“Había una vez un país que había ganado un mundial de fútbol, tenía el carnaval más largo del mundo, que duraba 40 días, y, en vez de un presidente, tenía nueve. En ese tiempo los habitantes de ese país eran muy felices. Cantaban y bailaban al son de la música de todas partes del mundo, y su futuro parecía muy prometedor. Pero algo les faltaba; necesitaban un cancionero propio. Hasta que un hombre escribió una canción”.

Así comienza Hit (Claudia Abend y Adriana Loeff), largometraje de 2008 que recorre la historia de cinco canciones populares uruguayas. Luego del fragmento del comienzo, el film cuenta que esa canción se hizo muy famosa y que los niños la cantaban en las escuelas, pero como la dictadura militar consideraba al autor un enemigo, sus canciones dejaron de enseñarse en los centros de estudio. Y así la canción cayó en el olvido. Para reforzar el relato, a continuación se consulta a varios músicos nacionales. Sebastián Teysera, Emiliano Brancciari y los hermanos Ibarburu dicen desconocer el tema y ponen cara de sorpresa ante el tarareo del pegadizo estribillo; alguno atina a comentar que al autor sí lo conoce. La cosa cambia cuando los consultados son representantes de generaciones anteriores, como Fernando Cabrera, Mariana Ingold o Jorge Drexler, quien sentencia: “Yo no soy un experto en folclore, pero aprendí a querer esas canciones sin saber ni de quién eran. Y después me fui enterando. Cada vez que encontraba una que me gustaba, resultaba que era de Aníbal Sampayo”.

A grandes rasgos y con indudables matices, el fragmento sirve para dar cuenta de la trayectoria y la relación ambigua con la que la sociedad uruguaya se ha relacionado con uno de sus principales creadores. Al igual que Amalia de la Vega y Osiris Rodríguez Castillo, los otros dos integrantes de la trinidad precursora de la canción de raíz uruguaya, Sampayo no ha ocupado el lugar que debería en relación con su obra. Muchas de sus creaciones remontaron vuelo y emigraron a ese territorio de la cultura popular donde el autor se transforma en un ente incógnito: nada menos que el músico argentino Luis Alberto Spinetta aseguraba que el primer tema que había sacado en la guitarra era la “balada” “Ky chororo”, sin conocer su autoría.

De antiguo vuelo

Aníbal Domingo Sampallo Arrastúe nació en Paysandú el 6 de agosto de 1926. Como sus padres trabajaban en las estancias de la zona, sus primeros pasos fueron entre la ciudad costera y el ámbito rural. Con siete años le pidió a su maestro Alberto Carbone que le enseñara a tocar la guitarra. A pesar de que el niño no tenía cómo pagarle, Carbone accedió con el compromiso de que esta apuesta no resultara una pérdida de tiempo. Un lustro después, el joven Aníbal ya integraba sus primeros grupos: un trío con los hermanos Melano y un conjunto de 12 guitarras y un contrabajo llamado Los Fulgores, con el que debutó en el teatro Florencio Sánchez.

En la década del 40 complementó su educación formal con la universidad del camino. En esos años recorrió Uruguay, el litoral de Argentina, el sur de Brasil, Bolivia y Paraguay con diferentes proyectos. A Paraguay llegó con los locatarios hermanos Arroyo, y aprendió a “entrelazar los primeros arpegios en el telar armonioso del arpa”, instrumento que se convirtió en un sello artístico. Fue representante oficial de Paraguay e indocumentado en Brasil, cantó en encumbradas radios y en circos de pulgas, viajó en primera clase y encima de los troncos de algún flete forestal. Alguna vez dijo que esta época andariega fue motivada, simplemente, por el gusto de conocer; lo indudable es que la peripecia le dio sustento a su música. Entrenó el oficio, se sumergió en los orígenes, las variantes y las motivaciones de la música de raíz guaraní, que había conocido en su niñez a través de la guitarra de su tío Ramón, quien además de estilos, cifras y vidalitas amenizaba los fogones con “paraguayas”. Sobre todo, en esta época vivió en carne propia la experiencia de vida de los personajes que protagonizan sus canciones. Fue parte del ambiente.

En los 50 continuó recorriendo la cuenca del Plata con diferentes formaciones. Grabó sus primeras canciones y comenzó a ser reconocido en Argentina, donde formó parte del “boom del folclore”, fenómeno de difusión masiva del género que se originó, entre varias causas, por la expansión de los medios de comunicación y el decreto peronista que obligaba a difundir al menos 50% de música nativa en espacios públicos.

Para cuando el almanaque marcó el año 1960, Sampayo ya era una figura distinguida en el candelero musical de la región. En ese sentido, fue uno de los artistas que al año siguiente fundaron el mítico Festival Nacional de Folclore de Cosquín, y en 1963 recibió el disco de oro al mejor compositor de Uruguay y Argentina. A medida que avanzaba la convulsionada década, el contexto social y político del continente fue influenciando cada vez más su obra, que transitó de lo testimonial a lo decididamente político.

Las referencias al río y a los personajes locales dan paso a los héroes revolucionarios, los mártires y el canto de protesta. Un símbolo de este viraje es la anécdota de su participación en el festival de Cosquín de 1969. En plena dictadura de Juan Carlos Onganía, el sanducero tenía previstos dos bloques de actuación en el horario central de una de las noches; antes de subir al escenario, un funcionario encargado de las planillas le preguntó qué era eso que iba a cantar: “Vea, patrón”. Sampayo le contestó: “una milonga”, pero, ante la insistencia, le advirtió que cuando la escuchara lo iba a saber. Años después, recordaba: “En mi segunda entrada a escena ya no me permitieron actuar. Fue la última vez que actué en Cosquín”.

Hasta que alguien las liberara

En 1970 el sello Clave, que ya había patrocinado varios de sus larga duración, editó José Artigas: aurora, lucha y ocaso del Protector de los Pueblos Libres, cantata realizada con el grupo Los Montaraces. Es una obra que, si bien responde a su admiración por Artigas, es imposible no asociar al contexto de la época. En 1972 fue detenido en Paysandú, tras una creciente militancia en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.

Sampayo se convirtió en otro cantor prohibido, pero a diferencia de aquellos que afrontaron el exilio, debió soportar ocho años de cárcel. Para sortear las requisas y desplantes del encierro, componía “más que nada con el pensamiento; había que tener memoria para ir haciendo las coplas y mantenerlas ahí”, hasta que algún compañero que saliera las liberara.

Mercedes Sosa, Los Olimareños, Jorge Cafrune y Alfredo Zitarrosa, entre otros, mantuvieron vigentes sus canciones y fueron parte de la presión internacional que provocó su liberación en 1980. Sin embargo, seguía siendo un artista silenciado. Se debía presentar en el destacamento y no podía actuar; “usted no puede cantar ni ‘Las margaritas’”, le dijo alguna vez un teniente, al tiempo que en Argentina reeditaban sus discos con títulos como Aníbal y su arpa o Arpas maravillosas, sin los créditos autorales, por lo que tampoco eran una fuente de ingresos. Hasta que un día cruzó a Brasil por el Chuy y solicitó apoyo para refugiarse en Suecia. Del verde litoral a la nieve, sin escalas.

En Europa retomó la peripecia andariega, y en el lustro que duró su exilio no paró de viajar y cantar por los cinco continentes. Motivado por el fin de la dictadura, regresó al país, y estrenó esta nueva etapa en su tierra con dos obras de sugestivos títulos: la autobiografía El canto elegido y el disco Patria (ambos de 1985).

Al igual que los demás colegas que retornaron a mediado de los 80, en los primeros tiempos tuvo grandes oportunidades laborales. Entre múltiples festivales y escenarios que lo recibieron se destaca el estadio Obras Sanitarias de Buenos Aires, un reducto que es reconocido como un mojón trascendente en las trayectorias artísticas de la región.

Durante los años siguientes continuó actuando, investigando y editando libros y discos, aunque ya no se presentaba ante el público con tanta asiduidad. Su último trabajo fue el libro Desde Paysandú, canto y poesía, que publicó a fines de 2001.

En este último tiempo recibió todo tipo de homenajes, como la celebración –en Paysandú– de sus 80 años, una ofrenda casi espontánea y callejera en la que recibió el cariño de sus vecinos y que culminó con un homenaje musical en el Florencio Sánchez, escenario en el que todo había comenzado, casi 70 años antes. Sampayo murió el 10 de mayo de 2007. La Intendencia de Paysandú declaró duelo departamental. Durante el cortejo fúnebre, los niños de las escuelas, los amigos y colegas, y el pueblo sanducero lo despidieron cantando aquella primera canción, “Río de los pájaros”.

Traigo el litoral en mi canción

En Uruguay, Sampayo no goza del mismo prestigio popular que otros ídolos del cancionero, como Zitarrosa o El Sabalero, e incluso suele ser más reconocido en Argentina, donde, como él mismo advertía en una de sus últimas entrevistas, recibía una jubilación en materia de derechos de autor. Parte del asunto radica en cómo construyó su carrera: de cara al continente y de espaldas a Montevideo. Este no respetar los límites políticos establecidos en lo formal, así como en las pautas estéticas de su obra, lo emparentó más con las provincias del noreste argentino que con aquello que entendemos como uruguayo.

En su repertorio nunca faltaron las milongas, las polcas, las rancheras, los gatos ni las chamarras (género que ayudó a rescatar del olvido), pero fue en las litoraleñas, las guaranias, los sobrepasos e incluso los chamamés, todos ritmos de marcada ascendencia guaraní, en los que se movió como dorado en la correntada. Sin embargo, lejos de definirse como forastero, también defendió el patrimonio oriental sobre estos ritmos. En el ensayo Nuestra canción del litoral, de 1966, el autor respondía a un jurado de un festival de Salto que había catalogado su música como argentina, con un manifiesto litoraleño con el que daba cuenta del origen indígena de esa música, de la influencia de las Misiones orientales y, sobre todo, de cómo y por qué había arribado al gran leitmotiv de su obra: el hombre de la ribera: “El río, como todo elemento natural, tiene su propio ritmo: pausado y ondulante, factor preponderante que determina en el hombre de las riberas, en este caso el compositor, su influyente fuerza creadora”.

El investigador Hamid Nazabay asegura que, a diferencia de la música litoraleña argentina, en la que el enfoque temático se concentra en el paisaje, el foco de Sampayo es el hombre en el paisaje. El ambiente es ubicuo en su música, desde el ya descrito ritmo ondulante que simula el raudal, al uso de onomatopeyas para trasplantar la fauna autóctona. En esta escenografía se mueven los hacheros, los pescadores, las lavanderas y una serie de historias de vida que supera la simple postal pintoresca. A decir de Héctor Numa Moraes, el diferencial del músico sanducero son sus melodías: “de pronto, sus canciones no son armónicamente complicadas (un paisano puede cantarlas seguramente con pocos acordes), aunque melódicamente tienen que ver con su paisaje litoral, donde nació, donde vivió. Son melodías muy complicadas para cantarlas bien”.

“Río de los pájaros”, “Ki chororo”, “Garzas viajeras”, “El río no es sólo eso”, “Vea, patrón”, “Canción de verano y remos”, “El pescador” y “La cañera” son algunas de sus canciones que fueron interpretadas por otros músicos, entre ellos Daniel Viglietti, Joan Manuel Serrat, José Larralde, Víctor Jara, Fernando Cabrera, Liliana Herrero y Rossana Taddei, por nombrar parte de una lista que, lejos de acabarse, cada año suma más intérpretes. Basta con hacer una búsqueda en cualquiera de las plataformas de música para comprobar la cantidad y variedad de versiones.

Aníbal Sampayo fue músico, escritor e investigador. Pero sobre todas las cosas fue un hombre consustanciado con su entorno: “Del pueblo he recogido todo lo que escribo y a él se lo devuelvo hecho música y poesía”. Una vez, le contó al periodista Nelson Caula que su inspiración podía estar en cualquier cosa, desde un pájaro hasta la gente que se encontraba en el camino. Por eso, podía suceder que en plena charla se excusara para irse detrás de una copla: “Mirá, hermano, te dejo porque llevo unas coplas en la cabeza [...] azul la cabeza, porque las coplas andan por allá arriba”, y así se iba, chiflando la siguiente canción.

Una semana para Aníbal

Desde el sábado 3 hasta el domingo 11 de agosto se está llevando a cabo la duodécima Semana de Aníbal Sampayo, organizada por la Intendencia de Paysandú y el grupo Sampayeros. Como cada año, la semana propone una gran diversidad de actividades artísticas, culturales e informativas vinculadas con el artista. En esta ocasión, a Paysandú se suman Montevideo y la localidad argentina de Concepción del Uruguay. Entre las numerosas actividades se destaca el espectáculo Cantores de Paysandú, que tendrá lugar hoy en el teatro sanducero Florencio Sánchez (19.30); la clínica sobre la canción litoraleña a cargo del trío sanducero Osvaldo Sanguinet y Los Argüello, el viernes en Espacio Idea de la Dirección Nacional de Cultura (18.00), y el concierto de Osvaldo Sanguinet y Laura González Cabezudo, el sábado en la sala Hugo Balzo del SODRE (21.00). La programación completa se puede consultar en el sitio web www.paysandu.gub.uy.