“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, dijo Antonio Gramsci, cierta vez. Las distopías eran, hasta hace muy breve tiempo, un género literario que apelaba a otros mundos en los que no queríamos vivir, enmarcados en futuros lejanos en el tiempo y en el espacio. En la actualidad, no obstante, parece ser la distopía el género elegido para pensar nuestras múltiples (tan globalizadas) realidades.
Durante los últimos meses, muchos de los temores y sospechas basados en la hipertecnología, las catástrofes financieras, las hambrunas, el aislamiento social, los desastres ecológicos, los efectos de la biopolítica y los sistemas de control social contemporáneos se instalaron en nuestras realidades cotidianas, que se vieron por completo alteradas a partir de la experiencia de la pandemia de la covid-19, que atraviesa al mundo entero.
Como un modo de interpretar el presente, todavía más encerrados en nuestros propios mundos y en nuestros sombríos individualismos, construimos cada día relatos distópicos y/o apocalípticos sobre el mundo que nos rodea y tanto nos atemoriza. Lo hacemos para evidenciar el fracaso de nuestras sociedades y la desesperación que caracteriza la conflictividad de este momento histórico, pero también acerca de las formas posibles de vida después de la pandemia, de la que desconocemos una fecha de fin cierta. Vivimos un tiempo inédito, débil en certezas.
Tal como si viviéramos en un mundo de ciencia ficción, pero del que formamos parte, a las noticias periodísticas sobre la pandemia se añaden y anuncian en simultáneo tsunamis cósmicos, lluvias de meteoritos, protocolos contra posibles invasiones de ovnis, asteroides que rozan la Tierra y hasta el hallazgo de universos paralelos donde el tiempo corre hacia atrás; y –sin proponérnoslo, quizás– atravesamos y repensamos los límites, permeables y abiertos, de los géneros en términos de literaturas anticipatorias para explicar aquello que no nos es dado, todavía, entender.
¿Cómo narramos los síntomas de esta época que se desvanece en el aire, el fin del mundo conocido (o de sus modelos obsoletos)? Al mismo tiempo, es legítimo preguntarnos cómo se narra lo que hay de ficción en la realidad –y viceversa–, del mismo modo que nos cuestionamos qué es y cómo se construye hoy lo verosímil. Sin embargo, aunque todavía es demasiado pronto para teorizar sobre sus efectos en la literatura, si de algo podemos estar seguros es de que se producirá una mayor presencia de las narrativas especulativas y un cambio en el imaginario. ¿Qué mundos, multiversos, seremos capaces de imaginar luego de la experiencia de la pandemia? Y es que, con el transcurso del tiempo, el mundo se ha vuelto imprevisible: aquello que hasta el momento consideramos improbable ya se ha vuelto posible.
No podemos anticipar qué escenarios (nuevas cartografías, nuevas formas de habitar el mundo) o qué subjetividades (nuevas relaciones con los cuerpos y surgimiento de sensibilidades otras) o formas de la supervivencia imaginarán los escritores y escritoras en el futuro pospandemia, pero estamos seguros de que esta situación extrema nos habilita, por lo menos, a especular sobre una narrativa en potencia.
Si el mundo conocido se desvanece ante nuestros ojos, entonces deberemos aprender a mirar y sentir el mundo otra vez. Reinterpretar la complejidad y la (dis)continuidad de las múltiples realidades y diferentes sociedades en las que vivimos para reescribir el futuro. ¿Es eso posible? Un mundo deseable que nos aleje de esta oscura distopía en tiempo real para imaginar un futuro diferente, quizás como una estrategia que nos permita romper con la crueldad del capitalismo, en el que se piense en otro orden político, más colectivo y menos individual, nuevas configuraciones entre el espacio/tiempo, otras formas de organización social, más solidarias, menos desiguales y destructivas, para la humanidad toda.
María Fernanda Pampín es directora adjunta de Publicaciones de Clacso e investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires.