Todo felino que ande en la vuelta con un peso de 11 kilos podría perfectamente no ser un gato doméstico. De hecho, no debería serlo. Pero esto no es algo que afecte al maine coon, un gato relativamente nuevo en comparación a otras razas, cuyo origen ya no es Europa o Asia, sino Estados Unidos.

Aunque fresca, su historia no está exenta de lagunas. Para variar, faltan datos que expliquen con precisión el origen de la raza y, por ende, la mitología se encarga de tapar los baches. Todo indica que el punto de partida fue el estado de Maine, al noreste del país. Pero el problema reside en descifrar cómo este gato extremadamente grande llegó a aquel sitio y se convirtió en mascota.

Este mes se estrena la temporada número 6 de Vikingos, y por eso la primera teoría que veremos será la que da por sentado que los pioneros en el nuevo continente fueron unos rubios enormes con hachas. Por el siglo XI entre los tripulantes nórdicos se destacaba la raza felina bosque de Noruega, bicho grande de pelo largo que seguramente cumplía la función de guardia, para evitar que las ratas interesadas alcanzaran los granos. Una vez en América, se especula que los recién llegados se cruzaron con gatos monteses locales y que de tal amistad derivó el maine coon.

La segunda teoría relaciona a los felinos con María Antonieta, archiduquesa de Austria y reina de Francia y Navarra, quien, valga la digresión, no fue muy bien recibida en la corte francesa, donde en voz baja la trataban de perra: L’autre-chienne, le decían, un juego de palabras con autrichienne (austríaca). Su debilidad, sin embargo, eran los gatos. Cuando se estaba por tomar los vientos del país, en 1793, gracias a la Revolución francesa, junto con sus petates llevaba a unos seis gatos angora de pelo largo. Ella la quedó en la guillotina, pero los gatos viajaron hasta Wiscasset, en el estado de Maine, se mezclaron con los locales y parece que así podría haber surgido la raza.

Para abonar la tercera teoría, al menos aparece el apellido de la raza: coon. Se lo dio un capitán inglés llamado Tom Coon, que era gatero por supersticioso. La suerte del barco se relacionaba con la presencia de gatos abordo, y como buen marino que vive en altamar, juntaba muchos felinos. En algún momento el capitán volvió a Gran Bretaña y los gatos que había recogido en sus diversos destinos se cruzaron con razas presentes en gran cantidad en Europa, como el persa y el angora. A partir de allí, la gente comenzó a llamar a las nuevas cruzas Coon’s cats, y de vuelta en Estados Unidos, precisamente en Maine, en un mismo acto se los bautizó en honor al lugar y al padre de las criaturas.

La última teoría va un poco más allá. Parece que la raza se desprende del cruce de un gato salvaje y un mapache. Pero eso es inviable por donde se lo mire, aunque la versión sea muy pintoresca. A fin de cuentas, no se sabe casi nada del origen, pero al menos hay dos o tres líneas de investigación a seguir sobre una de las razas más jóvenes y populares del mundo.

Maine coon | Con un peso promedio de entre cinco y 11 kilos, son la raza de gatos más grande del mundo. Pueden llegar a vivir entre nueve y 13 años, lo que es bastante, si lo relacionamos con su peso. Dentro de sus enfermedades más frecuentes se destacan la cardiomiopatía hipertrófica felina, que con el tiempo lleva al deterioro y fallos de las paredes cardíacas, y la deformación de esternón (pectus excavatum), que comprime los pulmones y el corazón del animal. Además, pueden padecer displasias de cadera, obesidad y una curiosidad genética llamada gen rex. Este gen defectuoso es el responsable de que algunos ejemplares tengan su manto piloso todo rizado, crespo.