En un breve comunicado numerado 05/20, la cancillería uruguaya anunció: “El Uruguay adhiere con convicción a este homenaje, adoptando la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, organización que reúne a gobiernos y expertos de diferentes países, con la finalidad de reforzar, impulsar y promover en todo el mundo, la educación, la memoria y la investigación sobre el Holocausto y de la cual Uruguay es miembro observador”.

Recordar el Holocausto del pueblo judío, el crimen de odio más horroroso del siglo XX, es sin lugar a dudas un imperativo moral, político y cultural para todos quienes se consideren humanistas, independientemente de su ideología, religión o posición política. Luchar contra el antisemitismo, una persistente plaga retrógrada, una de las manifestaciones más recurrentes del racismo moderno, es otro imperativo humanista, obviamente muy ligado al recuerdo del Holocausto. Estas causas nobles son, sin embargo, utilizadas o más precisamente mal usadas para contrabandear unas ideas que se contradicen con esos mismos nobles propósitos. Me refiero a los ejemplos que la denominada Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto utiliza para explicar a qué se refiere como antisemitismo, ejemplos que buscan deslegitimar a los críticos del racismo imperante en el Estado de Israel. En su página web la mentada Alianza considera como manifestaciones de antisemitismo diversas demostraciones de odio, prejuicios o falsas acusaciones generalizadoras hacia “los judíos” como colectivo. Sin embargo, incluye tres ejemplos que en realidad sirven para deslegitimar el debate crítico en torno al persistente racismo practicado por el Estado de Israel: “denegar a los judíos su derecho a la autodeterminación, por ejemplo, alegando que la existencia de un Estado de Israel es un empeño racista”; “aplicar un doble rasero al pedir a Israel un comportamiento no esperado ni exigido a ningún otro país democrático”; “establecer comparaciones entre la política actual de Israel y la de los nazis”. De acuerdo a estos ejemplos, no somos pocos los judíos ciudadanos y residentes en Israel, ni que hablar los muchísimos judíos no sionistas en el mundo, que podemos absurdamente ser acusados de antisemitismo.

¿Por qué es antisemita la denuncia del racismo inherente a estructuras legales fundacionales en el Estado de Israel? Vamos a poner ejemplos claros y concretos para que se entienda de lo que estamos hablando. Dos niños nacidos en el año 2000 en un mismo barrio del sur de Tel Aviv, ambos de padres originarios de América Latina. Uno de ellos de padre y madre judíos, que apenas pisaron Israel al emigrar obtuvieron la ciudadanía junto a toda clase de beneficios materiales para facilitarles su absorción en el país. El hijo de ellos fue ciudadano israelí desde el día de su nacimiento. En cambio, el otro chico, que compartió barrio, jardín de infantes y juegos con el primero desde que tiene conciencia, no tiene derecho a la ciudadanía del país en el cual nació, del país en el cual se crió. ¿Por qué? Porque sus padres no son judíos, sino emigrantes que llegaron a Israel en busca de trabajo, se conocieron y se casaron en Israel residiendo ilegalmente y obteniendo, tras infinitos trámites y penurias, apenas un siempre temporario “permiso de residencia”.

Pero dejemos de lado a los padres. Los dos israelíes hijos de latinoamericanos nacidos en el 2000 son ahora adultos: uno es ciudadano pleno, con derecho de voto y plenos derechos sociales, y el otro apenas tiene derechos sociales parciales y no puede votar. Son casos concretos de chicos que conozco personalmente, pero hay miles y decenas de miles de israelíes que no son reconocidos como israelíes por el origen de sus padres. ¿Qué es eso sino racismo? Y no es un racismo puntual, producto de la actuación de un funcionario; ni siquiera es racismo producto de la política de determinado gobierno israelí al que se pueda acusar de ser particularmente racista. Es racismo estructural y legal, producto de la legislación fundacional vigente en Israel, es parte de su lógica como “Estado judío”, considerado exclusivamente judío, así como no tienen empacho en definirlo algunos de sus políticos gobernantes.

Pasándose por encima el hecho que desde hace más de 50 años (desde 1967) Israel domina militarmente a millones de palestinos a quienes deniega derechos ciudadanos a la vez que impide la creación de su Estado independiente, la “Alianza” considera un acto de antisemitismo “aplicar un doble rasero al pedir a Israel un comportamiento no esperado ni exigido a ningún otro país democrático”. Un Estado que gobierna por medio de decretos militares y no otorga derecho de voto ni garantías cívicas a más de 40% de la población bajo su dominio no puede ser considerado un “país democrático”. ¿Soy antisemita por exigir a Israel que se retire de los territorios conquistados militarmente en 1967 o que, en caso contrario, otorgue plenos derechos ciudadanos a la población palestina que en ellos reside? ¿Soy antisemita por decir que ningún gobierno israelí elegido por una mayoría de electores israelíes tiene derecho para determinar unilateralmente el futuro de los palestinos? Es absurdo. A países democráticos en los cuales todos los habitantes nacidos en el territorio tienen igualdad de derechos políticos no se les puede exigir que renuncien a parte del territorio, que se abstengan de construir ciudades y barrios o que tomen decisiones contrarias a la expresa voluntad de la mayoría de sus ciudadanos. A Israel sí se le puede, y se le debe exigir que no tome decisiones que afectan a los palestinos en los territorios ocupados militarmente. No porque sea precisamente Israel, sino porque es un Estado que, utilizando un ejército de ocupación, les está negando la autodeterminación y la ciudadanía a los palestinos.

Israel no es la Alemania nazi, pero sí es un Estado que practica un racismo institucionalizado que tiene toda una gama de condenables manifestaciones.

Finalmente, comparto plenamente la idea de que es incomparable la teoría y la acción del nazismo con los actos del Estado de Israel. Israel no es la Alemania nazi. No hay campos de concentración, no hay exterminio ni cámaras de gases, y hay importantes grados de libertad de expresión y pluralismo político. Lo que también hay en la cultura política israelí es una tendencia constante a comparar fenómenos políticos del mundo actual con la Alemania nazi. Los gobiernos israelíes que ahora comparan al régimen iraní con la Alemania nazi (otra comparación falsa), hace 20 años compararon al cruel dictador iraquí Saddam Hussein con Hitler, y no cesan de aplicar esas comparaciones, rebajando el debate público y rebajando el recuerdo del Holocausto. Obvio, en la dictadura de Hussein había muchos elementos comparables con el nazismo, así como en la dictadura uruguaya hubo algunos elementos inspirados por la mentalidad nazi, así como en las declaraciones y actitudes de algunos políticos nacionalistas israelíes se perciben similitudes con el nazismo, y podríamos dar muchos ejemplos de otras partes del mundo. En la discusión israelí interna, las comparaciones demagógicas con elementos de la experiencia nazi son constantes y van de derecha a izquierda y viceversa. Dije que Israel no es la Alemania nazi y me parece importante afirmarlo, porque precisamente a veces, en expresiones de voceros de la solidaridad con Palestina, se resbalan hacia esa comparación falsa y le hacen un flaco favor a la causa palestina. Israel no es la Alemania nazi, pero sí es un Estado que practica un racismo institucionalizado que tiene toda una gama de condenables manifestaciones. El programa de Israel hacia los palestinos es mucho más comparable con los Bantustanes de la Sudáfrica del apartheid. El proceso de colonización israelí puede ser analógico al proceso de colonización de distintos países del continente americano en el siglo XIX, incluyendo el despojo y el arrasamiento de poblaciones indígenas.

En distintos países del mundo occidental se han aprobado recientemente legislaciones que equiparan el antisemitismo con el antisionismo, deslegitimando a toda una serie de corrientes ideológicas que existen dentro del judaísmo y entre las personas de origen judío. El sionismo, el nacionalismo judío que ve su realización en Palestina/Israel, es sólo una corriente ideológica entre los judíos; en este momento, la más potente, la más organizada y con mayor cantidad de adeptos, pero no la única. Se oponen al sionismo sectores muy variados: algunos sectores judíos religiosos ortodoxos por motivos religiosos, corrientes de izquierda como el comunismo y el Bund (asociación socialista que consideraba al judaísmo cultura nacional), numerosos judíos sin definición ideológica que se consideran patriotas en los países donde nacieron, se criaron o donde son ciudadanos, y que se sienten indignados cuando algún diplomático israelí se permite expresarse como si los representara, numerosas personas de origen judío que consideran ese origen no una pertenencia nacional o religiosa sino un antecedente cultural-familiar. Todas estas actitudes que rechazan al nacionalismo sionista y que a veces también rechazan las políticas israelíes contra los palestinos no rechazan necesariamente el derecho de existencia de la nación judeo-israelí, pero sí su derecho de existir excluyendo y despojando a los palestinos. Entonces, ¿son antisemitas quienes se oponen al sionismo? No, de ninguna manera.

No hay que hacerse el bobo, tampoco: a veces en expresiones antisionistas se perciben claramente también expresiones antisemitas, a veces la oposición al racismo dominante en Israel adopta un lenguaje antisemita. Pero, qué paradoja, varios de los voceros de la derecha neofascista europea que se han tornado recientemente pro israelíes tampoco extirpan diversas expresiones de su propio antisemitismo. Entonces, a no confundir y a no tachar al antisionismo de antisemitismo.

Contrariamente a quienes usan y abusan del recuerdo del Holocausto para blindar a Israel de críticas contra su racismo, considero que la lucha contra el antisemitismo no puede ni debe aislarse de la lucha contra todas las formas del racismo. Acallar críticas al racismo practicado en el Estado de Israel, inherente a parte de su legislación fundacional, es precisamente traicionar la memoria de las víctimas del Holocausto, las víctimas de la peor y más feroz manifestación de racismo en el siglo XX. Además, es una manifestación de hipocresía que a la larga alimenta al antisemitismo en el mundo.

Gerardo Leibner es historiador, nacido en Uruguay y radicado en Israel.