“No soy un pesimista, Tulio, sólo soy un optimista bien informado”, le retrucaba Bodoque a Tulio, el conductor del pionero noticiero infantil que se convirtió en un éxito impensado. A principios de 2003, el programa chileno 31 minutos ya comenzaba a transformarse en un fenómeno que trascendía ampliamente a su público, de la mano del equipo de títeres periodistas que, con un lenguaje llano, desplegaba información y absurdos con una propuesta inteligente y seductora. Al principio, los creadores (el periodista, historietista y titiritero Pedro Peirano, y el director, productor y periodista Álvaro Díaz) se propusieron hacer un programa de televisión que les hubiera gustado ver a ellos cuando eran niños, pero, con el tiempo, este show de notas humorístico, en el que los personajes daban todo por ofrecer una imagen de “noticiero serio” (nació como una caricatura de 60 minutos, el polémico noticiero pinochetista que se transmitía en los 70 y 80), se distanció de la parodia para consolidarse en una verdadera comedia, que no escatima en certeros guiños sobre la realidad social chilena: hace unos meses, por ejemplo, cambió los ojos de su logo por unas equis rojas en protesta por el uso de escopetas y balas de goma durante las manifestaciones chilenas, que dejaron más de 200 casos de lesiones oculares.

Entre 2004 y 2007 el canal infantil Nickelodeon lo transmitió en la mayoría de los países latinoamericanos –incluido Brasil–, y después de un impasse, en 2015 se volvió a emitir, esta vez por Cartoon Network. Ahora, Netflix acaba de subir su cuarta temporada, de 12 episodios –por ahora, los capítulos de las demás temporadas sólo se pueden ver en su canal oficial de Youtube–, que comienza con “La Mona Lisa”, en el que Tulio está cansado de la mediocridad de las noticias y los entrevistados que llegan al programa y decide llevar al estudio al cuadro de la Mona Lisa, sin imaginar que, por un percance, el programa deberá pagar una buena cantidad de dinero al Museo del Louvre, y, ya sin presupuesto, se convertirá en un basural clandestino llamado “3 minutos”, y termina con “La gran gala de Titirilquen”, en el que todo el equipo queda encerrado en un ascensor, y mientras esperan recuerdan las mejores canciones de la temporada.

Hace unos años, Díaz le contaba a Página 12 que, a medida que avanzaban en el guion, iban despuntando la personalidad de cada personaje y sumando otros para cubrir distintos niveles de “infantilidad”: “Ahí está Tulio, un niño caprichoso y vanidoso que conduce el noticiero; luego Juanín, su productor, un niño un poco más grande y más responsable, y Bodoque, que es como el único adulto del show”. Y decía que si bien el programa siempre giró en torno a cualquier tema, decidieron que la ecología y los derechos del niño fueran dos tópicos fijos, convencidos de que “el secreto para hacer un programa que les enseñe algo a los niños es, justamente, que no parezca educativo”. Aunque reconoce que, sobre todo, 31 minutos enseña a perdonar: “Mi hermana, que es psicóloga infantil, siempre me decía que lo que hacía falta en la tele para niños no eran temas ‘didácticos’, cosas como enseñar a leer o a contar, sino educación afectiva; aprender a querernos como somos, a convivir”.