Si bien difícilmente veamos a un perro con piercings y gorrita (tatuajes algunos tienen), ello no sería una condición sine qua non para sospechar que cometerán delitos. Pero es real que el aspecto de una mascota es uno de los motivos por los cuales los seres humanos las buscamos. Esto es claro en las razas cuyo trabajo consiste en detectar, entre otras cosas, drogas y explosivos en aeropuertos. Tienen una apariencia notoriamente diferente al de los perros que utilizan las fuerzas del orden para persuadir a la población, que ostentan animales que parecen “malos”. De hecho, la imagen es tan importante que existen estudios sobre las impresiones que se llevan los turistas recién llegados a un país cuando ven a perros realizando tareas de “buchón”: se sienten más seguros y menos violentados si son del estilo de un labrador o un beagle. Sin embargo, si el perro es un pitbull o un rottweiler la cosa cambia. Cualquier perro, sin importar su aspecto, podría laburar en el aeropuerto, pero se toma en cuenta este detalle con el fin de arrancar con el pie derecho en cuanto a receptividad.

También se aprovechan los estereotipos del mundo canino a la hora de potenciar las bondades de una comida, un medicamento, un hotel. La información que recibimos sobre esos productos se sustenta en imágenes de perros modelo que nos van llevando a concluir que ese formato de perro es bueno y que todo lo que no se le asemeje es malo o sospechoso.

Tiempo atrás la apariencia también determinaba el futuro de un animal, incluso por encima de su comportamiento individual. Los perros tipo pitbull, utilizados para luchar con osos, leones y otros congéneres dentro de un foso, debían tener una apariencia distinta a la normal, ya fuera para amedrentar a su oponente o para protegerse de los embates del contrincante. Así surgió la idea de cortarles las orejas y la cola, para minimizar las heridas que pudieran ocasionarles en el combate. El resultado de esta búsqueda fenotípica daba como resultado un perro raza pitbull, bien puchereado, con músculos por doquier y, por si fuera poco, orejas erectas, finas y puntiagudas. Unas caripelas dignas de sospecha, realmente.

Pero tanto un pitbull o un dóberman como un caniche recién salido de la peluquería con perfume y todo son capaces de cometer los mismos hechos delictivos, si no se fomenta lo contrario. Es más, ese caniche pipi cucú pertenece a una de las razas más agresivas, incluso más que el tan vapuleado pitbull. Lógicamente este último, frente a un episodio agresivo, será más peligroso por una cuestión de tamaño, pero agresivo y peligroso no son sinónimos. Aun así, la mayoría de las personas que evalúan acercarse a interactuar con un perro se siguen basando en el aspecto.

Saliendo del mundo de las apariencias físicas, que no son garantía de nada, ni siquiera en los perros, hablemos de lo que realmente importa: la actitud previa. Si nos referimos a la agresividad, la pinta es lo de menos. La mayoría de los perros que se comunican con su propia especie siguen más o menos el mismo patrón. Si su intención es atacar, entonces ladrar, fruncir los belfos y mostrar los dientes, dirigir sus orejas hacia adelante, mantener la mirada directamente sobre su objetivo, levantar la cola y erizar los pelos que van desde la nuca hasta la cola serán señales inequívocas de la actitud que tomará.

Pero si su intención es primero ver qué onda, evaluar y luego, si da, atacar, el asunto es otro. Se acercará sin titubeos con la cola levantada, la mirada fija, algún ladrido y gruñido, pero no mostrará los dientes salvo que sea necesario. En este caso, los hechos que puedan suceder no dependerán del animal, sino de la actitud que tome el otro perro o la persona. Si durante la evaluación que realiza el animal de la situación lo miramos a los ojos, levantamos las manos y hablamos, probablemente muerda. Sin embargo, si dirigimos la mirada hacia el lado opuesto a donde está el perro, no nos movemos hasta que termine su inspección y nos quedamos calladitos, es altamente probable que zafemos.

Pero hay datos sutiles, que parecerían no emparentarse con la agresividad y pasan desapercibidos, cuando en verdad deberían incluirse en la lista de conductas sospechosas. Si ladra, muestra los dientes, dirige sus orejas hacia atrás pero no se abalanza cuando lo enfrentamos, sino más bien retrocede, pero cuando le damos la espalda avanza, tenemos un problema mixto. Voy al frente pero de garrón, se podría decir. En esos casos, retirarse siempre de frente al perro suele protegernos de un posible ataque.

Y están los más sutiles de todos: cuando un perro bosteza en una situación distante al momento destinado al descanso, eso quiere decir algo. Lo que nos quiere transmitir es una sensación de malestar, ansiedad o nerviosismo. Es muy común ver perros a los que no les copa ir al doctor y, frente a determinadas maniobras o situaciones, simplemente bostezan. La conducta de levantar uno de sus miembros anteriores dejándolo como colgando, sin apoyar, se rige por las mismas normas y se da de la misma manera; eso también indica “¡sacame de acá!”.

Por último, un ejercicio: si googleamos, por ejemplo, “bóxer con orejas operadas” y    comparamos el resultado con una imagen de la misma raza pero sin tal intervención, veremos cómo las apariencias obran en nuestras decisiones.