Melina Álvez tiene 13 años. Nació con 29 semanas y pesó apenas un poco más de un kilo. Tiene una discapacidad intelectual. Vive en el centro de Montevideo con su padre Manuel, su mamá Alicia y su hermana Luana, de 8 años.

Foto del artículo 'Los padres de una adolescente con discapacidad intelectual relatan las dificultades que enfrentó su hija en el sistema escolar'

Pocos meses después de haber nacido, la mamá comenzó a notar que no tenía fuerza en los movimientos y decidió consultar a una pediatra, que no le prestó mucha atención. Meses después notó que no fijaba la vista y por eso decidió insistir. En aquel momento se le diagnosticó una discapacidad intelectual y se determinó que tenía dificultades en el aprendizaje y en la comunicación.

El ingreso escolar fue difícil; nunca se sintió cómoda con sus compañeros ni con sus maestras. “El grupo no es muy allegado ni unido y eso hace que sufra bastante”, relató su mamá Alicia. En la misma línea, el padre agregó: “ella siente que no la aceptan y la maestra que tuvo el año pasado nos decía que ellos van por un camino y ella va por otro. A su vez, la maestra de la escuela N° 206 (escuela especial a la que Melina asiste) dijo que no la podemos sacar de la escuela común para que pueda seguir vinculándose”.

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El rendimiento escolar de Melina depende mucho de la maestra que le toque cada año. “La maestra actual está estudiando para psicopedagoga y nos tranquilizó al decirnos 'no te preocupes Alicia que yo ya averigüé todo y sé bien cómo es el tema, yo la siento adelante, le hablo y si veo que tiene algún problema voy y le doy una manito'”, comentó Alicia. Sin embargo, mencionó también que en la clase son 17 alumnos y que eso “dificulta la atención en Melina”.

Aunque hay algunas cosas que Melina no puede realizar en clase al mismo ritmo que sus compañeros, concurre a clases de apoyo extracurriculares y la maestra intenta “ponerle otras cosas distintas, porque Meli va hasta las 3 cifras, ya que su gran problema es con la matemática y las letras”, explicó su padre.

Algunos días de la semana, Melina se levanta a la mañana para ir a la escuela común y otros días va a la escuela especial. Además, participa del centro de atención a las dificultades del aprendizaje Integra, donde se vincula con psicopedagoga y psicomotricista. “Todo el año le damos herramientas, ella se destaca en el dibujo y queremos mandarla pero nuestras posibilidades económicas no nos permiten hacerlo”, comentó Manuel.

En Uruguay existen 2.323 escuelas públicas de educación inicial y primaria, de las cuales 191 son de educación especial, según datos del CEIP, de abril de 2016. La escuela N°206, a la que asiste Melina, trabaja con niños y niñas en situación de discapacidad intelectual.

El año que viene finaliza la etapa escolar y las preocupaciones sobre el futuro de Melina aumentan. Les recomendaron una UTU que ya tiene experiencias en trabajar con personas en situación de discapacidad intelectual y donde, según sostienen, podrá estudiar lo que ella quiera. “Melina no quiere probar en otro lado, porque allí ya sabe que han trabajado con gente como ella”, reflexionó Alicia.

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La barrera más difícil para Melina es la falta de interacción con los compañeros de clase, algo que no le permite sentirse parte de su entorno. Lo mismo sucede cuando visitan otros lugares: “si salimos, ella te pide para volver a casa, no se siente cómoda”, explican sus padres.

Cada año escolar ha sido diferente. Sus padres reiteran que el rendimiento depende mucho de la maestra que le toque. “Por ejemplo, en tercero no se llevaba con la maestra”, recordó Alicia, amargada y afligida por los recuerdos de aquel año. La respuesta de la dirección de la escuela tampoco conformó a la familia. Según contó Alicia, las autoridades le dijeron que cuando Melina se sintiera mal, no la llevaran. “Y yo me preguntaba, ¿cómo puede ser que no se lleve con la maestra y que ellos me terminen llamando a mí, que tengo que dejar de trabajar, para que la vaya a buscar? No nos daban ninguna respuesta ni tranquilidad”.

Al comenzar el año habían arreglado para que Melina fuera a la escuela especial N° 206 donde asisten únicamente niños y niñas en situación de discapacidad pero su directora pidió que Melina no vaya exclusivamente a ese centro, porque ella “no tiene tantos problemas como para venir solo a la 206”. El año anterior, a Manuel y a Alicia le habían dicho que tampoco podía seguir yendo a la escuela común. “Llega un momento que ya no sabés para dónde vas a agarrar, porque te dicen cosas opuestas”, se lamenta la madre.

Dato

Integra es un centro de atención a las dificultades del aprendizaje que busca dar una atención integral y multidisciplinaria a las problemáticas de dificultades psicológicas, psicopedagógicas, motrices y del lenguaje.

Los padres de Melina nunca recibieron asesoramiento sobre cómo proceder con la escolaridad de su hija, más allá de lo que les dicen en la dirección o las maestras de las escuelas a las que Melina ha estado vinculada: “siempre nos dicen a nosotros que la ayudemos en casa y la estimulemos, para que ella sepa ir a un supermercado y hacer las actividades de la vida diaria”.

En Integra, por ejemplo, les dijeron que Melina debía ir a la escuela común para fortalecer su relacionamiento con el entorno. Además, allí le recomendaron la UTU para que ingrese el año que viene; “allí, ella va a tener apoyo porque los adscriptos son muy bien”, les explicaron.

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El mundo y las preguntas

Sus padres están convencidos de que Melina tiene que salir más y “prepararse para el mundo”. “Ella tiene que leer, saber las cosas e interpretar los números. Por eso nos esforzamos en mandarla a las escuelas”, comentó Manuel.

En paralelo a su asistencia a ambas escuelas y a Integra, Melina descubrió otras pasiones: dibujar y cocinar. “Siempre me pregunta si puede y yo la aliento a qué sí. Al principio todo le da miedo, por desconocimiento, pero después hace las cosas sola y no puede creer, porque le salen bien”, relató Alicia, sin disimular su orgullo.

En la vida diaria, se maneja sola con muchas tareas, por ejemplo con la higiene. Sin embargo, para lo que sí necesita ayuda es para las tareas domiciliarias: “siempre nos dice que nunca tiene deberes porque no le gusta hacerlos, pero ahí nos ponemos nosotros a revisar y la ayudamos”.

El deporte nunca le gustó pero ellos creen que es por la falta de capacitación de los profesores. “Una vez la becaron en el Biguá pero la tiraron al agua así nomás y se asustó mucho. De allí no quiso volver a ingresar más”, recordó su madre. Manuel agrega que “tenían que haberle sacado el miedo de a poco, pero no había ningún profesor que la ayudara”. Alicia logró acomodar sus horarios laborales para acompañarla pero “me pasaba la hora al lado de ella y no se quería meter al agua porque le daba miedo. Ningún profesor se acercaba mientras estábamos allí. Vos los mirabas y hacían la de ellos”, comentó.

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Otra interrogante que se plantea la familia es que las chicas van creciendo y “una de nuestras mayores preocupaciones es la vivienda para Melina y Luana. Yo quisiera que nos entreguen una vivienda a pagar por nosotros pero necesitamos más facilidades para eso”, acotó Manuel. La discapacidad de Melina, explican, encarece su vida por la cantidad de actividades que tiene que desarrollar. Si bien Manuel trabaja en la portería de un edificio y Alicia es cocinera, sus ingresos son limitados y no perciben ninguna prestación del Estado.