“Dios encima de todo. No quiero esa historia del Estado laico. El Estado es cristiano y la minoría que esté en contra, que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías”. “No es una cuestión de colocar cupos de mujeres. Si ponen mujeres porque sí, van a tener que contratar negros también”. “Con seguridad, 90% de los hijos adoptados [por parejas homosexuales] van a ser homosexuales y se van a prostituir”.
Los dichos de Jair Bolsonaro cobran más notoriedad que los de los fundamentalistas vernáculos. Es lógico: el señor llegó a ser presidente de Brasil y los nuestros recién acaban de convencer a la precandidata del Partido Nacional Verónica Alonso. Sin embargo, otro precandidato, Carlos Iafigliola, acaba de contestarle a la Intersocial Feminista (que a todas las candidaturas les solicitó el compromiso de defender las leyes de matrimonio igualitario, despenalización del aborto, identidad de género, la ley integral para las personas trans, etcétera) que a lo que se compromete es a trabajar para que se deroguen todas esas normas, que atentan contra “la” familia y el “orden natural”.
Lo nuevo no es que haya fundamentalistas. Lo nuevo es que en nuestra región, desde que Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, crean que tienen licencia para insultar e incumplir las leyes contra la discriminación que prohíben los discursos de odio.
Esto me recordó que hace más de 20 años se difundió en internet la carta de un ciudadano estadounidense (del que hasta hoy mismo no he podido conocer el nombre) que le respondía a la locutora/pastora Laura Schlessinger todos los disparates que decía en su programa de radio contra quienes no seguían los preceptos bíblicos al pie de la letra: los homosexuales, las feministas, los ateos, etcétera. Apegándose al pie de la letra a los “fundamentos” bíblicos, el ciudadano le preguntaba: “Me gustaría vender a mi hermana como esclava, tal y como indica el Éxodo, 21:7. En los tiempos que vivimos, ¿qué precio piensa que sería el más adecuado?”; “El Levítico 25:44 establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mexicanos pero no a los canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer canadienses?”; “Sé que no estoy autorizado a tener contacto con ninguna mujer mientras esté en su período de impureza menstrual (Levítico 5:19-24). El problema que se me plantea es el siguiente: ¿cómo puedo saber si lo están o no? He intentado preguntarlo, pero bastantes mujeres se sienten ofendidas”.
Los discursos de los antiderechos no son nuevos. Son los mismos que hace más de 100 años estaban en contra del voto universal –del de las mujeres en particular–, del divorcio, de la tenencia compartida de los hijos, de la titularidad de las propiedades, etcétera, etcétera. En contra de los derechos humanos que los movimientos sociales, la ciudadanía, lucha a lucha, fue consiguiendo a lo largo del último siglo.
Giulia Tamayo1 decía: “Los fundamentalismos contemporáneos apuntan al derrumbe simultáneo de la razón y su agente, el sujeto autónomo”. El sujeto autónomo. Eso es lo que los fundamentalistas no pueden soportar, y por eso su ataque furibundo al feminismo es expresión de su resistencia a los cambios, a los avances que hemos logrado en la cultura política, en la normatividad estatal, en la cabeza y los corazones de esas y esos sujetos autónomos en que cada vez más nos estamos convirtiendo todos y todas. Son reaccionarios y por eso reaccionan: la acumulación política de los movimientos sociales, y del feminismo en particular, más que una ola es, como dicen las españolas, un tsunami contagioso que está logrando abrir puertas y ventanas, airear las casas, los sindicatos, los parlamentos.
Lo nuevo es que, debido a la acumulación política de todas esas luchas, el feminismo está presente en la agenda pública y a ellos se les va a caer toda la estantería. Se perdió el año pasado la despenalización del aborto en Argentina, pero ¿alguien duda de que en ese país hay un antes y un después del pañuelo verde? ¿Alguien cree, se llame Iafigliola, Gerardo Amarilla o Álvaro Dastugue, que en Uruguay podrán revertirse los derechos conquistados? ¿Que las jóvenes que nacieron pudiendo ser más autónomas, empoderadas y libres que la generación anterior volverán a ser ciudadanas de segunda?
Los fundamentalistas no saben cuántos feminismos hay y no pierden tiempo en contarlos, pero saben que si no paran al feminismo “el patriarcado se va a caer”, como dicen los cantos en todas las calles de América Latina y el Caribe.
Celebremos las ocupaciones universitarias. Celebremos las marchas gigantescas contra la violencia. Celebremos los paros maravillosos de los 8 de marzo. Pero generemos siempre alianzas con los otros movimientos. Hoy somos las feministas las que estamos en la mira, pero no hay que engañarse: los antiderechos van contra todo lo que suene a derechos humanos, desde un colectivo LGBTI y una organización de mujeres hasta la plataforma de un sindicato o un organismo de Naciones Unidas.
Menos mal que, citando a Giulia de nuevo: “Hay irreductibles que no inclinan su razón a los predicadores de dogmas incuestionables, y asumen los riesgos de la apostasía. Hay de los que organizan colectivamente sus resistencias y hay de los que hacen gestos personales a modo de rituales de transgresión cotidiana... la sencilla expresión de un jubilado en Grecia, el emigrante que alcanza una costa en Tarifa, la mujer que aquí o allá burla los dictados de las jerarquías religiosas”.
Los fundamentalistas querrían que las mujeres nos dedicáramos casi que exclusivamente a “servir a los otros”. No saben que la Biblia hay que leerla con una mirada moderna, porque si no sería legal pedir la pena de muerte para quienes trabajan los sábados (Éxodo, 35:2) y para todos los que usen el pelo corto en las sienes (Levítico 19:27). Atenti, obreros de la construcción y hipsters!
Con el mayor respeto a algunos de los valores éticos y literarios de la Biblia, espero no estar atentando contra ellos si, parafraseando al ciudadano desconocido, me niego a que los varones puedan vender como esclavas a sus hermanas, tal como lo autoriza el Éxodo, 21:7.
Lucy Garrido es integrante de la organización feminista Cotidiano Mujer.
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En su artículo “En la mira de los fundamentalismos” del libro Tu boca fundamental contra los fundamentalismos, AFM/Cotidiano Mujer, 2003. ↩