Pasó una nueva campaña, pasaron las elecciones, y allí queda para volver a repasar, fuera de la vorágine interminable de los tiempos y agendas electorales, el registro fotográfico de todos los medios de prensa. Hoy, más que nunca, la foto del minuto a minuto marca la talla en tiempos de redes: el clic de la foto, bajarla por wifi (en muchos casos al smartphone) y ahí mismo posproducir con una aplicación luces, contrastes, equilibrios de blanco y enviarla a la redacción o a la agencia. Entre todo el proceso sólo pasan tres minutos.

En materia fotográfica, la campaña electoral se apoya en dos formas de registro. Una, realizada por una agencia, que es la que conforma el apoyo visual e identidad del candidato y que luego vemos en gigantografías que ocupan medianeras enteras de edificios o el encabezado de las listas. Esas en las que el retratado es parte de un concepto son fotografías de estudio en las que hay una concepción de iluminación, vestuario, gestualidad y dirección fotográfica (la mirada, la sonrisa, el perfil), y finalmente una posproducción de la toma. Aunque bien vale la pena un análisis detallado de cada uno de los candidatos, de estas no hablaré hoy.

Preferí detenerme en las de registro de campaña, en las que el fotógrafo marca una impronta y una mirada personal que parte desde el minuto en que escoge qué lentes llevará al campo, si iluminará de manera artificial o se jugará con su cuerpo en movimiento para encontrar la luz que desea. Si optará por un lente gran angular que habilite el registro general (e inclusive a la posibilidad de la ironía a través de las deformaciones que puede producir) o un sencillo lente para retratar lo más fielmente al candidato que se está siguiendo. Si llevará un pesado teleobjetivo que permita aproximar cualquier detalle o estará dispuesto a abrirse camino cuerpo a cuerpo hasta el objetivo.

La campaña nos dejó un alto nivel en la producción de fotoperiodismo y en el ejercicio de la edición. Por el camino quedaron una infinidad de fotografías icónicas y de gran contenido simbólico que, sin duda, oficiarán de fuentes para la didáctica de las escuelas locales. Si miramos hacia atrás, vamos a encontrar una cantidad de puntos de vistas inusuales, composiciones de imagen que juegan, buscan fuertes tensiones, apoyándose en meticulosos órdenes diagonales, que sólo la mirada atenta y afilada puede captar en menos de 30 segundos. Fotos que apuestan por una mirada ideologizada y politizada.

En este punto, me detengo en una fotografía que sintetiza la tensión de una campaña y el rol protagónico de los fotoperiodistas. Me refiero a la foto tomada por Javier Calvelo, integrante de la cooperativa adhoc, durante el último debate presidencial. Al decir esto sé que muchos (al igual que yo) la recrearon en su memoria. Y ahí está a lo que me refiero con la pregnancia de ciertas imágenes, que marca el rol del fotoperiodista autor, ya que con el paso de las semanas, aquellos que seguíamos la producción cotidiana tanto en prensa impresa como en redes no teníamos que verificar autorías, sabíamos a quién correspondía cada fotografía.

Pero volvamos a la fotografía del debate. Al ver por primera vez la foto de Calvelo, lo primero que hizo mi cerebro fue recordar la también icónica fotografía de Mauricio Macri tomada por el fotoperiodista Rubén Digilio. Aquí el recurso se repite, pero de manera instantánea, recurriendo a la casual iluminación y la sombra generada que proyecta el perfil del candidato presidencial de la “coalición multicolor”: aparece la sombra de Luis Lacalle Pou con una de nariz alargada –que vaya si es un comentario–; a su vez, se tensa la organización de la composición al jugar con diagonales y, en el extremo superior izquierdo, la palabra “silencio” que cuelga en todos los estudios de televisión remata la toma. Es tanta la información que configura el cerebro de Calvelo en esos segundos que sus ojos se transforman en una máquina ideológica, interpelándonos con íconos, símbolos e índices.

Seguramente, al ver la imagen generada el fotógrafo se habrá preguntado si hacerla pública. Es una foto jugada pero necesaria, que habla más del fotógrafo que del retratado, o no. Eso lo juzgará cada observador.