Individualismo meritócrata. Fundamentalismo de mercado. Misoginia. Conservadurismo. Esvásticas. Antisemitismo. Bienvenidos al futuro distópico que nos prometió una buena parte de la literatura de los últimos 60 años.

La política no es ajena a la tercera ley de Newton. Es normal, y probablemente sano, que cada avance tenga su respuesta en el sentido opuesto. Es probable que, durante mucho tiempo, se haya tendido a pensar que muchas cosas no debían ser discutidas y que las ideas conservadoras debían ser desestimadas sin más. Hoy, la coyuntura socioeconómica las sacó a la luz a la fuerza; en este sentido, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es clave para entender la radicalización conservadora. Así como el movimiento Black Lives Matter fue confrontado por marchas de supremacistas raciales que defienden “su derecho a preservar la raza blanca”, el auge global de la cuarta ola del feminismo dio lugar también a un movimiento extremadamente reactivo que se planteó como oposición al progresismo en asuntos de género.

Inicialmente, podía verse como un mero oponente conservador a las mujeres que luchan por demandas no atendidas (legalización del aborto, techo de cristal en el mercado laboral, etcétera) y de nuevas generaciones (visibilización del acoso callejero y demás micromachismos), pero hoy es alimentado por un discurso de odio con justificaciones que van desde el mero resentimiento hasta interpretaciones deformadas de la biología, dando lugar al planteo de la existencia de un orden natural que explica la supuesta superioridad de determinadas características físicas a la hora de conseguir pareja o la división de tareas laborales. Esto representa un grave riesgo en términos reales para un enorme sector de la población, en tanto que aquellos que no se sientan compatibles con dichas características se resignen ante “lo que no pueden cambiar”.

Los perpetradores y las víctimas de estos discursos, se infiere, son mayormente adolescentes, sector etario que tiene enormes dificultades de integración en un mundo que, desde finales de los 80, no hace más que romper los mecanismos de socialización tradicionales, sustituyéndolos por productos culturales prefabricados, cultivando identidad, distanciamiento de la política y relaciones anónimas vía internet. ¿No fue un contexto socialmente similar a este el que propició el auge del fascismo a principios del siglo XX?

Hannah Arendt decía en Los orígenes del totalitarismo (1951): “Los movimientos totalitarios son posibles allí donde existen masas que, por una razón u otra, han adquirido el apetito de la organización política. Las masas no se mantienen unidas por la conciencia de un interés común, y carecen de esa clase específica de diferenciación que se expresa en términos limitados y obtenibles [...] no pueden ser integradas por ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en las organizaciones profesionales y en los sindicatos”.

Bien puede parecer exagerada la referencia, ya que ante un terror semejante sólo es normal reaccionar con la negación. Pero es precisamente esa la señal del terror haciendo su trabajo. Que esta nueva forma de fascismo se presente como liberal es sólo el mecanismo de defensa para explicitar que hará lo que se espera que haga el fascismo: defender a las elites capitalistas.

De neofascistas y bebedores de té

Entender las expresiones conservadoras en América Latina por sí solas puede resultar confuso si no comparamos nuestro proceso con el ya vivido en Estados Unidos. Por contingencias históricas, en Estados Unidos no hay una percepción del marxismo como algo políticamente gravitante, lo que vuelve innecesaria la persecución estrictamente ideológica (recién ahora se está asociando a los demócratas con el socialismo por pedir que la gente no tenga que endeudarse de por vida a causa de una internación); por lo tanto, un rasgo característico de la alt-right fue que pudo plegarse a una construcción política con un discurso abiertamente de odio hacia las minorías, en favor de la preservación racial y cultural, de una forma más efectiva. Esto no fue de la noche a la mañana, y si durante décadas el Partido Republicano había intentado mantener esa línea lejos de la visibilidad, podría decirse que el movimiento cobró vida propia y fue volviéndose extremista de forma escalonada. Se observa cierta continuidad entre el Tea Party (en su momento visto como una expresión radical del conservadurismo) y el actual armado de la alt-right de Trump: Mike Pompeo y Rand Paul provienen de allí. La agenda del Tea Party promovía, a grandes rasgos, una serie de recortes fiscales y reformas impositivas, con una fuerte influencia del liberalismo conservador que le permitió de forma coherente captar adhesiones de sectores reaccionarios.

Con la llegada de Trump a la escena política, hay un desprecio por el debate de un programa económico serio: sólo se apresta a decir que creará millones de empleos y que volverá a hacer grande al país (Make America Great Again). Es también eje el problema migratorio, al tiempo que se empieza a notar un discurso cada vez más radical con esbozos racistas, aunque “mesurados” si los comparamos con lo que esperaba detrás.

Agrupaciones neonazis como Atomwaffen o Proud Boys fueron consecuencia directa de la normalización de discursos de odio, del uso difuminado de términos con connotaciones extremistas de funcionamiento casi pavloviano. El paso del discurso a la práctica estaba plenamente advertido, por mucho que se haya intentado bajarle el precio planteando la idea de que eran “frases arriesgadas para llamar la atención”. ¿Qué buscaba Bolsonaro al decir que las expresiones de izquierda no tenían lugar en Brasil?

Es obvio tener que aclarar lo obvio: si el fascismo vuelve, no lo hará con paso de ganso y actos multitudinarios filmados por Leni Riefenstahl. La praxis por ahora resulta una incógnita, más allá de las medidas brutales para repeler la inmigración, las manifestaciones extremistas como la de Charlottesville, en el estado de Virginia, Estados Unidos, en 2017 o los ataques terroristas. Las celdas de la Oficina de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos, al igual que el asesinato de Marielle Franco en Brasil, marcaron un punto de no retorno: de todas las soluciones posibles, se eligieron las más atroces.

La alt-right del sur

Viendo cómo escaló la violencia en el hemisferio norte, podemos trazar algunas similitudes y diferencias respecto de los nuevos movimientos reaccionarios en América Latina. En primer lugar, es fácil notar la ausencia de un relato identitario o racista. Pero, por otra parte, la fetichización de la libertad como garante del crecimiento económico, marcando una fuerte dicotomía a nivel ideológico entre liberalismo y colectivismo, y la reiterada idea de que se debe “achicar el Estado”, son compatibles con el programa del Tea Party.

Los conservadores de acá nos cuentan que los valores occidentales no son atacados por otras etnias, como los musulmanes o los latinos (eso sería gracioso), sino por la “ideología de género” o el “marxismo cultural”. No voy a ahondar en demasiados detalles respecto de estos términos ya harto repetidos, pero sí señalar que son de una vaguedad inmensa y que se los usa para deslegitimar todo reclamo progresista. La sola idea de que el comunismo planea destruir Occidente horadando los valores morales cristianos es absurda. ¡Como si le faltasen fallas al mismo capitalismo que no pudiesen ser explotadas!

Otro punto en común es la búsqueda de un academicismo que, en ciertas ocasiones, roza la sobreactuación. Las ya mencionadas incursiones en la teoría política y económica son expuestas desde think tanks como Fundación Libre, Centro de Estudios Cruz del Sur (Argentina) o Agrupación Libertad (Uruguay); no obstante, nunca encontramos un desarrollo de ciencias sociales serio y bien fundado, más allá de algunas columnas en diarios e intervenciones de poco contenido en la televisión.

El reciente debate por la legalización del aborto en Argentina operó como la coyuntura perfecta para el resurgimiento de la narrativa conservadora católica de siempre, con el agregado de una reivindicación machista que en cualquier otro contexto habría resultado absurda y desagradable, pero que hoy está institucionalizada. El antifeminismo es un componente central en la alt-right porque supone una defensa de la familia nuclear cristiana que es histórica en el conservadurismo. Muchas de sus reivindicaciones están relacionadas con cómo el feminismo, supuestamente, está privando a los hombres de su identidad y de su capacidad de conseguir parejas. Este razonamiento es llevado a tal extremo que se conformó un movimiento de hombres que se rehúsan a relacionarse con mujeres (MGTOW, “Hombres que toman su propio camino” en inglés), una subcultura online basada en la manipulación de la biología y las ciencias humanas para explicar de forma dogmática la dinámica marital. Una cosa lleva a la otra, y si uno escarba en foros de incels (célibes involuntarios) puede encontrar comentarios refiriéndose a las mujeres como bolsas reproductoras. ¿Cómo terminan estas historias? Suicidios anunciados, o masacres como la de Elliot Rodger.

A tomar nota: existe en Uruguay una agrupación llamada Varones Unidos, cuya plataforma consta de reivindicaciones al liberalismo, el identitarismo y los valores cristianos. Se definen como un movimiento reactivo al feminismo, que supuestamente promueve la misandría; esto lleva a pensar que la percepción trastocada de una situación presentada como hostil o “de guerra” puede incentivar acciones violentas “en respuesta”.

Hay un nexo obvio con quienes, al día de hoy, se presentan como las figuras más conocidas de la alt-right en América Latina: Agustín Laje y Nicolás Márquez. Provienen del seno de agrupaciones que durante las últimas décadas defendieron a los responsables de crímenes de lesa humanidad en la última dictadura argentina. Márquez tiene una larga carrera en el revisionismo histórico, que incluye biografías de personajes históricos e intervenciones mediáticas relativamente marginales. Márquez es admirador de autores fascistas (lamentó la muerte de Salvador Borrego, autor de revisionismo negacionista del Holocausto, y se confesó lector dedicado de su obra); tiene un registro verbal muy agresivo y quizá por este motivo la derecha buscó a alguien más cercano generacionalmente al nuevo público, con una imagen más “limpia”. Ese es precisamente el rol de Laje, darle una nueva cara al asunto: la influencia de personajes como Ben Shapiro y Jordan Peterson es innegable y puede notarse, por ejemplo, en el constante énfasis puesto en “destruir” a sus interlocutores, dar una apariencia científica a ideas reaccionarias y hacer fuerte hincapié en los valores de la libertad de expresión.

Una breve recorrida por la tuitosfera que los apoya nos muestra un abanico ideológico que va desde liberales clásicos hasta replicadores “irónicos” de simbología nazi, negacionismo del Holocausto y racismo explícito. Gradualmente, estos actores insertan determinadas ideas dentro de lo pensable planteando falsos dilemas, o haciendo “chistes” en base a memes con la imagen de happy merchant, cuya circulación aumentó inmediatamente después de la masacre en la sinagoga de Pittsburgh ocurrida en octubre del año pasado. Las bromas antisemitas eran sólo bromas hasta que dejaron de serlo. El antisemitismo es un tópico particularmente peligroso en Argentina, teniendo en cuenta sus antecedentes históricos: hace 100 años, la Liga Patriótica ya enlazaba al judaísmo con el marxismo, al tiempo que coordinaba acciones violentas mediante grupos parapoliciales con el fin de reprimir al movimiento obrero. Esta organización se cobró casi 2.000 vidas.

Existe la opinión generalizada de que debatir con estas personas no tiene demasiado sentido, porque son sofistas y es imposible llegar a una conclusión bien intencionada respecto de ningún tema. Esto no es necesariamente cierto, mientras sepamos lo que estamos haciendo y, sobre todo, podamos controlar la audiencia que reciba este mensaje. Laje es politólogo, pero centra su discurso en que el “lobby gay” deforma el conocimiento científico violando las leyes de la biología. Puede hacer esto porque ningún biólogo le demostró que los últimos 20 años de la ciencia lo refutan. Javier Milei puede hacer analogías perversas para argumentar que el Estado no debe existir porque no hay economistas serios dispuestos a evidenciar la inviabilidad de sus ideas. Deben ser debatidos en los contextos apropiados y con las reglas claras, jamás esperando que discutan de buena fe.

Sin embargo, fuera del mundo digital las señales están siendo mucho más claras.

No rendirse

Me interesa sugerir nuevas maneras de articular los reclamos dentro y fuera del feminismo. Claramente, hoy se resignifica la idea de abrir los brazos y revisar las propias prácticas discursivas –en especial, puertas adentro del progresismo, lo que Mark Fisher llama “salir del castillo del vampiro”–. Pasamos mucho tiempo hablándole a nuestra propia tribuna, alejándonos tanto de todo lo que nos resultaba ajeno, que muchas personas se sienten perplejas y confundidas por el resurgir del antisemitismo y el racismo, que parecen haber echado raíces en nuestras narices sin que lo hayamos notado. Es momento de reformular todos nuestros preconceptos y asumir que nos equivocamos, para empezar, en no darle la atención que se merecía a la juventud. Es el momento de una propuesta estéticamente amigable, lejos de dogmatismos e ideas arcaicas. En este sentido, no puedo dejar de recomendar el invaluable trabajo realizado por youtubers como Philosophy Tube y ContraPoints.

Sabemos que, en el contexto actual (expectativas truncas, falta de acceso a la vivienda y a trabajo digno, desconfianza en el sistema previsional, falta de representación política), ofrecer a las nuevas generaciones una identidad asertiva, que canalice las frustraciones en un odio dirigido a un objetivo alcanzable es terriblemente magnético. Combatir al fascismo es ciertamente importante, pero es aun más importante ofrecer una alternativa ideológicamente saludable que ataque la raíz del problema: se apela al fascismo porque es el síntoma de los defectos de la sociedad capitalista. Se llega al fascismo por dejar de lado toda crítica constructiva y racional al sistema, tildándola de colectivista o impensable. El odio a las mujeres, a los homosexuales, a los pobres, a los judíos, a los negros, no es locura: es la necesidad de desviar la mirada lejos de los verdaderos responsables del colapso.

Crear ámbitos de solidaridad, alternativas a la deshumanización, y refugiarnos en nuestras pasiones, como el arte, el humor y los afectos, es la única forma de mantenernos cuerdos y con voluntad de pelear. Buscar nuevos espacios físicos donde compartir experiencias, debates, es algo que toma más valor que nunca ante una ola de individualismo y aislacionismo. Ante un proyecto colapsado y donde cada aspecto de nuestras vidas fue degradado, resulta indispensable pensar las soluciones de forma conjunta: harán falta economistas, psicólogos, urbanistas, filósofos y un sinnúmero de etcéteras. Hará falta muchísima humildad y dejar de lado muchas intransigencias y, por sobre todo, reinventar el amor.

Sofía Vázquez es una activista y ensayista argentina, dedicada a monitorear y estudiar la actividad de grupos radicales en internet, columnista de nadarespetable.com.