Según Chris Dickman, profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Sídney, Australia, aproximadamente 1.000 millones de animales han muerto como consecuencia de los incendios provocados en Australia. Entre las especies exclusivas de la isla están, entre otros, el koala, el canguro, el ornitorrinco, el demonio de Tasmania, y recientemente se ha incorporado el dingo como una especie distinta del perro doméstico.

Poco tiempo atrás se creía (y todavía algunos lo sostienen) que el dingo es una raza de perros domésticos que, tras alejarse de los primeros poblados australianos, gradualmente se transformó en salvaje. Trazando un paralelismo, algo similar ocurrió con la raza cimarrona en Uruguay, con la diferencia de que en nuestros país ya no quedan ejemplares en estado silvestre. Sin embargo, hace algunos años se comenzó a dudar sobre el origen del dingo. Tras algunas investigaciones, se determinó que el otrora perro doméstico no sería un perro común, sino una subespecie distinta y exclusiva de la tierra de Cocodrilo Dundee. Según algunos autores, el dingo anda en la vuelta desde hace unos 5.000 años, pero no sería originario de Australia sino de Asia. Descendiente del lobo asiático, los ejemplares de este animal comenzaron a domesticarse, como ocurrió con los demás lobos predecesores del perro, pero no habrían completado el proceso de domesticación que sí ocurrió en otras partes del mundo y que dio como resultado la aparición del perro moderno.

No obstante, este perro a medio terminar habría acompañado a las poblaciones humanas que se iban desplazando desde Asia a las múltiples islas del Pacífico que hoy conforman Oceanía. Debido al tamaño de la isla, estos habrían incurrido en el nuevo territorio sin presencia humana, lo que interrumpió el proceso de domesticación inicial y los regresó a un estado salvaje, creando así una subespecie nueva: el Canis lupus dingo.

La confusión se debe a la clasificación que les habrían dado los primeros europeos que llegaron a la isla. Apenas arribaron, James Cook y compañía se toparon con especies sumamente exóticas desconocidas hasta entonces, pero el dingo no entró en la misma bolsa. Su aspecto casi idéntico al perro doméstico que conocían en Occidente llevó a que pensaran que simplemente eran perros abandonados o asilvestrados, y poca cosa más.

Si bien todo apunta a que pertenecen a una subespecie canina y no a la misma que el perro, algunos australianos –e incluso el gobierno– todavía debaten sobre el tema. Los que sostienen que simplemente son perros que viven en estado salvaje consideran que el gobierno debería controlar su población, ya que estos se alimentan del ganado y ocasionan importantes pérdidas económicas. Por otro lado, quienes sostienen que el dingo es una subespecie mixturada entre lobo y perro señalan que el gobierno debería protegerlos, ya que se trataría de una especie silvestre de la isla, única que debería preservarse.

Para complicar más la cuestión, en Australia uno puede salir de safari y ver cómo tres dingos se combinan para cazar a un canguro cual leona a una gacela y, al día siguiente, salir a pasear por las calles de Sídney y encontrarse con un bicho igualito, pero paseando con correa.

En Australia existen granjas que se dedican a la cría de estos animales para su venta como mascotas (está prohibido capturarlos en estado salvaje) y también para su exportación como animales de compañía.

En estado salvaje, el dingo se alimente de wallabis, ratas, gansos, conejos y canguros, entre otros. Pero también se alimenta de ganado bovino y ovino, lo que ha llevado a crear para ellos una barrera o valla que sería la envidia de Donald Trump. En el sureste australiano, los granjeros comenzaron a construir a fines del siglo XIX una valla pensada originariamente para controlar la plaga de conejos que padeció la isla. En la década de 1940 se fueron conectando las etapas valladas, pero ya no para mantener a raya al conejo, sino al dingo. Era tan grave el problema que la valla llegó a abarcar casi 9.000 kilómetros de territorio.

Con el tiempo, el tramo se redujo y hoy se extiende por unos 6.000 kilómetros. Dada su efectividad, el gobierno australiano destina unos diez millones de dólares anuales para su mantenimiento.