“Seres benévolos y palpables movieron las piezas de un superior ajedrez, situándolas en posición favorable, y acá estoy, agradecida, emocionada”, dijo ayer Ida Vitale cuando se convirtió en la quinta mujer en ganar el premio más importante de la lengua española. En 1980, Juan Carlos Onetti había sido el primer uruguayo en recibirlo, y casi 40 años después lo obtuvo Ida, la poeta que también conoció de cerca la libertad, su escasez y su ausencia.

“Lección de humildad y erudición”, así tituló su nota El País de Madrid, destacando la clase de “espontaneidad y sabiduría” que la poeta uruguaya dio al recibir el premio. Si bien admitió que prefería decir las “cosas absurdas y desacomodadas” que le salieran del alma, Ida cumplió el protocolo y leyó el discurso, en el que recordó las diversas influencias de su infancia, elogió el “frenesí poético” de El Quijote, y admitió que tenía “una devoción cervantina” que carecía “de todo misterio”: “Mis lecturas de El Quijote, con excepción de la determinada por los programas del liceo, fueron libres y tardías”.

Reconoció que lo “inconcebible llegó en un momento en el que la opacidad del descenso” imprimía en su vida “una geometría ilógica e imprevistos recaudos”, y cerró su discurso disculpándose por la “audacia de venir aquí, a este lugar, y meterme a hablar del Cervantes”, siempre alejada de la solemnidad y la desmemoria.