Resulta curioso que se vean con malos ojos, o quizás con intenciones oportunistas, las movidas que se realizan para que se deje de usar pirotecnia debido al padecimiento de las mascotas y que no se haga hincapié en las personas que también la pasan mal. Por suerte existen diferentes actores para hacerse cargo de estas cosas. En este caso el enojo no debería dirigirse a los que pregonan la erradicación de la pirotecnia a causa de las mascotas, sino, en todo caso, habría que sumarse.

Para la Organización Mundial de la Salud la exposición a ruidos mayores a 100 decibeles durante más de 15 minutos es considerada contaminación sonora, y podría dañar el aparato auditivo del ser humano. Para hacernos una idea, las bocinas de autos generan aproximadamente 90 decibeles, el motor de un avión, 120 decibeles, y los fuegos artificiales, entre 130 y 170 decibeles.

Sin embargo, el ser humano se banca más que las mascotas el tema de los cuetes. Y las razones parecen ser anatómicas, pero también hay un fundamento neurológico. El neurocientífico Daniel Glaser tiene una teoría que podría explicar esta obsesión por ver cañitas por los aires. Sucede que el sonido de una bomba enciende nuestro sistema de alerta y nos genera cierto miedo, al igual que, por ejemplo, una película de terror, aunque la sigamos mirando. El culpable es el eustress (o el estrés con el que está todo bien), que nos da una sensación muy placentera debido a la liberación de dopamina por parte del sistema nervioso.

Dicha teoría jamás podrá confirmarse en un perro, ya que difícilmente nos pueda decir si está pasando divino cuando la mecha se enciende. Pero, gracias a la anatomía, podemos explicar por qué los afecta tanto. El oído de un perro tiene aproximadamente 17 músculos dispuestos a redirigir el pabellón auricular a donde quieran, con el fin de ubicar el origen del sonido e interpretarlo. Los humanos, en cambio, tenemos nueve de esos músculos. Además está el tema de la fineza auditiva: el oído canino tiene un espectro que va de 20 a 65.000 Hz, mientras que nosotros no pasamos de los 20.000 Hz. Esto le permite detectar sonidos totalmente imperceptibles para nosotros incluso a 25 metros de distancia, incluso, por ejemplo, un trueno a diez kilómetros.

Tomando esto en cuenta suena lógico que todos los perros sufran lo que se conoce como estrés acústico. Algunos se adaptan más, otros menos, pero todos se resienten, ya que a una simple bomba que explota a un metro de distancia el perro la escucha aproximadamente tres veces más fuerte. Este miedo puede quedarse en eso o transformarse en fobia, esto es, un temor excesivo debido a la falta de habituación frente a un estímulo amenazante, sin peligro real, con una respuesta de miedo desorganizada que se intensifica y pierde su carácter adaptativo.

Qué hacer

  1. Paseos previos. Horas antes del brindis, es recomendable cansar al animal. Con eso logramos disminuir la energía que destinan a esconderse y demás. En el caso de los gatos, podemos aumentar los episodios de juego con el mismo fin.
  2. Destinar un lugar adecuado como refugio temporal. Mantener al animal en el living con nosotros no es lo ideal. Las reacciones pueden llevar a lesiones graves, escape y posible extravío, o incluso a episodios agresivos. Lo ideal es acondicionar una habitación pequeña, sin ventanas, o que estén cerradas, sin objetos peligrosos, que les brinde la posibilidad de esconderse o refugiarse, así como ponerles música con predominio de notas graves y prender, por ejemplo, un incienso. Los perros fóbicos son capaces de desarrollar todos los síntomas antes descriptos simplemente oliendo pólvora, sin necesidad de que suene una sola bomba. Ese proceso se conoce como fenómeno de anticipación.
  3. Compañía. No se aconseja dejarlos solos, pero tampoco es recomendable acariciarlos o tranquilizarlos, ya que eso aumenta la manifestación de miedo excesivo. ¿Por qué? El animal entiende que el comportamiento que manifiesta es premiado por nosotros a través de caricias, abrazos, y entonces lo intensifica.
  4. Drogas. Se debe consultar al veterinario, ya que tienen contraindicaciones y existen dosis específicas para cada animal.
  5. Niños. La idea es que el animal pase lo mejor posible aislado de los niños, ya que de lo contrario, además de un perro fóbico, tendremos niños ansiosos que pueden provocar episodios agresivos. Lo mismo ocurre si entra y sale gente todo el tiempo de la casa. Si el animal no logra evitar el momento angustiante, no dudará en escaparse y hacer del 25 de diciembre o 1º de enero un día de tristeza.