A lo largo de la historia, los seres humanos han querido conocer lo que depara el futuro. Diversos métodos de adivinación se han ensayado en distintas épocas. En la Antigüedad se pretendía conocer el futuro a través de la observación de los presagios de los fenómenos de la naturaleza, o a través de la hieroscopia, que consistía en la lectura de las vísceras de los animales sacrificados, de la oniromancia, que era la adivinación a través de los sueños, y, sobre todo, de las consultas a los oráculos. Más adelante en el tiempo, se ensayaron otras técnicas de predicción del futuro, como la cartomancia, la astrología y muchas otras mancias o artes adivinatorios. Estos intentos de videncia del futuro o adivinación han resultado en general frustráneos. Sin embargo, en estos tiempos de incertidumbre y desazón cobra más fuerza y sentido intentar, cuando no la adivinación, sí los análisis prospectivos. Esta coyuntura de pandemia generalizada invita a pensar y a pensarnos en escenarios de futuro. Sin pretensión de convertirse en oráculo, estas reflexiones buscan hacer un análisis del mundo pospandemia presentando algunos posibles escenarios de un mundo futuro seguramente distinto del que hoy conocemos.

A mediados del siglo XX, luego de lo que Eric Hobsbawm llamó la “era de las catástrofes”, se abrió una nueva época que se llamó Golden Age. Los impactos de dos guerras mundiales, junto a la crisis de 1929 y la subsecuente Gran Depresión, obligaron a la construcción de un mundo con base en nuevos paradigmas que, a grandes rasgos, significaron el fin del mundo liberal del siglo XIX. En los países capitalistas desarrollados el Estado pasó a tener un rol protagónico como conductor del desarrollo. El triunfo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en la Segunda Guerra Mundial significó también el afianzamiento del modelo estatista de economía centralmente planificada. Incluso en los países pobres del sur los estados desarrollaron un rol estratégico.

Esta nueva centralidad del Estado se vio cuestionada en los años 70, cuando comenzaron a implementarse políticas neoliberales. Fueron pioneros en esto los gobiernos de Margaret Thatcher en Reino Unido y de Ronald Reagan en Estados Unidos. La caída de la URSS, a comienzos de los 90, significó para muchos el triunfo definitivo del liberalismo. El Estado debía retroceder, y las políticas neoliberales globales se encargaron de mostrar su ineficiencia. Las políticas de salud, educación y vivienda dejaron de verse como acceso a derechos humanos fundamentales y fueron catalogadas como gastos excesivos, por lo que se abrieron estos mercados al lucro, con los resultados que hoy conocemos: vivimos en un mundo de pequeños archipiélagos de riqueza en océanos de pobreza.

La llegada del coronavirus no hizo más que confirmar el colapso de los sistemas de salud, junto con evidenciar la inequidad de la educación y la insuficiencia de viviendas dignas. La pregunta que surge es si la crisis sanitaria que estamos viviendo significará, al igual que en la segunda posguerra, un cambio de paradigmas. Todavía es muy pronto para afirmarlo, pero sí es posible ensayar algunos posibles escenarios de futuro.

El primer escenario de futuro posible es el “del sálvese quien pueda”. La crisis sanitaria podría radicalizar la búsqueda egoísta de las salidas individuales, en las que sólo los ricos accederían a los insuficientes recursos de salud. Las narrativas que sustentarían esta postura podrían ser de tipo xenófobo, como por ejemplo: “debemos defendernos de los virus producidos por países extranjeros”, con la consiguiente expulsión y exclusión del amenazante forastero. La variante antiestatista de esta narrativa podría decir: “Las reglamentaciones sanitarias y la falta de incentivos a la investigación por los costos de los sistemas de salud universal impidieron una adecuada respuesta a la pandemia”. Liberar la máquina del mercado de las interferencias estatales y dejar la respuesta en manos de un mercado sin limitaciones ni controles. Este escenario del “sálvese quien pueda” parece hoy lejos del consenso internacional generalizado, pero no podemos descartarlo, puesto que tiene importantes defensores, como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su par brasileño, Jair Bolsonaro.

La crisis sanitaria no sólo visibiliza la interconexión global, sino también la necesidad sentida de esta conexión.

El segundo escenario posible es el de “los socialistas de la pandemia”. Resulta que ahora, en un mundo en crisis, se reclama la intervención del Estado. Pero se trata de estados que han perdido el músculo, que fueron vaciados, a los que se les exigió una actitud prescindente pero que ahora deben ser respuestas a los diversos problemas. El Estado debe asegurar la salud de la población: controlar la epidemia y asistir a los enfermos, aunque durante años se haya insistido en su reducción. También debe ser respuesta a los problemas de la economía. Aunque suene extraño, ahora algunos defensores del libre mercado exigen del Estado el aumento del gasto y el mantenimiento de condiciones mínimas de supervivencia. Aun cuando llevamos años escuchando las críticas al peso excesivo del Estado. Parece que ahora el Estado-dinosaurio es el más apropiado para salvarnos. Este escenario no está exento de peligros muy graves, como la legitimación del control de la vida privada, justificado en las condiciones de la pandemia y posibilitado por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. El mundo imaginado por George Orwell está a la vuelta de la esquina.

Un tercer escenario es posible como los anteriores y se podría denominar de “conciencia solidaria”. La crisis provocada por la pandemia mostraría algunos aspectos hasta ahora invisibilizados. Por ejemplo, la profunda interconexión del mundo en el que vivimos. Un virus originado en una lejana provincia china no respeta fronteras y en mucho menos de 80 días da la vuelta al mundo. Sería asumir que la suerte de nuestros hermanos y hermanas planetarias no me es indiferente. Pero no solamente una toma de conciencia pasiva, también podría propiciar una toma de conciencia activa. Las acciones de cada uno repercuten directamente en la vida de la biósfera y las respuestas individuales y aisladas son insuficientes para los problemas globales. El emergente hoy es la pandemia del coronavirus, pero perfectamente podrían haber sido las consecuencias del calentamiento global. La crisis sanitaria no sólo visibiliza la interconexión global, sino también la necesidad sentida de esta conexión. El encierro, la cuarentena o confinamiento pone arriba de la mesa la necesidad tan básica y humana de estar unos cerca de los otros. La inventiva y la creatividad han hecho que se busquen alternativas hasta ahora impensadas. Circulan en todo el mundo videos que muestran formas originales de buscar estar unos cerca de otros.

Que sean posibles estos escenarios no quiere decir que sean probables. Seguramente lo que resulte sea una extraña mixtura de mercado, Estado y solidaridad en distintas combinaciones. Tal vez el desafío sea cómo introducir más solidaridad en esta combinación. En todo caso, y haciendo una analogía con la tragedia de Edipo rey, no es necesario ir a preguntarle al oráculo la respuesta para la peste: está mucho más cerca de lo que Edipo cree y pasa por tomar conciencia de la necesaria solidaridad planetaria y actuar en consecuencia.

Juan Pablo Martí es docente e investigador del Programa de Historia Económica y Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.