La edición 2019 del Festival de Cine Europeo comprende ocho películas y se extenderá hasta mañana, con proyecciones simultáneas en el Alfabeta y en el Punta Shopping (Punta del Este). La muestra de este año luce menos que la del año pasado: la mitad de las películas había sido estrenada en el reciente Festival de Punta del Este, entre ellas la más valiosa, El reino (Rodrigo Sorogoyen, España/Francia; hoy a las 16.00), que ganó allí el premio al mejor actor por el formidable trabajo de Antonio de la Torre y fue comentada en la cobertura de ese festival.

La boda (Noces, Stephan Strecker, Bélgica/Luxemburgo/Francia/Pakistán; mañana a las 19.15) cuenta la situación a la que se enfrenta una joven belga de familia paquistaní, que no se resigna a someterse a la costumbre nacional de los casamientos arreglados. El abordaje de la película es un poco pedagógico pero da cuenta de la complejidad de la situación (la presión de los parientes sobre Zahira, y también las presiones tribales que sufren ellos). La realización es medio elemental, pero el final trágico es contundente.

A priori, el título más prometedor de la muestra sería la nueva realización de Christian Petzold, uno de los grandes directores del cine actual. Sin embargo, en Transit (Alemania/Francia; mañana a las 17.00) decidió probarse en un terreno distinto, con un resultado menos sólido. Es un vago thriller kafkiano sobre un miembro de la resistencia contra el nazismo, en un escenario parecido al de la Segunda Guerra Mundial pero con el detalle extraño de que el vestuario, los autos y los paisajes urbanos son actuales y nos plantan en un universo de estatuto dudoso.

Escritores frustrados

Lidiar con protagonistas que son escritores siempre es una manera de impregnar a las películas de un aura de “reflexiones sobre el arte y la creación”. El árbol de las peras silvestres (Ahlat ağaci, Nuri Bilge Ceylan, Turquía/Francia/Alemania/Bulgaria/Macedonia /Bosnia-Herzegovina/Suecia; hoy a las 18.30) y Dovlatov (Alieksiey Guierman Jr, Rusia; ya no habrá funciones) tienen como personajes principales a jóvenes escritores que regresan a su ciudad luego del servicio militar. Allí experimentan la frustración de que las personas influyentes no sientan interés alguno por su literatura, y que, en cambio, les propongan escribir obras conformistas y vendedoras. Guierman, como ya es un hábito, utiliza diálogos entrecortados, en los que alguien dice algo contundente mientras el otro mira con apatía y sigue hablando de otra cosa. Es un recurso fácil, pero más digerible que los extensos diálogos de Ceylan, injustificadamente confiados en la profundidad filosófica o en el encanto poético de sus pensamientos (con algunos como “la revuelta permanente contra lo absurdo de la vida”). Más importantes e interesantes que ese costado arty son el vínculo de Sidan con su padre en El árbol... y el retrato del opresivo ambiente de la era Brézhniev en Dovlatov. De hecho, Dovlatov está fotografiada por el prodigioso polaco Łukasz Żal, en tonos apastelados, foco corto y unas elaboradas coreografías de cámara. El estilo de El árbol... es más sencillo, pero son preciosos los panoramas del paisaje rural, y hay unas sensuales digresiones de la cámara por las hojas de los árboles.

Británicos

No pude ver Los papeles de Aspern (Julien Landais, Reino Unido/Alemania). Las demás películas británicas de la muestra pretenden (sin lograrlo) un estándar de producción y realización a lo Hollywood, y las dos están basadas en historias reales.

Rey de ladrones (King of Thieves, James Marsh, Reino Unido; ya no hay funciones) cuenta la historia del mayor robo perpetrado en Gran Bretaña. Ocurrió en 2015, con el detalle curioso de que los ladrones eran casi todos viejos. Ese es el pretexto para un reparto de luminarias históricas del cine inglés (Michael Caine, Jim Broadbent, Tom Courtenay) y unos breves planos de viejos thrillers con esos mismos actores cuando eran jóvenes, que parecen evocar la larga trayectoria de los personajes en el crimen. Quien se espere una clase magistral de actuación se va a decepcionar, ya que esos grandes actores poco pueden hacer con un guion rudimentario, que no logra construir situaciones que justifiquen los cambios anímicos –de la confianza a la desconfianza, a la disposición a traicionar, al odio, y de vuelta a la amistad–. Los realizadores insisten en darle un aire de joda a todo, con una banda musical groovera y salpicada de canciones pop, chistes tontos sobre la vejez y un montaje que parece enorgullecerse de cuántos planos distintos logra comprimir en un minuto de cine.

Entre la razón y la locura (The Professor and the Madman, Irlanda/Francia/Islandia; hoy a las 22.00). La historia, en este caso, es fascinante: el filólogo James Murray, obsesionado por llevar adelante el monumental Oxford English Dictionary (que le tomó casi medio siglo de trabajo arduo), y del principal colaborador del proyecto, que resultó ser un asesino internado en un manicomio. Aunque los detalles de la historia parezcan una expansión novelada de los eventos reales, al parecer todos son ciertos. Mel Gibson, que originalmente quería dirigir esta película, se quedó con el rol de Murray, que desempeña en forma estupenda, con su voz corpulenta, su dicción cuidada y su mirada aguda y obsesionada. La realización, sin embargo, parece ser la de un alumno talentoso luego de cursar el primer semestre en alguna escuela de cine, ansioso por mostrar lo que aprendió: un diálogo pacato está tomado con una nerviosa cámara en mano; cualquiera que sube o baja una escalera es seguido de cerca con una Steadicam; cuando de casualidad los personajes pasan cerca de un partido de hockey la cámara se desliza junto a los pies de los jugadores; y cuando encierran al colaborador en su celda se escucha el sonido contundente del cerrojo en un dramático plano de detalle.