A Neil Marshall le gustan las causas perdidas. En Game of Thrones dirigió dos episodios fundamentales en los que los planes invasores no se concretan como ellos esperaban: “Blackwater” (temporada 2, episodio 9), sobre la batalla en la bahía de la capital del reino, y “The Watchers on the Wall” (temporada 4, episodio 9), acerca del ataque de los salvajes al muro más famoso de la televisión.

En esta oportunidad, le tocó la titánica tarea de devolver a la pantalla grande a un personaje cuyas dos aventuras anteriores fueron ejemplos casi perfectos de cómo adaptar a un héroe de la historieta, con un director de culto al frente y la actuación del tipo que pareció haber llegado al mundo solamente para encarnar al protagonista. Al igual que el ejército de Stannis Baratheon o las hordas del norte, Marshall también fracasó en su intento, aunque él no pueda echarle la culpa a la resistencia que tuvo enfrente (en este caso, el público que va o no va a las salas de cine).

Sí, las comparaciones son odiosas, pero Hellboy: El Infierno se acerca no necesita verse frente al espejo de Guillermo del Toro o Ron Perlman para encontrarse las verrugas en el rostro. De pronto hubiera funcionado mejor hace 20 años, en un mundo que todavía no se había acostumbrado a la narrativa superpoderosa (o superheroica), pero es difícil no ver a esta entrega como algo que incluso Marvel en sus películas de tercera línea sabe resolver mejor.

El muchacho del Infierno

Hagamos como si jamás hubiéramos escuchado hablar del personaje creado por Mike Mignola hace un cuarto de siglo. Lo que nos trae el guion de Andrew Cosby es la historia de un ser infernal que vive entre nosotros (interpretado por David Harbour) y dedica su vida a combatir a los monstruos que amenazan a la humanidad, mientras tiene una relación conflictiva con su figura paterna, Trevor Bruttenholm (Ian McShane).

Para entender la personalidad volátil de este Hellboy alcanza con ver cómo es tratado por Bruttenholm, quien cree que la mejor forma de tenerlo de su lado en la guerra entre la humanidad y el Infierno es mostrarle la peor cara de la humanidad.

Ya hemos visto errores de crianza que no se corresponden con el material original (el Jonathan Kent de Kevin Costner en Man of Steel –2013–, por ejemplo), pero aquí el asunto de la lealtad de Hellboy es central para la historia, y el único momento en el que el personaje cuestiona si estará bien matar monstruos sin hacerse preguntas es tomado con sorna por su padre adoptivo.

Mientras somos testigos de esta tensión, suceden muchísimas cosas más, incluyendo una lucha libre con vampiros, una guerra entre el rey Arturo y una reina sangrienta (Milla Jovovich Multipass), una cacería de gigantes antropófagos y una visita a la casa de Baba Yaga y las aventuras de Bogavante Johnson. Ninguno de estos momentos es necesariamente malo (¿quién rechazaría una escena de lucha libre con vampiros?), pero en su conjunto saturan al espectador y obligan a los personajes a estar todo el tiempo explicando lo que ocurrió, lo que ocurre y lo que podría ocurrir de aquí en más.

Más allá de que varias de las anécdotas estén tomadas de los cómics de Mignola, son tantas que podrían llenar una miniserie de Netflix, y no una de esas de las que decimos “le sobraron dos horas”.

A fin de cuentas, sin innovaciones en la fotografía ni el diseño de los bichos, el resultado es un resabio de Constantine (Francis Lawrence, 2005), adaptación de cómics que se tomaba sus numerosas libertades pero que al menos funcionaba si te olvidabas de las historias del personaje que encarnaba Keanu Reeves.

Para separarse de un montón de films similares, aquí sus creadores apuestan al exceso de gore, especialmente aquel que el infame psicólogo Fredric Wertham definía en su ensayo La seducción de los inocentes (1954) como “the injury-to-the-eye motif”: el exceso del daño para los ojos de algunas ficciones. Si son sensibles a esta clase de heridas, quizá Hellboy: El Infierno se acerca no sea para ustedes.

Ese podría ser el gran problema de esta película (además de la villana medio pelo y la insoportable voz del chancho malévolo que le hace los mandados). Estamos ante un entretenimiento pasatista para adolescentes, pero su calificación de “apta para mayores de 18 años” obliga a los menores a ir acompañados de “padre, madre o tutor”. ¿Qué Hellboy que se precie de tal vería esta historia con su Trevor Bruttenholm sentado en el asiento de al lado?

Hellboy: El Infierno se acerca. Dirigida por Neil Marshall. Con Ian McShane, Mark Stanley y Brian Gleeson. En varias salas.

A las hermanas ni las nombra

El estreno de Hellboy: El Infierno se acerca sirve de excusa perfecta para repasar las dos entregas dirigidas por Guillermo del Toro y responder esa pregunta que surge con ciertos productos audiovisuales: ¿será que uno las recuerda con más cariño del que se merecen? ¿Habrán envejecido bien?

No a la primera pregunta y sí a la segunda. Tanto Hellboy (2004) como Hellboy II: el ejército dorado (2008) son dos muy buenas adaptaciones y dos muy buenas películas. La primera tiene elementos de Indiana Jones y los cazadores del arca perdida mezclados con Los Cazafantasmas, aunque por momentos nos cansemos de ver a Ron Perlman pelear contra perros. La relación del muchacho del infierno con su padre (aquí John Hurt) tiene sus problemas pero es creíble, y el diseño de producción, que incluye al hermoso Abe Sapien, es inmejorable... o lo era hasta el estreno de la secuela.

Estrenada cuatro años más tarde, Hellboy II recuerda por algunos momentos a Men in Black y, por otros, a Harry Potter. El secreto de la organización que “golpea mostros” es imposible de mantener y nuestro freak debe soportar el odio de la gente común, justificando su carrera como defensor de todos ellos. Tiene mejores bichos y mejores peleas, y dejó picando un cierre de trilogía que sus responsables jamás pudieron concretar. No es culpa de Neil Marshall y los suyos, que bastantes problemas tienen ellos solitos.