“Puede y debe existir una ‘hegemonía política’ incluso antes de llegar al gobierno y no hay que contar sólo con el poder y la fuerza material que este da para ejercer la dirección o hegemonía política” (Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel).

“Como bien escribió Burel, la hegemonía cultural de inspiración gramsciana existe. Se precisa enfrentarla con un imaginario que recupere nuestro talante liberal, tolerante y abierto: ese que nos hizo un país ejemplar en el mundo” (Editorial de El País, “Gramsci y la hegemonía”, 8 de enero de 2018).

***

Toda predominancia política está precedida por una lenta y persistente permeación en la sociedad de una construcción política, económica, social, cultural e ideológica, que en la jerga política actual se da en llamar “relato”. Referiré solamente a un costado del relato cuyas trazas cualquiera puede encontrar hoy en la sociedad uruguaya, en discursos de dirigentes políticos, amigos, familiares, conocidos, vecinos.

Ciencia versus prejuicio

Arquímedes de Siracusa (287 a.C. a 212 a.C.), al descubrir la ley de la palanca, habría exclamado: “Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo”. Remedando a los griegos, Gabriel García Márquez, en Crónica de una muerte anunciada, le hace decir al juez del caso de Santiago Nasar: “Dadme un prejuicio y moveré al mundo”. Nunca se supo si fue Nasar quien mantuvo relaciones con Ángela Vicario, pero ella así lo confesó en su noche de bodas y a él le costó... una muerte anunciada.

Aporofobia

El concepto de aporofobia (del griego áporos, “pobre”, y fóbos, “miedo”), acuñado en los 90 por la filósofa Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, es el miedo y rechazo hacia la pobreza y las personas pobres.

La pobreza no es una condición permanente de las personas, sino una situación indeseable e injusta, pero superable.​ Sin embargo, existe un relato de culpabilización individual de las personas pobres por su pobreza. Las creencias y mitos generados en este proceso de culpabilización son las ideas que subyacen a la aporofobia (“están en la calle porque quieren”, “tendrían que ponerse a trabajar”, “son unos vagos”, etcétera).​

Políticas públicas sobre seguridad y prácticas periodísticas favorecen la transmisión de una imagen de criminalización de la pobreza.​

La aporofobia se transmite a partir de una construcción social que relaciona a las personas pobres con la delincuencia. Políticas públicas sobre seguridad y prácticas periodísticas favorecen la transmisión de una imagen de criminalización de la pobreza.​

Según Emilio Martínez Navarro, profesor titular de Filosofía Moral de la Universidad de Murcia, la aporofobia se induce, se aprende y se difunde a partir de relatos que relacionan a las personas de escasos recursos con la delincuencia y con una supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico. Presentar a los pobres como los culpables de cualquier problema social no es difícil. Su situación les impide toda defensa frente a la calumnia. Se produce entonces “el círculo vicioso de la aporofobia”: los colectivos desfavorecidos son acusados de conductas delictivas y esta imagen dificulta su posible integración en la sociedad, con lo cual se prolongan sus dificultades y en algunos casos la desesperación les lleva a cometer algún acto ilegal, de manera que se termina por reforzar el relato malicioso.

El sociólogo Sergio Reyes, secretario de la Asociación Nacional de Organizaciones No Gubernamentales, analizó en su Facebook la prolongación de esa leyenda en Uruguay: “La construcción de un relato es una construcción dificultosa, contradictoria pero persistente. Tiene un poco de esto, otro poco de aquello, algún hecho puntual que funcione de ancla y mucho, mucho de interpretación. Mucho barro y poca luz. No hay hechos o no importan demasiado porque ya sabemos que lo que cuentan son las interpretaciones que irremediablemente ocuparán su lugar. Después la repetición hace el resto; una idea simple que se repite casi sin alteraciones, porque al instalarse en el sentido común se revela como una verdad. Aquello que contradiga esa verdad se condena a una forma de enunciación devaluada: serán meras opiniones. ¿Cuál es la verdad hoy? Que las ONG estafan o usan los fondos del Estado con fines propios. No importa lo que se argumenta, todo irá a parar al mismo lado: se trata de una estafa. [...] Se produce un deslizamiento terrible, no sirven las ONG porque no sirven las políticas sociales.

Tal como vivimos hoy, presos de la desconfianza mortal que nos hace buscar culpables que nos expliquen por qué nuestras vidas funcionan mal, este discurso crece. [...] “Las vagas que tienen hijos para que se los mantengamos nosotros”: sobre este discurso se construyó la narración que nos gobierna hoy. [...] Al fin y al cabo todo se trata de un gran negocio: los que no se esfuerzan por salir de su situación y de los que viven de ellos, es decir los profesionales que trabajan en las ONG”.

Los análisis sobre pobreza y prosperidad de los economistas Daron Acemoglu (Massachusetts Institute of Technology) y James Robinson (Universidad de Harvard) en el libro ¿Por qué fracasan los países? aplican tanto a los países como a sus habitantes y son un demoledor mentís a toda suerte de prejuicios que abonan “el relato mentiroso”: “La ciudad de Nogales está dividida en dos por un alambrado. [...] A pesar de que los habitantes de Nogales (Sonora) viven en una parte relativamente próspera de México, la renta media de cualquier hogar es de alrededor de una tercera parte de la que tienen en Nogales (Arizona). [...] ¿Cómo pueden ser tan distintas las dos mitades de lo que es, esencialmente, la misma ciudad?

[...] Ya a finales del siglo XVIII, el gran filósofo político francés Montesquieu observó la concentración geográfica de la prosperidad y la pobreza y propuso una explicación para ello. Afirmó que los habitantes de los climas tropicales tendían a ser holgazanes y a no ser nada curiosos. En consecuencia, no se esforzaban en el trabajo, ni innovaban, y esa era la razón de que fueran pobres. También afirmaba que los individuos holgazanes tendían a estar gobernados por déspotas, lo que sugería que una ubicación tropical podía explicar no solamente la pobreza, sino también algunos fenómenos políticos asociados con el fracaso económico, como las dictaduras”.

Sin embargo, mientras “[...] los aztecas tenían dinero y escritura, y los incas registraron una cantidad de información en cuerdas con nudos llamadas quipus, el norte y el sur de la zona habitada por estos dos pueblos, que actualmente incluye Estados Unidos, Canadá, Argentina y Chile, estaba habitada en su mayoría por civilizaciones en la Edad de Piedra que carecían de aquellas tecnologías. [...] La hipótesis de la cultura, igual que la geográfica, tiene un linaje distinguido, que se remonta como mínimo al gran sociólogo alemán Max Weber, que defendía que la Reforma protestante y la ética protestante que estimuló tuvieron un papel clave a la hora de facilitar el ascenso de la sociedad industrial moderna en la Europa occidental.

A pesar de que no sea políticamente correcto decirlo en público, mucha gente todavía afirma que los africanos son pobres porque carecen de una buena ética del trabajo, todavía creen en la brujería y la magia y se resisten a las nuevas tecnologías occidentales. Muchos piensan también que América Latina nunca será rica porque sus habitantes son intrínsecamente derrochadores, carecen de medios económicos y sufren de la cultura ‘ibérica’ o del ‘ya lo haré mañana’.

[...] Los congoleños no se mostraron contrarios a las tecnologías modernas en general, y adoptaron rápidamente una innovación occidental venerable: las armas de fuego. Utilizaron estas nuevas y poderosas herramientas para responder a los incentivos del mercado: capturar y exportar esclavos”.

En relación al argumento de la ética protestante, los autores señalan: “Francia, país predominantemente católico, copió rápidamente los resultados económicos de los holandeses y los ingleses en el sigo XIX. [...] Si miramos hacia el este, veremos que ninguno de los éxitos económicos del este de Asia tiene nada que ver con ningún tipo de religión protestante, así que no hay muchos argumentos que apoyen la existencia de una relación especial entre el protestantismo y el éxito económico”. Y finalmente, la hipótesis de la ignorancia: “Esta hipótesis afirma que la desigualdad del mundo existe porque los ciudadanos o sus gobernantes no saben cómo hacer que un país pobre sea rico”.

Según una de las definiciones sobre economía, del economista inglés Lionel Robbins en 1935, “la economía es una ciencia que estudia el comportamiento humano como relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos”. De allí se desprende el denominado primer teorema del bienestar, que identifica las circunstancias bajo las cuales la asignación de recursos en una economía de mercado es socialmente deseable desde el punto de vista económico. Cuando esas circunstancias no están presentes, existe un “fallo de mercado”. La hipótesis de la ignorancia postula que los países ricos son ricos porque han aplicado mejores políticas y han eliminado con éxito esos fallos.

Sin embargo, indican Acemoglu y Robinson, “China es uno de los países que cambió las políticas económicas que condenaron a la pobreza y al hambre a millones de personas. Den Xiao Ping y sus aliados, que no eran menos egoístas que sus rivales pero tenían objetivos políticos e intereses distintos, derrotaron a sus poderosos oponentes del Partido Comunista y planearon una especie de revolución política que cambiaría radicalmente el liderazgo y la dirección del partido. Fue la política lo que determinó que se pasara del comunismo a los incentivos de mercado de China, no la mejora del asesoramiento ni de la comprensión de cómo funciona la economía”.

Enrique Canon es senador por Banderas de Liber-Seregnistas-Fuerza Renovadora (Frente Amplio).