Este domingo Guatemala volverá a las urnas, con la falsa idea de elegir gobernantes para los próximos cuatro años. En junio, la primera vuelta electoral contó con casi dos docenas de candidatos a la presidencia, en un simulacro de democracia diseñado para la autosostenibilidad del sistema, que destruye de entrada cualquier intento de renovación. A las puertas de la ronda definitiva, el desencanto domina a la mayoría de la población y sobre todo a la urbana, consciente de que, gane quien gane, no habrá mejorías relevantes, ni en lo social ni en lo económico. Por un lado, Alejandro Giammatei, de derecha, ofrece seguridad a cambio de extender la alianza con los militares para continuar granjeándoles privilegios como lo ha hecho el presidente actual. Por el otro está Sandra Torres, socialdemócrata en papeles, pero igual con alianzas oscuras que le han brindado complicidad para evadir procesos antiguos de corrupción y acuerpada desde siempre por el voto del hambre, obtenido de manera clientelar al enfocarse en la mayoría de los electores: origen rural, escasa escolaridad y religiosidad hasta la médula. A pesar de representar ideologías opuestas, ambos candidatos coinciden tanto en las sospechas de financiamiento ilícito proveniente del narco como en su defensa de la familia tradicional y el conservadurismo religioso.

Pase lo que pase, la salida de Jimmy Morales es una buena noticia. Después de cuatro años dedicando sus esfuerzos a desbaratar las instituciones y a fortalecer la impunidad de la clase dirigente –cada vez más salpicada en casos de corrupción–, el colofón de su gestión ha sido el pacto de Tercer País Seguro firmado con Estados Unidos. Según este, Guatemala se compromete a recibir en forma “provisional” a toda persona indigna de insertarse en la sociedad estadounidense.

Donald Trump, acostumbrado a dar golpes sobre la mesa y que ha tomado el tema migratorio como vector central de su campaña de reelección, quiso primero endilgarle el filtro humano a México, pero no lo logró. Luego, consciente de que el tema endulza el oído de sus votantes, se fijó en el siguiente país en el mapa y vigiló en persona la firma del acuerdo entre ambos ministros de Interior en la Oficina Oval. Guatemala, en desventaja natural y con un cuerpo diplomático ignorante y poco curtido, pero sobre todo por el temor que suscitaron en las cámaras de comercio las amenazas de Trump de alzar los aranceles, y en última instancia ante el augurio de cancelación de visas (“Oh my god! ¿Dónde haremos el shopping del thanksgiving day?”), tuvo que bajar la cabeza y aceptar en forma silenciosa pues hoy, dos semanas después de haber firmado el tratado, las autoridades insisten con que no se trata del acuerdo de Tercer País Seguro, pero tampoco aclaran qué contiene el documento, mientras que las autoridades del norte reconocen sin empacho el verdadero nombre del “tratado transnacional”.

A pesar de estar en un radio menor a un kilómetro de la casa de gobierno, el presidente Morales no parece enterarse de lo que pasa en su barrio. El centro de la Ciudad de Guatemala, desangelado desde siempre –basta leer los primeros párrafos de El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias: poco o nada ha cambiado–, se ha visto en los últimos meses ocupado por extranjeros que comen, duermen y hacen sus necesidades en la calle. Si el país es incapaz (no por falta de recursos, sino por su apropiación en pocas manos) de brindar techo, comida, educación y salud a todos sus habitantes, ¿cómo pretende extender los servicios para albergar a miles de refugiados? Tampoco hay fuentes de trabajo, lo que resulta en que, a pesar de la prepotencia y la hostilidad estadounidenses, el flujo de migrantes aumenta cada día, cuando de los miles de deportados, la mayoría tiene como única convicción reunir varios miles de dólares para contratar a otro coyote que lo haga volver a cruzar la frontera. Y si a todo esto sumamos miles de hombres, mujeres y niños desahuciados, que arrastran consigo familia, deudas y enfermedades, y que necesitan ganarse la vida en un país ajeno, ¿cómo sobrevivirán? Y ni hablar del cobijo que deberá brindarles un sistema de salud pública cuyo estado natural es el colapso, con una ocupación hospitalaria que rebasa el doble de su capacidad y con la epidemia de dengue que azota a la región y que ya ha cobrado cientos de vidas.

Leonel González de León es médico guatemalteco y colaborador del suplemento cultural de la diaria.