“¡Abran paso a la vanguardia, son un público de mierda!”, cantaba el dionisíaco frontman de los Skiantos, banda punk italiana, a fines de los 70, sacudiendo a la audiencia de su aturdimiento: sin tomarse a pecho el insulto, una buena idea sería abrir efectivamente camino a ella, para desafiarnos, en estos tiempos desafiantes, tratando de consumir –entre cataratas de entretenimiento hueco o artsy– algo que desvíe, en lo simbólico, de los habituales caminos narrativos, lógicos, familiares.

Si el reto les parece estimulante, el primer, obligatorio paso virtual es, sin duda, dirigirse a UbuWeb y perderse en su pantagruélico repositorio de obras que tratan de cubrir todo: todos los géneros, todos los continentes, todas las épocas (las épocas posteriores a las vanguardias históricas, obviamente). Ese afán enciclopédico no nació con el proyecto y puesta en práctica del sitio web, que data de un remotísimo –si se calcula en años internéticos– 1996, sino de la mutación de intereses de su hacedor, que se fueron agrandando paralelamente a como se desarrollaba (y agrandaba) su carrera de escritor.

El “autor” de UbuWeb es el estadounidense Kenneth Goldsmith, nacido en 1961, quien, egresado de una escuela de arte y con una promisoria carrera como escultor, en los años 90 se volcó inesperadamente a la literatura, primero experimentando con la poesía concreta y visual, para luego formalizar un movimiento llamado “escritura conceptual”, cuya poética, que por supuesto trasciende a este autor, consiste en crear nuevas obras recontextualizando textos preexistentes y en la que prima la idea sobre el resultado estético (de todas formas, como introducción al género, se puede utilizar el volumen teórico goldsmithiano que ha sido traducido hace unos años por Caja Negra con el título de Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital).

Con obras en su haber como el retipeo de un número entero de The New York Times en formato libro, de casi mil páginas (Day, 2003) o la desgrabación de transmisiones radiofónicas que comentaron en directo eventos traumáticos de su país, por ejemplo el asesinato de Kennedy y los atentados del 11 de setiembre de 2001 (Seven American Deaths and Disasters, 2013), Goldsmith se volvió la figura más prominente de esa corriente literaria. No se puede hablar de líder, ya que el movimiento es heterogéneo, descentralizado, internacional (aunque fuertemente anglófono) y tal vez nunca se haya considerado realmente movimiento, pero Goldsmith sigue siendo su cara más notoria. Eso se debe sobre todo a acciones “ruidosas” como dictar en la universidad un curso llamado “Perder el tiempo en internet”, donde se hacía exactamente eso, o leer como si fuera un poema –él, un escritor blanco– la autopsia de Michael Brown (un estudiante negro asesinado brutalmente por un policía que desató una revuelta masiva de los afrodescendientes en Estados Unidos), lectura que a su vez produjo duras condenas de “apropiación racista” contra Goldsmith.

En efecto, la apropiación libre (y más o menos sutil manipulación) de cualquier tipo de material (de los grandes clásicos de la literatura a los mensajes dejados en contestadoras automáticas) es el ADN de la escritura conceptual, y la mismísima UbuWeb es uno de los ejemplos más contundentes de ese uso “indebido” de lo existente. Sin embargo, el sitio no se puede considerar a su vez una obra, porque no deja de ser, en cierto sentido –por cuanto monstruosamente titánica y ambiciosa–, una antología. Empero, una antología especial: por un lado, tal “florilegio” es hijo de un sacrosanto principio de apoderarse de lo preexistente para crear algo nuevo y/o para su libre difusión (que es la versión simplemente “patente” y descarada, huelga decirlo, de cómo la cultura misma funciona en cada una de sus encarnaciones); por el otro, no ofrece especímenes de las obras elegidas, como hacen las antologías, sino que brinda directamente las obras enteras.

Así, en la prehistoria de internet, Goldmisth paulatinamente pasó de publicar una página en la que colgaba ejemplos de su pasión del momento, o sea piezas de poesía visual, a un enorme depósito donde pone a disposición del público toda clase de archivos –audio, video, pdf– de materiales sin límite de géneros o tipos, pero siempre off, raros, bizarros, laterales, tanto de autores desconocidos u olvidados como de monstruos más o menos sagrados (es, de hecho, el rostro de nada menos que Samuel Beckett, por ejemplo, el que nos saluda desde la homepage).

Como fue anticipado, el denominador común de lo acumulado sería la “vanguardia”, vale decir, una de las ideas más controvertidas, debatidas y continuamente “redefinidas” (por su, parecería, intrínseca resistencia a ser fijada) del último siglo y que aquí se conjuga, diría afortunadamente, de manera transversal y laxa (de hecho, hay varias presencias que se pueden criticar, como siempre pasa). Reitero: todo sin pedir autorizaciones para la publicación, en una época en la que la lucha por los derechos de autor se ha endurecido y se vuelve a menudo mezquina y castradora.

UbuWeb, pasando a lo práctico, funciona así: Goldsmith cuelga la obra, que rescata de fuentes dispares (que con los años se han multiplicado), la pone a disposición de los navegantes gratuitamente (el sitio mismo no recibe ningún apoyo económico, ni público ni privado) y espera. Si nadie se queja, ahí queda. Si alguien protesta, la saca. Resulta asombroso que, pese a la presencia de artistas comercialmente famosos y exitosos (por ejemplo, Salvador Dalí, Andy Warhol, Yoko Ono, aunque siempre representados por obras periféricas a sus actividades más conocidas), en 24 años de existencia sólo tuvo que borrar tres o cuatro piezas, frente a miles de ítems “pirateados”.

Pretender reseñar UbuWeb sería delirante, como delirante es el mismo proyecto, dado el tamaño: hay una organización por categorías e incluso contenidos propios (una página dedicada a autores contemporáneos y una serie de libros “editados” por el mismo Goldsmith y Danny Snelson, llamada “UbuWeb / publicando lo impublicable”), pero, en brillante contraste con el perfil gráfico de sus páginas –sencillas, esenciales, temperadas– se trata de un magma ardiente que aquí sólo se puede rozar.

Una vez “adentro”, se puede desafiar la paciencia con las películas tan aburridas como hipnóticas de Warhol (obviamente, una de las figuras que más marcaron a Goldsmith) o incendiarse con las saturaciones electrónicas de Pipilotti Rist; escuchar las estridencias de la Ursonate, de Kurt Schwitters, o gozar de la voz de Caetano Veloso que recita a Augusto y Haroldo de Campos; leer las ponderosas notas de Pierre Boulez sobre Arnold Schönberg o los sugestivos guiones para cine militante de la bailarina Yvonne Reiner, y así, en series potencialmente inagotables.

Todo, en UbuWeb, “hace” vanguardia: piezas más o menos “atrevidas” que tienen más de 100 años y otras flamantes; largas y articuladas películas (imperdible la “traducción” fílmica de Finnegans Wake de Mary Ellen Bute) y escuetas cartas; fulminantes pruebas de poesía sonora y delirantes flyers anónimos recuperados en la calle (aparecen escaneados en una sección de “arte otro”, llamada outsiders): la lógica que parece regular ese monumento a la disposofobia culta es un quid que podríamos tratar de resumir, humilde e injustamente, con los adjetivos “raro” o “provocador”, quedándonos evidentemente cortos. Hay incursiones en terrenos lejanos a la plástica y la literatura, como una colección de “danza” y otra de “etnopoéticas” (curada por el escritor y etnólogo Jerome Rothenberg), y, por supuesto, secciones que lucen impúdicamente intereses “autobiográficos” goldsmithianos, como la de “poesía visual” y la de “escritura conceptual” (elaborada por otro teórico y poeta clave del conceptualismo, Craig Dworkin).

Esta colección, marcada por lo difícil, rupturista, marginal, tiene, por supuesto, el límite de su sesgo anglófono y quizá anglófilo (a fin de cuentas, está armada por un intelectual estadounidense desde Nueva York, el centro del imperio, por cuanto en decadencia) y, sin embargo, sobre todo en los últimos años, los esfuerzos por romper barreras lingüísticas y geográficas han sido consistentes (aunque, por cierto, mejorables): para limitarnos a casos latinoamericanos destacamos, además de la presencia del uruguayo Juan Ángel Italiano y sus rutilantes lecturas de “clásicos” futuristas y dadaístas, las Audiopinturas del gran poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, una intensa selección de videoarte del colombiano Óscar Muñoz y Límite, película de 1930 del brasileño Mário Peixoto, gema que nada le envidia por vigor visual e inventiva a las afines, grosso modo contemporáneas y celebérrimas Un perro andaluz y La edad de oro, de Luis Buñuel.

Abran paso a la vanguardia, pues.