Próximamente se cumplirán 91 años del 1º de abril de 1928, cuando el maestro Jesús Aldo Sosa (1905-1982) –más conocido como Jesualdo– se trasladó desde Montevideo hasta la localidad de Canteras de Riachuelo, en el departamento de Colonia, para comenzar una experiencia pedagógica innovadora. Allí aplicó lo que él llamó Programa de Extensión Cultural para la Educación Rural, que marcó un hito en su trayectoria intelectual y profesional, así como en la historia de la educación uruguaya.

Sosa fue uno de los más importantes referentes de la pedagogía uruguaya del siglo XX y, aunque con una fecunda producción literaria, paradójicamente fue de los más negados dentro de la agenda pedagógica nacional. Su trayectoria académica, sus diversas investigaciones y producciones y su cultura general lo muestran en la vanguardia de los movimientos pedagógicos de la época. Su intelectualmente rigurosa labor y su actitud de compromiso frente a la tarea bien podrían ser la musa inspiradora para los docentes de hoy, que no encuentran líderes pedagógicos modélicos a quienes mirar y con quienes identificarse.

La escuelita y la zona

Jesualdo se formó como docente en Montevideo y al tiempo se casó con la directora de la escuela de Riachuelo, María Cristina Zerpa, por lo que se estableció en dicha localidad, con el claro propósito de innovar. Venía de desempeñarse como maestro en varias escuelas de la capital, pero no le habían conformado sus prácticas pedagógicas, pese a ser catalogadas como de vanguardia.

Al pedir el traslado de la capital a una escuela rural del interior, Sosa reconoce que su propósito pedagógico tenía que ver con averiguar aspectos de la expresión infantil que le preocupaban desde su titulación como maestro, y a los que desde el rol de maestro rural podía dar cauce. Según relata el maestro en el libro 17 educadores de América (1945), su traslado fue una “escondida venganza contra la despersonalización que la escuela realizaba del individuo”.

Más allá de las razones personales, el traslado de Sosa a la escuelita de Canteras de Riachuelo fue una forma de escapar a los constantes señalamientos sobre su desempeño docente –entre otras razones, por sus frecuentes salidas didácticas y otras experiencias para entonces novedosas– que le hacían las autoridades del Consejo de Educación Primaria: “Diríamos por su ‘audaz valentía’ para reaccionar contra los dictados de una escuela demasiado servil a lo estatuido”, según se recoge en el libro Noticias biográficas de Jesualdo, de 1981. De allí la desilusión que le ocasionaba el funcionamiento del sistema educativo, así como la formación pedagógica recibida en él.

Canteras de Riachuelo se dividía en dos partes: arriba la cuchilla y abajo la costa. En la cuchilla estaban los pequeños propietarios, en la costa vivían los que no tenían casa propia, quienes formaban asociaciones de diversos tipos. Se agrupaban en casillas de zinc y madera, y en ranchos en mal estado, destruidos, calados, de terrones vencidos y todos de paja espaciada. Las casas eran de una pieza chiquita, de tres metros por cuatro y albergaban a tres o cuatro obreros. El núcleo habitacional constaba de cocina, comedor, cuarto, sala de baile, etcétera. Enmarcando la escena estaban las canteras de granito, la arena y el agua.

El arroyuelo que corría por el lugar servía de desagüe para el muelle. Las canteras de granito acompañaban las torsiones del Riachuelo. Seis canteras de piedra sobre los bordes eran explotadas, golpeadas con marrón, a cambio de bajos salarios para quienes lo hacían. La arena obtenida de la tierra costaba solamente diez centésimos; la vagoneta, el cuarto y el rancho costaban seis pesos al mes. Todos eran hijos de picapedreros, de trabajadores y de lavanderas... hijos de obreros, hermanos de obreros y obreros también ellos: “Niños luminosos, con la boca sufrida y los ojos oscuros y escrutadores. Hijos de rusos, de checo-eslovacos, de griegos, de italianos, de rumanos [...] un poco marchitos como llevando un bolsón de penurias debajo del guardapolvo”, describe Sosa en Vida de un maestro, de 1935.

Para Jesualdo Sosa no eran niños como todos. Los veía un poco agotados, como soportando bajo su túnica una mochila de privaciones. Sus padres tampoco eran como todos. Eran obreros que trabajaban en las canteras y que al llegar de los talleres y de los areneros se los veía con el saco atravesado en el hombro, la gorra caída, la boca apretada y el paso apesadumbrado. “Acaba de llegar una chata más, cargada de hombres rubios, llenos de hijos. La aldea se va llenando como un cementerio, de muertos. Sí, más tumbas. ¿Qué otra cosa, sin trabajo los más, desde dieciséis meses atrás? La población de esta aldehuela del sudoeste, enclavada entre peñascos y médanos, sobrepasa de dos mil bocas”, observaba Sosa.

El milagro

En este escenario, la empresa Ferro, encargada de la explotación de las canteras, no estaba funcionando. Sus obreros, por lo tanto, se hallaban sin trabajo. Jesualdo, teniendo como alumnos a la mayoría de sus hijos, apostó a la educación como instrumento de cambio social. Es así que, atendiendo a las diferencias individuales de sus alumnos, desde su motivación y deseo, con estrategias de aprendizajes homogéneas y heterogéneas y sin perder de vista el desarrollo de la expresión creadora, introdujo en el aula temas silenciados por el sistema educativo uruguayo como el trabajo, la religión, la sexualidad o la muerte.

Y ocurre “el suceso”: la escuela y los alumnos se cargan de vida. Los niños trabajan en grupo, investigan sobre temas ocasionales y circunstanciales, planifican salidas didácticas (a la lechería Kasdorf o a la fábrica Fanapel, por ejemplo) de acuerdo a sus intereses e integrando asignaturas. Toman conciencia de los derechos y deberes de los trabajadores, fabrican alpargatas para donar a los niños más necesitados, encuadernan sus trabajos, cantan, danzan, juegan al vóleibol, al fútbol y al básquetbol, dibujan, escriben, organizan y custodian la disciplina en el aula; todo bajo la atenta mirada del maestro, quien acompaña, tolera pacientemente y pone amorosamente el límite adecuado, en el pleno ejercicio de su autoridad docente. Se trata de algo extraordinario para la escuela rural de entonces.

Dice Sosa en Vida de un maestro: “Y lo cierto es que yo amo entrañablemente a estos muchachos, con quienes aprendo, cada día que pasa, a ser más humilde”. En ese libro, un campesino del lugar le destaca: “¡Usted es un hombre de paciencia tremenda!”.

María, una ex alumna, recuerda de Jesualdo su compromiso con la comunidad escolar: “Un hombre que era para el pueblo. Él visitaba mucho a los padres, le gustaba hablar con ellos”. “Él ayudaba a la gente. Si podía ayudar, ayudaba”, agrega. Julia, ex directora de la escuela 56 de Canteras de Riachuelo, que lleva el nombre de Jesualdo Sosa, destaca: “Cuando uno lee Vida de un maestro se da cuenta de que Jesualdo enseña mucho basado en el entorno, lo que ahora se llama contextualizar, él lo hacía habitualmente. Encuentro relatos que no estaban en los libros de la escuela, sobre lo que hacía por fuera del horario escolar, como el trabajo con los padres y cómo él los asesoraba: que tenían que luchar por sus derechos o trabajar por un salario más digno”.

Más allá de la escuela

Finalmente, Jesualdo Sosa fue destituido durante la dictadura de Gabriel Terra. Tiempo después, se presentó en el Consejo de Enseñanza Secundaria al llamado a aspiraciones para dictar Literatura y obtuvo el cargo de profesor.

En el exterior obtuvo amplio reconocimiento. A fines de 1935 y debido al éxito obtenido en Buenos Aires con su novela autobiográfica Vida de un maestro, dictó varias conferencias en centros de enseñanza y culturales en dicha ciudad y también en La Plata, la Patagonia, Córdoba y Santa Fe. También lo hacía en Uruguay, en los Institutos Normales de Montevideo, en Paysandú, en las Universidades Populares, entre otros espacios. En 1939 fue invitado por el gobierno de México, bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, para colaborar en los planes de educación. Allí fue contratado como “técnico asesor” de la Secretaría de Educación de Gonzalo Vázquez Vela y como profesor de la Escuela Nacional de Educación en las áreas de Ciencias de la Educación, Literatura y Teatro Infantil.

Regresó a Uruguay en 1944, ya terminada la dictadura de Terra, y fue nombrado asesor en el Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social. A consecuencia del fallo del tribunal para “destituidos” durante la dictadura, lo designaron profesor de Pedagogía en los Institutos Normales. Además, se le reconocieron sus años de servicio para el cómputo jubilatorio y se lo indemnizó con sueldos devengados en el tiempo en que duró la destitución. En ese momento se afilió al Partido Comunista del Uruguay (PCU).

En 1945 fue designado profesor de Historia de la Educación en los Institutos Normales y en 1946 concentró todas sus horas docentes de Enseñanza Secundaria en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA) de Montevideo, en preparatorios diurno y nocturno, y en el liceo 1 en el nocturno.

Su afiliación al PCU en 1944 le valió para visitar todos los países del bloque. Es así que en 1951 fue invitado con otros uruguayos a asistir a las conmemoraciones del 34º aniversario de la Revolución de Octubre, en la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. A fines de ese año, a su regreso a Uruguay intervino en numerosos actos a propósito de la situación socioeconómica y cultural de los países socialistas. En 1961 fue invitado por la Unión de Escritores Cubanos y por el gobierno de ese país a colaborar con la educación. Una vez en La Habana, tomó contacto con Armando Hart, entonces ministro de Educación de la Revolución, vínculo que lo conduciría a sumarse inmediatamente a la dirección de la Campaña de Alfabetización en Cuba, en la que participaba todo el pueblo para eliminar el analfabetismo, presente aproximadamente en un millón de personas.

Su otra gran pasión era la escritura. Ema, familiar directa de Sosa, lo recuerda con una escena de entrecasa: “Tenía un escritorio muy grande, con un vidrio, con fotos debajo... fotos con Rafael Alberti, con Pablo Neruda, con Fidel Castro, y otras gentes importantes, además de fotos de la familia. Arriba de ese escritorio tenía un montón de distintos libros apiladitos. Era un hombre muy organizado, y ¡que no le faltaran el clip ni su máquina de escribir! Él vivía tecleando y lo hacía con dos dedos. Era muy metódico, tenía un horario para ir a su escritorio, para sentarse a trabajar. Estaba toda la pared de la casa tapizada de bibliotecas. ¡Era impresionante la cantidad de libros que había! Jesualdo era de subrayar los libros, dejar anotaciones y adjuntar artículos de diarios que comentaban libros”.

Pedagogo olvidado

La extensa bibliografía de Sosa permite dimensionar su formación multidisciplinaria, su capacidad para desarrollar responsablemente y con honestidad intelectual la mayor diversidad temática. El desarrollo de su pensamiento multidimensional, así como su producción literaria, incluyen el estilo poético, histórico, novelístico, periodístico y pedagógico. Buscó formarse con múltiples representantes de la cultura y de la política nacional e internacional.

La magnitud de su trabajo y la fecundidad de las diferentes representaciones en que se desplaza dejan en claro el compromiso profundo de su obra literaria: el humanismo integral que permitía relacionarse con él desde múltiples facetas. Los especialistas en educación están vinculados a él por medio de su biografía, pero las investigaciones académicas sistemáticas acerca de la imagen del citado pedagogo son prácticamente inexistentes. Parecería que su memoria hubiera sido interrumpida por la última dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985), que operó a modo de corte en la transmisión generacional, dejando al maestro olvidado y al margen de la historia de la pedagogía nacional y latinoamericana. Al no figurar en las historias clásicas de la educación y la pedagogía, su figura resulta marginal y/o excluida.

Rescatando su imagen

En vistas de las actuales políticas educativas uruguayas y en un contexto de mundo cambiante, en el que se reclama actualización en torno al tema de la educación y especialmente en su articulación con el trabajo, su vigencia es indiscutible. A su vez, y desde este enfoque, invocar a Jesualdo Sosa es un llamado a desempolvar y abordar al maestro y pedagogo uruguayo y sus contribuciones como figura modélica respecto al rol docente.

De personalidad exigente, con un acentuado sentido de responsabilidad que daba cuenta de sólidos valores morales y con una actitud de cierta intransigencia ante la postura ideológica de otros enfoques, siempre sostuvo una ética docente de respeto por sus alumnos (camaradas, como solía llamarles) y de entrega profunda por los más necesitados de la aldea de Riachuelo. Y jamás hipotecó el futuro de sus niños ante la deficiencia académica de alguno de ellos. Fue consecuente y honesto en su accionar y con su ideario pedagógico, al que no renunció ni aun en sus últimos años.

Las huellas de Sosa en Riachuelo siguen a la vista. Según Julia, ex directora de la escuela 56, las características geográficas del pueblo se conservan, lo que inspira a muchos artistas. A la ex directora le sorprenden las manifestaciones artísticas y el gusto por la expresión creadora que existe entre los pobladores de Riachuelo y que, como docente, no había visto antes en ningún otro centro educativo. “Cuando empiezo a notar esas características, que no había encontrado en otras escuelas en las que había trabajado y comienzo a estudiar la obra pedagógica de Jesualdo, la única línea común era esa: Jesualdo Sosa. Creo que a su pedagogía la deben de haber adoptado como política institucional, de tal modo que los alumnos, fueran de Jesualdo o no, salían con ese espíritu de expresión tan particular, y que no es común advertir en otras localidades. Estamos hablando de tres y cuatro generaciones después; por eso siempre digo que ‘el espíritu de Jesualdo ha quedado sobrevolando la zona’”, afirma la docente.

Después

Jesualdo Sosa falleció de un síncope cardíaco el 28 de diciembre de 1982. Actualmente cuatro centros educativos llevan su nombre: uno en Caracas, Venezuela; otro de educación básica primaria con preescolares en Santiago de Chile; también la escuela rural 56 de Canteras de Riachuelo, en Colonia, Uruguay; además de la escuela 329 de Piedras Blancas, en Montevideo.

Los nombres de los testimonios de este artículo son ficticios, para preservar la identidad de los autores

Elizabeth Ponce de León es doctora en Ciencias de la Educación (UBA), magíster en Educación (ORT), licenciada en Psicología, maestra, docente de nivel terciario y universitario. El presente artículo surge de su investigación en su tesis de doctorado.