El chimpancé pertenece a la subfamilia Homininae, que también forma parte del género Homo, como nosotros. Por lo tanto, no sería tan extraño que, en un almuerzo familiar dominguero, además de Ignacio Copani, se sentara a la mesa nuestro “primo” animal.

Según confirman los estudios, los humanos compartimos entre 98% y 99% del genoma con ellos, pero hasta no hace mucho tiempo se desconocían los motivos por los cuales nuestro cerebro se perfeccionó tanto en comparación con el de nuestro pariente, si tenemos casi el mismo ADN. Parece que la respuesta a esto se encuentra en un regulador específico de la actividad de los genes denominado HARE (potenciadores reguladores de la aceleración humana, según su sigla en inglés).

Cuando ese regulador humano se introduce en embriones de ratas, se obtiene un cerebro 12% más grande que en los embriones tratados con la secuencia HARE del chimpancé. Lo novedoso del estudio es que se detectaron las diferencias de actividad en un momento crítico del desarrollo, cuando las células están comenzando a replicarse para producir neuronas e interviene este regulador, dando como resultado un mayor y más complejo número de neuronas.

Pero más allá del tecnicismo, estos bichos son inteligentes de verdad. Anatómicamente, su capacidad craneal oscila entre 320 y 480 centímetros cúbicos, mientras que la nuestra promedia los 1.400. Lo que varía es la estructura microscópica de nuestra corteza cerebral (materia gris), lugar donde se procesa la información, la percepción, la imaginación, el pensamiento, el juicio y la decisión, entre otros asuntos de importancia. En dicha zona, de los 2.340 genes que involucran a las células nerviosas, sólo compartimos 367 con el chimpancé.

Tal diferencia se ha logrado constatar en un estudio realizado por Tetsuro Matsuzawa, de la Universidad de Kioto, en el cual se comprobó que el cerebro del chimpancé cuando nace es inmaduro, al igual que el del humano, pero en este último el desarrollo es tres veces mayor, lo que aporta un mayor crecimiento de la capacidad de usar un lenguaje y de las habilidades cognitivas y sociales.

Pruebas

Autoconciencia | Los chimpancés son capaces de reconocerse cuando se les hace una marca en el cuerpo que no pueden ver directamente, pero que se torna visible si se colocan frente al espejo. Tras ser marcados, reaccionan moviéndose para verse mejor en el reflejo, lo que significa que saben que la marca está en ellos mismos y, por lo tanto, se reconocen.

Herramientas | Producen herramientas para conseguir sus alimentos, incluso sin que nadie les haya enseñado, por un método de ensayo y error; los ejemplos son varios. Para capturar hormigas, seleccionan una rama, le arrancan las hojas, la introducen en un hormiguero y esperan a que las hormigas trepen por ella. Muchas veces llegan a untar las ramas con miel para que los insectos no se desprendan cuando las retiran. También hacen uso de palos de mayor porte para atravesar, a modo de garrocha, cursos de agua o para utilizarlos como jabalinas cuando quieren defenderse de algún depredador. En estos casos pueden, además, hacer uso de piedras.

Con hojas, son capaces de confeccionar sombrillas o recipientes para el transporte de agua. Asimismo, pueden asociar el uso de herramientas con obtener determinado fin sin que estas se encuentren concretamente en el ambiente próximo. Por ejemplo, recogen nueces, que son incapaces de romper en el momento, pero al volver a su territorio utilizan piedras o palos en forma de martillo o yunque para acceder a su interior.

Lo que realmente sorprende es que el uso de diferentes herramientas varía entre poblaciones y es aprendido desde la juventud, al observar a los adultos. Esto sugiere la existencia de cierta cultura (rudimentaria) y que tienen la capacidad de potencialmente prever, planificar y modificar sus habilidades de acuerdo con la situación que se presente. Así, una rama debe tener el ancho y el largo correctos para entrar en distintos tipos de orificio, y esas mismas ramas pueden transformarse en lanzas si es que la situación lo amerita.

Memoria cognitiva | Matsuzawa realizó una prueba en la que un chimpancé veía cómo aparecían sucesivamente en una pantalla números del uno al nueve, en posiciones aleatorias. Cuando los números desaparecían (en menos de un segundo), en la pantalla sólo quedaban cuadrados blancos. Después de ordenarle que apretara nuevamente los cuadrados de manera ascendente (el animal fue entrenado previamente para eso), lograba recordar la secuencia sin problema. Repetido el ensayo varias veces con los números y cuadrados en distinto orden, el chimpancé nunca falló.

Sin embargo, tras someter a una persona a la misma prueba, no la superó e incluso rara vez recordó más de dos o tres secuencias numéricas. Para Matsuzawa, los primeros humanos “perdieron la memoria inmediata y a cambio aprendieron la simbolización y las habilidades del lenguaje”, denominando a eso teoría de la compensación. Esto es: si querés tener una capacidad –en este caso, la memoria refinada a corto plazo–, tenés que perder otra.

Lenguaje | Estudios como el de la Universidad Estatal de Georgia, Estados Unidos, han puesto a prueba la capacidad de comunicación de los chimpancés. Tras enseñarles a dos ejemplares el lenguaje de señas de los sordos, pudieron comunicarse mediante la unión de palabras. Sin embargo, estas no estaban gramaticalmente estructuradas. A la hora de pedir una banana, las señas no expresaban “quiero comer banana”, sino algo similar a “banana comer”.