a la que todos deberíamos aspirar, pero que nunca alcanzamos completamente. Incluye componentes como crecimiento, progreso o competitividad, que son presentados como esenciales e iguales para todo el mundo. Es cierto que planes y programas, tanto nacionales como internacionales, han permitido avances en algunos aspectos que se indican como expresión de ese progreso, como puede ser el aumento de la expectativa de vida.

Pero las ideas del desarrollo, al mismo tiempo que defienden unos contenidos como positivos, activamente excluyen otros que son negativos. Festejamos los progresos, pero nos cuesta ver sus contracaras negativas. Se aplauden las sofisticadas tecnologías agrícolas como prueba del desarrollo, pero, por ejemplo, dudamos de si los alimentos que resultan de esas prácticas están libres de contaminantes. Internet y celulares permiten intercambios instantáneos de mensajes, pero a la vez parecería que la calidad de la comunicación en el barrio o el sitio de trabajo se deterioró. Tendremos una de las plantas de celulosa más grandes del mundo, pero no logramos resolver la contaminación de nuestras aguas. Miramos a los países industrializados como ejemplo de desarrollo a imitar, pero a la vez renegamos de sus modos de vida solitarios y materialistas. Esas y otras contradicciones no son fáciles de abordar porque las ideas de desarrollo precisamente también generan modos de interpretar y pensar que sistemáticamente esquivan todas esas fallas.

A pesar de todo, esos claroscuros están siendo discutidos desde por lo menos la década de 1970. Desde aquellos años ya había voces que insistían en abandonar la dependencia de seguir exportando materias primas, que advertían que no siempre había que festejar las enormes inversiones extranjeras dadas las condiciones que incluían, o que la mera implantación de paquetes tecnológicos terminaba generando subordinación. Esas polémicas nunca desaparecieron, y hoy son todavía más fuertes en muchos sitios dados los múltiples problemas que se han sumado, como la precarización laboral, la persistencia de la pobreza o la crisis ecológica planetaria. Todas ellas revisten una enorme importancia para un país pequeño y en el sur como Uruguay, pero están casi ausentes en nuestro país, donde el foco está en qué tipo de desarrollo queremos.

Sólo se acepta debatir sobre los distintos modos de organizar ese desarrollo, y para muchos resulta inconcebible aceptar que existen opciones más allá del desarrollo.

La fe y la ilusión en el desarrollo persisten. Esto no puede extrañar, ya que esas concepciones son repetidas una y otra vez desde el mundo empresarial, unas cuantas cátedras universitarias, la publicidad o los programas de los partidos políticos. Sólo se acepta debatir sobre los distintos modos de organizar ese desarrollo, y para muchos resulta inconcebible aceptar que existen opciones más allá del desarrollo. Eso es lo que está sucediendo en la actual campaña, cuando parecería que todo se reduce al crecimiento económico o a sostener que hay solamente dos modelos de desarrollo, y no mucho más que eso. Se legitiman lógicas capitalistas, individualistas y consumistas, sin dejar lugar a otros valores o concepciones del bienestar. Es como si fuera imposible pensar por fuera del paradigma del desarrollo.

Nosotros apostamos a romper con ese cerco. Desde una perspectiva crítica consideramos que las interrogantes clave ya no están en seguir buscando el mejor modelo de desarrollo, en contraponer dos, tres o cuatro versiones, sino en explorar opciones que los trasciendan. Dicho de otro modo, no seguir comparando desarrollos alternativos sino apostar por alternativas para ir más allá del desarrollo.

No debe malinterpretarse esta postura creyendo, pongamos por caso, que significa rechazar la tecnología o promover un regreso al primitivismo. Muy por el contrario, las opciones más allá del desarrollo aplicarán tecnologías, aunque seguramente serán otras o las actuales serán usadas de otros modos. Lo mismo se repite con otros componentes.

Para avanzar en ese sendero entendemos que se deben repensar unos cuantos mitos y creencias, y que mucho bien le haría al país aprovechar el año electoral para iluminar esos debates. Es necesario interrogarse si, por ejemplo, el crecimiento económico es realmente indispensable para mejorar la calidad de vida. Preguntarse si es acertado seguir festejando el crecimiento del Producto Interno Bruto, cuando en realidad ese indicador nada dice de las condiciones sociales y ambientales del país. Sopesar las implicaciones de seguir sumando el dinero de las exportaciones de materias primas, pero sin restarles el costo de las pérdidas económicas por suelos erosionados, aguas contaminadas o impactos en la salud. Asumimos que nuestro sur debe imitar al norte industrializado, repitiendo sus modos de consumir, pero en ello parecería que somos ciegos a los efectos negativos que eso acarrea. Apostamos a la productividad y la competitividad, pero a costa de dejar por el camino prácticas de solidaridad, reciprocidad y altruismo que hasta hace poco eran muy comunes. Corremos desenfrenadamente por el consumo sin saber muy bien cuáles son las consecuencias que tendrá para las futuras generaciones de uruguayos.

Son estos y otros elementos propios de la creencia en el desarrollo los que deberían estar en discusión. Ya no es suficiente seguir atrapados en las mismas discusiones que se han repetido en las últimas décadas atadas al mito del crecimiento económico, sino que es necesario imaginar otro tipo de alternativas. No pretendemos imponer respuestas, sino que, por el contrario, deseamos promover nuevas preguntas, y entre ellas aquellas que muchos se resisten a hacer: ¿cómo lograr calidad de vida más allá del desarrollo?

Mariana Achugar, Carlos Anido, Ana María Arrieta, Lía Becerro de Bengoa, Cristhian Clavijo, Paula Di Bello, Ana Filippini, Eduardo Gudynas, Víctor Marabotto y Guillermo Tomas, redactores de esta columna, son integrantes del Grupo de Estudios Críticos sobre el Desarrollo.