La propagación del coronavirus que ocasionó la pandemia actual ha sido, gracias a la globalización y la velocidad de los medios de transporte, la más rápida de la historia.

En los meses que lleva el virus circulando la cantidad de fallecidos es de algo más de 180.000 personas a nivel mundial, una cantidad mucho menor a las decenas de millones de fallecidos en las grandes epidemias del pasado. Las políticas que han tomado los gobiernos han sido principalmente de cierre de fronteras, aislamiento social y protección de los sistemas de salud para evitar su colapso. En consecuencia, vastos sectores de la economía se han paralizado, ha disminuido el empleo y se han dañado las cadenas de pagos, generando la imperiosa necesidad de intervenciones públicas para disminuir el impacto que esto tiene y tendrá en el largo plazo en las economías nacionales y en la economía mundial.

Es importante destacar que a diferencia de las grandes epidemias del pasado, la actual nos encuentra con estados más desarrollados, con mayores recursos y, particularmente, con mejores sistemas de salud. Esto no evitó, sin embargo, que la actividad económica se viera rápidamente afectada; hoy el gran desafío es frenar la pandemia, a la vez que mitigar la crisis económica. El aumento del gasto público se hace necesario, tanto para tener un sistema de salud en condiciones como para minimizar la crisis y reactivar la economía. El Estado uruguayo cuenta con capacidades y recursos para mitigar los efectos económicos de la pandemia, y por lo pronto podemos pensar que la mayor parte de la población del país considera indispensable la intervención estatal en este contexto.

Breve repaso histórico

Epidemias y pandemias han sido catástrofes recurrentes para las sociedades humanas. Aunque es difícil encontrar en la historia enemigos invisibles que hayan provocado la paralización de la economía y la vida social de regiones enteras del mundo, lo cierto es que es muy fácil encontrar epidemias que fueron, tanto en términos absolutos como relativos, mucho más mortíferas que la actual pandemia de COVID-19.

Algunos ejemplos son:

  • Peste antonina: entre los años 160 y 180, esta epidemia de viruela asoló al Imperio romano, causando la muerte de entre 10% y 30% de la población de la actual Italia.
  • Fiebre hemorrágica: entre los años 250 y 270 el mismo imperio sufrió esta epidemia, que se estima que acabó con la vida de entre 15% y 25% de sus habitantes.
  • Plaga de Justiniano: entre los años 540 y 551, esta pandemia de peste afectó a Europa y a la región del Mediterráneo, causando la muerte de entre 25 y 50 millones de personas.
  • Peste negra: llegó a Europa entre 1374 y 1352, y causó la muerte de 50 millones de personas (entre 35% y 60% de su población estimada). Una segunda ola llegó tres siglos más tarde al centro-oeste de Europa y al norte de Italia; la mortalidad fue de 30% en el norte de Italia, 20% en Suiza y 12% en el sur de Alemania. España, la zona del Mediterráneo y el centro-sur de Italia sufrieron entre 1647 y 1657 la tercera ola de la pandemia de peste negra: la mortalidad fue de 15% en Cataluña, 25% en Andalucía y entre 30% y 43% en el Reino de Nápoles.
  • Viruela, tifus, gripe y sarampión: llegadas a América junto con los europeos, se estima que causaron la muerte de entre 80% y 90% de la población indígena hasta mediados del siglo XVII.
  • Sífilis: fue transmitida desde el Nuevo Mundo a Eurasia, y se estima que en un siglo se cobró la vida de entre 2 y 5 millones de personas en Europa.
  • Cólera: la pandemia se originó en India en 1830 y alcanzó a Europa en sucesivas olas; al continente americano llegó en 1883.
  • Gripe española: pandemia que se dio en 1918 y 1919 e infectó a cerca de un tercio de la población mundial, causando la muerte de entre 50 y 100 millones de personas.
  • Gripe asiática: esta pandemia sucedió en 1957, los primeros casos se reportaron en China y rápidamente se esparció por el mundo, cobrándose la vida de cerca de 1,1 millones de personas.
  • VIH/sida: pandemia que causó algo más de 32 millones de muertes desde 1981; actualmente hay cerca de 38 millones de personas infectadas con VIH.
  • Gripe A: se estima que la pandemia de 2009-2010 dejó entre 105.700 y 395.600 muertos en todo el mundo.

Grandes epidemias en Uruguay

Uruguay sufrió varias de las epidemias mencionadas y distintos brotes epidémicos locales y regionales desde el siglo XIX. Como muestra el Cuadro 1, la mortalidad por las epidemias en nuestro país ha disminuido de forma significativa a lo largo de la historia. Esto tiene que ver tanto con los avances de la medicina y del conocimiento científico a nivel mundial (y local) como con el desarrollo del sistema de salud en Uruguay.

Volviendo a la economía, las economías del Antiguo Régimen y las economías modernas, de distinta forma, se vieron afectadas tanto a corto como a largo plazo por las epidemias.

Foto del artículo 'Efectos económicos de las pandemias: una mirada de largo plazo'

Impacto en economías del Antiguo Régimen

La peste negra (1347-1352), originada en el Himalaya, llegó a Europa como consecuencia de la expansión del Imperio mongol, y se extendió por China y llegó junto con los soldados mongoles al mar Negro; el intercambio comercial llevó la epidemia a los puertos del Mediterráneo, y de ahí al resto de Europa. Las ciudades europeas golpeadas con más frecuencia por las epidemias fueron precisamente los grandes centros de comercio: Venecia, Ámsterdam y Londres.

Los efectos a corto y mediano plazo de esta pandemia fueron devastadores para la actividad económica: altísima mortalidad y destrucción de capital humano, destrucción de capital físico “contaminado” por la peste, uso de recursos para intentar frenar los brotes, destrucción de estructuras sociales y redes de solidaridad y pérdida de confianza en otros agentes.

A largo plazo, a los efectos mencionados se sumaron otros más importantes. Los europeos se vieron obligados a desarrollar instituciones y tomar medidas, coordinadas entre distintas naciones, para contener las epidemias: instituciones reguladoras de la salud, políticas de higiene y prevención, creación de lazaretos, controles de sanidad fronterizos, cordones sanitarios, cuarentenas obligatorias, restricciones a la movilidad entre poblados, mayor conocimiento de las enfermedades y cooperación entre naciones, factores todos que contribuyeron a reducir la mortalidad de las siguientes epidemias, generando la sensación de progreso y “victoria sobre la naturaleza” que desencadenó el Renacimiento.

El impacto de las sucesivas epidemias de peste es significativo también para comprender la creciente desigualdad entre naciones, y es uno de los factores explicativos del despegue económico de Europa Occidental frente al resto del mundo. En el oeste de Europa, las altas tasas de mortalidad generaron escasez de mano de obra y aumento de los salarios (equilibrio malthusiano de altos ingresos); esta situación propició la salida del estancamiento económico (trampa malthusiana) que vivía la región, a diferencia de países como China e India, que permanecieron en un equilibrio de bajos salarios y baja mortalidad. Un impacto distinto al del oeste europeo se observó en Italia, país en el que las epidemias de peste jugaron un importante rol en su declive económico: la altísima mortalidad de la epidemia de 1629-1630 (de 30% en las ciudades del norte) puso a las ciudades italianas en una trayectoria de crecimiento lento y de caída de las tasas de urbanización, sendero que les llevó varios siglos superar.

Impacto en economías modernas

El principal impacto de las epidemias sobre las economías modernas en el largo plazo han sido los cambios, muy significativos en algunos casos, en la conducta de los agentes económicos y en el desempeño económico de la población afectada.

En la segunda mitad del siglo XIX las epidemias de fiebre amarilla golpearon a varias regiones de nuestro continente. Investigaciones realizadas con datos de las ciudades estadounidenses más afectadas muestran que la epidemia de 1880 tuvo un gran impacto sobre la distribución de ocupaciones una generación más tarde en ese país, en particular entre los hijos de inmigrantes. Los niños nacidos durante la epidemia tuvieron una menor probabilidad de convertirse en profesionales, y una mayor probabilidad de convertirse en trabajadores no calificados o de no reportar una categoría ocupacional definida. Hacia 1900, esto se materializó en menores ingresos para esta población.

A nivel mundial, la pandemia de gripe española de 1918-1919 implicó, en promedio, una caída de 6% del PIB y de 8% en el consumo de los hogares. Además de este impacto directo, la pandemia afectó significativamente a una variable clave para el desarrollo económico en el largo plazo: la confianza social. Estudios recientes encontraron que experimentar la gripe española, con la disrupción social y la desconfianza generalizada durante la pandemia que generó, tuvo consecuencias permanentes en el comportamiento de los individuos, en términos de menor confianza social; estos rasgos sociales “mutados” por la pandemia fueron heredados por los descendientes de la población afectada, teniendo consecuencias de largo plazo sobre el comportamiento de los agentes y los procesos de desarrollo económico.

En Uruguay, la evidencia histórica permite analizar algunos aspectos interesantes.

La epidemia de fiebre amarilla de 1857 tuvo un impacto significativo en Montevideo. Los entre 1.500 y 2.000 muertos en una ciudad con algo más de 50.000 habitantes, de los cuales sólo 20.000 vivían en el área urbana, sumados al abandono de la ciudad por parte de gran parte de la población, significaron un importante shock negativo en la oferta de mano de obra. En respuesta a esta y otras epidemias del siglo XIX Uruguay desarrolló importantes instituciones, particularmente en materia de salud. Además, la epidemia de 1857 sembró la semilla de uno de los cambios institucionales más importantes de la historia uruguaya: la separación del Estado y la iglesia. La epidemia generó un fuerte debate entre jesuitas y masones acerca de las medidas a tomar; este debate fue su primer enfrentamiento público y, extendido a lo largo de los años, dio origen al proceso de secularización.

En 1918, las autoridades uruguayas negaron la gravedad de la gripe española incluso cuando la pandemia ya estaba dejando gran cantidad de muertos en Montevideo. En un país en el que el avance de la atención médica se dio de la mano del Estado, la posición del Consejo Nacional de Higiene se vio muy influida por posturas negacionistas como la de Pedro Manini Ríos y Luis Otero, influyentes políticos de la época. Pero poco más de un mes después de llegada la epidemia sus estragos eran innegables: el Parlamento dejó de sesionar por la cantidad de diputados y senadores infectados e incluso el presidente Feliciano Viera fue contagiado. Se interrumpieron las principales actividades económicas; se suspendió la esquila de ovejas por escasez de mano de obra, factor que posteriormente afectó a sectores tan diversos como tranvías, frigoríficos y comercios. Dos tercios de la población del país acabó postrada por la gripe, y la cantidad de muertos (mayoritariamente adultos jóvenes) desbordó la capacidad de los cementerios. Tanto en la ola de 1918 como en la de 1919 se acabó recomendando la cuarentena y el distanciamiento social como forma de disminuir los contagios, se cerraron escuelas, liceos, la universidad, teatros, cines, y se prohibieron los espectáculos públicos. Varias organizaciones sociales se movilizaron para colaborar con los afectados, brindando apoyo económico, asistencia médica, donaciones de alimentos y vestimenta.

¿Qué lecciones nos deja la historia?

Nuestras principales armas contra el coronavirus tienen varios siglos: cierre de fronteras, confinamiento de los infectados y distanciamiento físico. Cooperación y coordinación entre países han sido aspectos claves en el combate de las pandemias del pasado; hoy escasean.

Cuidar la salud es cuidar la economía. Medidas rápidas y contundentes para reducir el impacto de la pandemia sobre la salud de los individuos pueden permitir una mayor y más rápida recuperación del nivel de actividad después de la crisis.

Las medidas adoptadas por cada gobierno influyen significativamente en el impacto de una pandemia sobre la economía. Países “exitosos” y países que fracasen en la lucha contra la pandemia podrían quedar en sendas de crecimiento divergentes a mediano y largo plazo.

A corto plazo, sin duda, las grandes epidemias implican la paralización de la actividad, caída del consumo y del producto, destrucción de capital humano en caso de alta mortalidad y, en algunos casos, destrucción de capital físico.

La pérdida de confianza en el otro y la destrucción del capital social causados por las grandes epidemias y las medidas de distanciamiento pueden generar mayor sensación de incertidumbre entre los agentes. Ante esta mayor incertidumbre y frente a los conflictos que desencadena la crisis sanitaria y económica suelen generarse discusiones políticas que devienen en cambios institucionales relevantes. En este sentido, la capacidad política de los distintos sectores de la población se vuelve clave para dirigir el cambio institucional en favor de unos u otros. Salarios y precios suelen ser las grandes variables en disputa.

El combate a las grandes epidemias suele ser un incentivo al desarrollo de nuevos conocimientos, mayor investigación científica y a la creación de nuevas instituciones en materia sanitaria. Esto, sumado a la necesidad de innovación, puede contribuir al desarrollo y la difusión de nuevas tecnologías.

Los sectores de menores recursos han sido siempre los más afectados por las pandemias; en Uruguay las organizaciones sociales han jugado un rol importante en el combate de los efectos que estas crisis ocasionaron.

Las grandes epidemias suelen generar cambios importantes en la toma de decisiones de los individuos afectados y de su descendencia: reasignación de recursos dentro del hogar y cambio en las decisiones de inversión en capital humano son algunos ejemplos a destacar. Niños y niñas han sido particularmente vulnerables ante estos cambios.

Los efectos psicológicos pueden tener peores efectos sobre la economía que la caída del nivel de actividad en sí misma: el distanciamiento debería ser físico y no social.

Pablo Marmissolle y Carolina Romero son integrantes del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República. Una versión más extensa de este artículo está publicada en su sitio: https://ladiaria.com.uy/U20