El equipo de investigación histórica lleva casi 15 años de especialización en el estudio de los crímenes de lesa humanidad cometidos por el Estado uruguayo entre 1968 y 1985; durante ese recorrido, los objetivos y perspectivas epistemológicas se han transformado en función de los espacios de reflexión colectivos sobre el conocimiento acumulado, impulsados por la necesidad casi imperiosa de avanzar en una mejor y mayor comprensión de lo sucedido.
Preguntarnos sobre el derrotero de las víctimas, lo que les pasó, cómo, cuándo y dónde, es preguntarnos por la estrategia represiva del Estado uruguayo, sus dinámicas, zonas de acción por agencia y unidad, locales operativos, etcétera, visibilizando la dualidad de una lógica de funcionamiento que supo amalgamar lo secreto con lo público y lo clandestino con lo legal.
Estas interrogantes nos llevan, en forma paulatina, a desentrañar la maquinaria represiva montada y desplegada con el objetivo de desarticular las relaciones sociales y de solidaridad tejidas durante años por la sociedad uruguaya. Ese desentrañamiento, a su vez, nos conduce a la construcción de nuevas formas de abordaje metodológico que supone incorporar herramientas provenientes de disciplinas diversas.
La judicialización de las investigaciones nos movilizó en gran medida a hacer este salto cualitativo en la investigación y el reposicionamiento como investigadoras, para poder mirar desde otro lado los mismos sucesos que año tras año venían siendo investigados.
De esta manera y manteniendo la rigurosidad académica, se crearon nuevos caminos de acceso al conocimiento que posibilitaron, en primer lugar, darle sentido al aparente caos documental en el que nos sumergimos cuando exploramos lo producido por el Estado uruguayo en dictadura y, en segundo lugar, comenzar a armar ese gran rompecabezas que significa reconstruir el trayecto de cada una de las víctimas (detenidos-desaparecidos, asesinados y presos políticos) y sus organizaciones de pertenencia. Esta reconstrucción, que se vale de entrecruzamientos múltiples, permite, a su vez, comenzar a esclarecer las circunstancias en que sucedieron los hechos investigados, dotándolos de un sentido y develando la racionalidad que se oculta detrás de sucesos presentados como azarosos o desprovistos de intención.
Parece una gran telaraña y lo es, pero vale la pena su desentramado.
La incorporación de herramientas metodológicas de distinto origen disciplinar fue lo que nos permitió acercarnos a la comprensión de un territorio que nos era extraño: el campo de la inteligencia y las operaciones.
El encuentro con ese territorio desconocido, habitado por actores cuyo universo de significados es muy otro al nuestro, nos produjo un primer momento de perplejidad, y animarnos a transitarlos nos permitió adentrarnos en esos universos para poder comprenderlos y aprehenderlos, en un ejercicio de objetivación constante. No había más salidas (o entradas) que animarse a ingresar en esos mundos que nos resultan hostiles y distantes, y hacía allí fuimos.
Los cientos de documentos dispersos en distintos archivos, agrupados con una lógica incierta, codificados, plagados de sellos de distintas dependencias, no hablan por sí solos. A veces parecen irrelevantes, desechables, descartables. Pueden no decir nada para quien accede por primera vez a ellos o para quienes buscan encontrar una verdad revelada y clara. Hacerlos hablar supone un análisis que requiere esa primera perplejidad para transitar hacia la reflexividad y, a la vez, colocarlos dentro de una red de hechos y discursos producidos en el mismo marco temporal. Esta ubicación en la red implica ponerlos en diálogo con los otros elementos que la componen, y entonces es el momento en que podemos dar comienzo al desentramado de la telaraña.
La red
La conciencia sobre la red y su composición fue un proceso que se inició intuitivamente para avanzar, cada vez más, hacia una sistematización, pero en un principio fue eso: el camino de la intuición, del ensayo y del error, del tiempo y destiempo, del andar y desandar.
Esta red se compone a su vez de otras redes, y otras, y otras, como si fuera un gran mapa donde visualizamos rutas y caminos, calles cortadas, espacios vacíos y también grandes conglomerados habitacionales.
Continuando con este ejemplo podemos vernos a nosotras, las investigadoras, desplegando ese gran mapa que contiene trayectos conocidos y otros nunca visitados y donde nuestras miradas se mueven sobre y dentro de él: desde una perspectiva geocéntrica (desde la tierra) hacia una visión más global (desde el cielo), colocándonos a veces dentro mismo del mapa y otras fuera de él. Esta combinación de miradas nos permite, a los efectos del análisis, recortar la red en elementos más asibles. Reconocerlos, estudiarlos en detalle y volver a colocarlos en ese contexto, donde paulatinamente va operando el sentido que en el pasado se mantenía oculto.
Lo conocido se transforma en contacto con la red y lo desconocido adquiere significado: ahora podemos saber por dónde continuar frente a un camino que parece “bloqueado” o cortado en ese mapa simbólico en el que nos movemos.
Todo este proceso de investigación, con sus repechos y bajadas, contradicciones, interrogantes y períodos de reflexión y debate, ha permitido acercarnos a reconstruir no sólo los hechos, sino su sentido. La importancia de reconstruir el sentido está vinculada, a su vez, con el presente.
Los hechos tomados como tales, aislados y sin significación, corren el riesgo de quedar como relatos anecdóticos del terror. Cuando podemos dotarlos de sentido, conectarlos, vincularlos y hallar la lógica que subyace a los acontecimientos, es cuando estamos en condiciones de trabajar para evitar la repetibilidad. Porque también, y fundamentalmente, se trata de eso: de evitar la repetición del horror.
Cuando sucede un hallazgo de restos obtenemos la confirmación irrefutable de la existencia de crímenes perpetrados por el Estado donde no hay azar ni casualidad, sino planificación e intencionalidad.
Conocer la verdad no como anécdota o como un lamento resignado y sin salida, sino la verdad que da sentido a la vida y que la transforma, también es objeto y parte de estas investigaciones.
En lo concreto
Esta nueva forma de acercarnos al período de estudio nos ha permitido avanzar en las diversas áreas que lo componen, identificando con mayor detalle qué organismos represivos actuaban y en qué contextos políticos y de represión lo hacían. Esto nos aproxima aun más a comprender las transformaciones operadas dentro de las distintas agencias y también en las resistencias forjadas tanto en la clandestinidad de las organizaciones políticas como en la cotidianidad.
En este desarrollo, los casos de desaparición forzada conforman una “historia secuestrada y desaparecida”, una historia inacabada con un itinerario trunco. Cuando sucede un hallazgo de restos, como ahora, el objetivo del dispositivo desaparecedor se revierte y, junto con el impacto que supone la materialización del cuerpo rompiendo ese dispositivo, obtenemos la confirmación irrefutable de la existencia de crímenes perpetrados por el Estado, donde no hay azar ni casualidad, sino planificación e intencionalidad, acompañada de una lógica de acción cuyo sentido va descifrándose a medida que se avanza en las investigaciones.
En ese marco, el hallazgo trasciende lo individual y reactualiza una vez más la necesidad y la urgencia de la investigación. No desde una perspectiva criminalística, inadecuada para crímenes de lesa humanidad cometidos hace 40 años, sino una investigación en red, desde un abordaje transdisciplinar, que permite ir completando los trayectos aún en suspenso y que promueve una mayor cooperación entre quienes nos sentimos convocados por este tema.
Parte del balance y de los avances tienen que ver entonces con este nuevo abordaje propuesto, originado en la propia experiencia de trabajo y que nos ha permitido penetrar en la densidad de la telaraña y acceder cada vez más a las zonas ocultas de las dinámicas represivas; es por eso que estamos convencidas de que es por aquí que hay que seguir transitando, superando las fragmentaciones del campo y apostando por una articulación que nos acerque cada vez más a la verdad y a la justicia, no como consignas vacías de contenido, sino como ejes conceptuales que estructuran la práctica de la investigación.
Fabiana Larrobla es licenciada en Ciencia Política y coordinadora del Equipo de Investigación Histórica.