La mayoría de las razas caninas han ido evolucionando y se parecen bastante poco a sus antecesores. Uno de los ejemplos más notorios se da en el bulldog inglés que, además de no tener casi nada que ver con sus antepasados, tampoco se parece mucho a un perro, sino más bien a un tanque todoterreno. Es que en sus inicios, allá por el siglo XIII, estos perros molosos que venían siendo utilizados por el hombre para la guerra se habían ganado un lugar como protectores de las propiedades rurales y del rebaño, cosa difícil de imaginar hoy, no por miedosos sino por su conformación esquelética, peso y anatomía respiratoria.

Si pudiéramos viajar a Inglaterra entre los siglos XIII y XVIII y preguntáramos cuál es el deporte más popular del momento, la respuesta sería bull baiting. Tal entretenimiento consistía en atar a un toro a una estaca clavada en el suelo y soltar, así nomás, a uno o varios perros para enfrentar al animal cautivo. La supuesta atracción era ver cómo el perro se las ingeniaba para morder y sujetar al bovino a través de sus orejas o de los ollares de la nariz. Considerando que la nariz es una zona delicada, mientras que uno de los perros lograba sujetarlo de ahí, los demás hacían el resto.

Para participar, los perros tenían que estar salados de verdad y la única manera de lograrlo era a través de la cruza selectiva. Se buscaba a los canes más agresivos, fieros y fuertes que tuvieran a mano y se los cruzaba para lograr una descendencia acorde a lo deseado. Básicamente creaban tanques de guerra que, en aquella época, eran vistos como gladiadores romanos, y luego se los entrenaba para las batallas.

Todo siguió más o menos igual hasta 1778, cuando los primeros grupos proanimales se hicieron escuchar y obligaron a las autoridades a dejarse de joder con esa estupidez de atar a un toro y apostar por un ganador. Pero el bulldog seguía estando ahí, armado y pronto para continuar peleando con lo que fuera. Y ese “lo que fuera” era literal.

Gracias a (o por culpa de) la expansión colonial, los ingleses empezaron a descubrir nuevos bichitos para enfrentar a su megaperro peleador. Así pasaron por los rings de combate leones, monos y osos, entre otras excentricidades. Y el que marchó fue el oso. Fue tal el espectáculo que daba al pararse en dos patas, ser tan o más peligroso que los otros rivales y resistir agónicamente en la lucha, que el otrora considerado deporte nacional se vio completamente superado por esta bobada nueva: hacer pelear osos con perros. Pero la cosa no duró mucho y la razón parece más que razonable: no era tan fácil importar osos, y menos si tenían que hacerlo muy seguido, producto del resultado de las batallas.

A principios del siglo XIX algunos criadores rescataron la raza que, sin pelear con nadie, quedó a la deriva. Pero necesitaban modificarla, ya que no es recomendable convivir con un animal doméstico que se quiere agarrar a las piñas con lo que se cruce. Para eso la selección fue exactamente inversa al propósito original, buscando que los perros fueran más dóciles, poco agresivos y más dependientes del ser humano.

El bulldog era tan popular en Inglaterra que en 1864 existía un club que agrupaba a los amantes de la raza. Pero transformar a aquel tanque agresivo en un perro de exposición tuvo sus consecuencias. Fueron tantas las exigencias y los intentos por cambiar sus aspectos físicos que este animal derivó en una raza con algunas características “antinaturales”. Una de ellas se refleja en la incapacidad de monta que tiene un macho a la hora de aparearse. Sí, los machos bulldog no pueden procrear naturalmente, ya que sus características anatómicas se los impide. Por lo tanto, la reproducción debe realizarse mediante inseminación artificial.

La cosa no termina ahí. Cerca de 80% de los partos de bulldog deben hacerse por cesárea. El problema está en el tamaño extremadamente grande de la cabeza en comparación con el resto de su cuerpo. Esta particularidad hace que, a la hora de nacer, se vean imposibilitados de pasar por el canal de parto. Si bien esta característica no es exclusiva del bulldog, son los que menos éxito tienen a la hora de parir de manera natural.

Por último, otra curiosidad: es de las pocas razas de perros que no saben nadar. Dada su anatomía de cabeza grande y pesada, cuello corto y un complejo aparato respiratorio, el perro no puede mantener la cabeza sobre el agua y respirar al mismo tiempo.

Bulldog | El peso aproximado de la raza oscila entre los 18 y 23 kilos. Miden de 30 a 38 centímetros de altura y tienen una expectativa de vida promedio de diez años. Suelen ser susceptibles a varios problemas de salud de origen hereditario. A nivel óseo se destaca la displasia de cadera, a nivel respiratorio pueden padecer problemas físicos como paladar hendido u obstrucción de las fosas nasales, y en cuanto a lo ocular pueden padecer enfermedades como el entropión y el ectropión. Además, son propensos a sufrir problemas de piel, ya sea en sus pliegues o en las extremidades.