La psiquiatría de niños, como especialidad médica que forma parte de la sociedad en la que estamos insertos, se ha visto expuesta a grandes cambios en tiempos de pandemia. Estos cambios nos obligan a repensar el ejercicio de la profesión y la modalidad de trabajo, tarea que implica un gran desafío cuando el tiempo exige actuar de forma inmediata. Considero que desde un comienzo se ha ido resolviendo el quehacer clínico acorde a la dinámica y al vértigo que la covid-19 exigía, lo que representa un reto jamás pensado ni aun por el más aventurado.

Como ejemplo de lo dicho, y también como disparador del pensamiento, está la cuestión de atender consultas médico-psiquiátricas por teléfono (sí, por teléfono). Sólo una voz del otro lado, algo así como comunicarse con “un casi otro”; quien sabe de la disciplina entiende que el “encuentro” es central para el ejercicio de la profesión. Es a partir de ello que se puede pensar que la psiquiatría cae en un gran vacío, donde la visión del otro como sujeto se ve amenazada; la otredad deja de ser entendida a partir del encuentro, peligrando de alguna manera su categoría de sujeto y quedando reducido a una cosa, un ente.

El gran objetivo que nos convoca actualmente es tratar de salir rápidamente de esta situación atendiendo a la vez a las necesidades que plantea la pandemia, y siempre enmarcados en la contemporaneidad. Entender este último término como aquello que existe al mismo tiempo que otra cosa, que pertenece a la misma época que ella, será central. Sin embargo, el mayor desafío para la psiquiatría de niños en esta contemporaneidad es justamente habilitar otra lectura, no la de tratar de echar luz sobre lo ya iluminado, sino indagar en las profundidades, en la oscuridad, tratando de visualizar qué proyecta esa luz, dónde está la sombra, qué es lo que queda al margen de lo que aparece como iluminado. Ahondando en esto, el rol del psiquiatra de niños debe pasar por la escucha activa para detenerse en la lectura de lo que se expresa entrelíneas.

Sí es verdad que inevitablemente quedamos inmersos en la vorágine que propone la covid-19 dados los cortos tiempos de contagio y la rápida propagación del virus, pero ¿qué hay detrás del miedo que trae cada niño a la consulta? Se trata de trascender al síntoma, de no quedar en la inquietud o desatención, por ejemplo, sino de entender qué sucede más allá de lo visible y de lo explicitado. De esta forma, se apunta a la comprensión del niño: por qué es inquieto, cuáles son sus angustias o ansiedades que hacen que no pueda controlar en este caso su cuerpo, o que no logre conciliar el sueño por la noche. Y en este punto aparece otra vez la pregunta: ¿es posible generar un vínculo terapéutico que atienda esta necesidad por telellamada? Por supuesto que cada caso debe ser pensado y atendido desde la unicidad que representa, pero como disciplina debemos reflexionar sobre nuestro formato de trabajo actual. Y debemos hacerlo al mismo tiempo que accionamos, apostando de esta forma a reducir al máximo los futuros efectos traumáticos de la pandemia en los niños.

En línea con lo expuesto, es una excelente oportunidad para desmarcarse de la psiquiatría reduccionista y de mercado, en la que abundan las soluciones simples en formato de tips que se ve a menudo, y más aún en estos tiempos de incertidumbre: cuáles son los regalos que debemos comprar en Navidad a nuestros hijos, cómo hacer para que dejen de orinarse en la cama, cuáles son los ejercicios de respiración para calmar la angustia, cómo gestionar las emociones en tiempos de pandemia, qué hacer con mi hijo todo el día en casa. Y este punto podría polemizarse, pero que quede claro que no estoy diciendo que no sirvan, sí afirmo que son muy cortoplacistas.

Sería interesante aprovechar esta oportunidad para plantear, como otro gran objetivo de esta disciplina, abandonar el adultocentrismo. Ese pensamiento que por definición deja afuera al niño y al adulto-mayor.

Todos queremos escuchar qué debemos hacer por parte de un profesional, pero la realidad es que así como los analgésicos calman el dolor por un lapso de tiempo, también podemos pensar que las soluciones simples anestesian el pensamiento. De esta forma, contribuyen a la alienación de la persona en su quehacer cotidiano, le permiten a ese padre o a esa madre funcionar y ser productivos evadiendo el problema, por ejemplo, los afectos. Con la llegada de la covid-19, esto ha quedado en evidencia, y es por eso que considero necesario más que nunca aportar a la deconstrucción de la disciplina. Desmarcarse de esa psiquiatría de niños que busca ser funcional al sistema es imprescindible para construir una disciplina que humanice por medio del encuentro con la otredad en una fuerte apuesta por aliviar el sufrimiento psíquico.

A su vez, sería interesante aprovechar esta oportunidad para plantear, como otro gran objetivo de esta disciplina abandonar el adultocentrismo. Ese pensamiento que por definición deja afuera al niño y al adulto-mayor, que sólo es capaz de mirar el mundo desde “el que ha llegado a la madurez” y es aún productivo para el mercado. Si como psiquiatras de niños no apostamos permanentemente a salirnos del pensamiento adultocéntrico, es muy difícil pensar al niño como otro, como sujeto. Esto significaría caer en viejas definiciones de niño, como por ejemplo la de infancia –aquel que no tiene voz– o como la de alumno –aquel al que hay que alumbrar–.

En consecuencia, la etapa de la niñez no tendría valor en sí misma, ya que es desde el mundo adulto, una vez más, desde donde se miran y se validan las distintas realidades. Para contrastar esto se debe apostar al entendimiento del juego como emancipatorio, al niño como creador, valorizando sus fantasías; las que los convierten en superhéroes y aquellas también capaces de provocar sufrimientos psíquicos. El psiquiatra de niños es por formación quien puede dar mejor lectura, establecer mejores acercamientos y contar con una vasta cantidad de herramientas para establecer los diagnósticos diferenciales entre organicidad y afecciones emocionales. Este punto resulta clave para revisar la clínica psiquiátrica que llevamos adelante antes y durante la pandemia.

Es una nueva realidad la que irrumpe y nos interpela en la actualidad, la realidad de la pandemia de covid-19. Enmarcados en este panorama, aprovechamos para cuestionarnos qué psiquiatría de niños queremos, sin perder jamás de vista que el gran esfuerzo debe estar abocado a la consolidación de la mirada del otro en el encuentro para entenderlo como sujeto, tratándose en este caso de una disciplina que se especializa en los niños. Y seguir apostando al trabajo interdisciplinario como aquel capaz de abordar al niño en su complejidad, convencidos del aporte de las diferentes miradas que contienen ese maravilloso prefijo psi, que es lo que nos hace realmente humanos.

Luis Kempner es psiquiatra infantil