De tanto estar uno al lado del otro, como ya sabemos, por sugerencia sanitaria, aparecen nuevas u olvidadas interrogantes sobre el bichito que nos acompaña. Tras incontables horas de convivencia con un perro es lógico pensar que, si iniciamos un diálogo con el animal, será capaz de entendernos.

No es extraño que tras decir tal o cual palabra, un perro reaccione y se comporte acorde al concepto enunciado. De este modo, términos como “salir”, “pasear”, “vamos” o “pichí” generan en el receptor respuestas que tienen que ver directamente con ellas, no así otros como, por ejemplo, “esperar” el plato de comida.

Del mismo modo, si se lo adiestró para sentarse, luego de un tiempo, cuando sugerimos que lo haga, este responde como si realmente supiese que el verbo indica el cambio de postura, que consiste en adaptar el cuerpo de forma tal que una parte (las nalgas) se apoye sobre un asiento o similar. Pero en realidad uno puede enseñarle a sentarse sin utilizar la palabra correspondiente, y aun así lo hacen. Mediante el condicionamiento clásico y operante podemos adiestrar a un perro para que, luego de emitir la palabra “fotosíntesis”, se siente sin que repare en el término utilizado. Entonces, ¿entienden realmente las palabras?

Igual que el ser humano, aparentemente los perros dividen su cerebro en función de diferentes tareas para procesar los sonidos recibidos. El hemisferio izquierdo se encarga del significado de las palabras, mientras que el derecho se ocupa de interpretar la entonación. Según un estudio publicado en la revista Science, liderado por Attila Andics, autor del trabajo y parte del grupo de investigación de Etología Comparada MTA-ELTE de la Eötvös Loránd University en Budapest, los perros “usan mecanismos cerebrales muy parecidos a los humanos”. La investigación consistió en recabar información sobre la actividad neuronal de diferentes perros entrenados, tras escuchar palabras elogiosas y sin significado para ellos, mientras el entrenador combinaba el tono. Así se pudo constatar que el hemisferio izquierdo procesa las palabras independientemente del tono, que será responsabilidad del hemisferio opuesto. El estudio además sugiere que las palabras relacionadas con los elogios activan la región cerebral que responde a los estímulos placenteros sólo cuando la palabra y la entonación concuerdan.

Para los científicos esos resultados pueden significar que, al combinar las palabras con su entonación, los canes pueden interpretar y también entender el significado de esas palabras. También concluyen que “aún queda por documentar cómo estos animales separan e integran información léxica y de la entonación en las palabras habladas”.

Pero más allá de estos datos, parece un poco apresurado sugerir que entienden lo que hablamos. En realidad, uno podría pensar que los perros asocian las palabras con una acción impuesta y las “entienden”, más bien por un proceso de ensayo y error. Ningún perro aprende el significado de las palabras por el sólo hecho de escucharlas. Todas son incorporadas luego de una acción determinada y no otra. “Vamos a pasear” generará respuestas en el animal que parecen decirnos que realmente entiende el significado, únicamente si la repetición da como resultado salir a la calle.

Con el tono ocurre algo similar. Un perro no tiene por qué interpretar los tonos de las palabras de otra especie que no sea la suya. La tonalidad aplicada a nuestras palabras se asocia directamente a un estado de ánimo y, por ende, a una consecuencia distinta del significado de acuerdo al tono.

Por lo tanto, es buena cosa descubrir que su cerebro procesa los sonidos de manera similar a la nuestra, pero resulta apresurado concluir que entienden las palabras. Si aún duda de ello, utilice el mismo tono que habitualmente usa para estimular al perro a salir a pasear, pero modifique el contenido. Si el tono es el mismo, el perro actuará de la misma manera, aunque lo dicho sea “que vuelva el fútbol, Toby, por favor”.