Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La publicación de la Guía introductoria y práctica de talleres de educación sexual integral para jóvenes, elaborada por Amnistía Internacional a partir de un proceso de talleres liderado por jóvenes, es una oportunidad para reflexionar sobre algunas resistencias, frecuentes y desencaminadas, a esta área básica de la formación.

Ya van más de dos décadas del siglo XXI, pero la educación sexual todavía pone nerviosas a muchas personas, activa miedos y es enfrentada con propuestas reaccionarias, a veces religiosas y a veces no. El problema es, demasiado a menudo, que estas propuestas se centran en peligros imaginarios y desdeñan los reales. Con la intención de que la casa esté segura, se tapian las ventanas y se deja abierta la puerta principal.

La educación sexual integral sirve, entre muchas otras cosas indispensables, para detectar y prevenir situaciones de violencia y abuso. Reclamar que quede exclusivamente a cargo de los adultos del hogar pasa por alto la proporción, pavorosa, de los abusos que son cometidos justamente por esas personas y en ese ámbito.

Cuando se insiste en que la educación sexual integral debe incorporar una perspectiva de género, un coro airado alega que se busca promover la homosexualidad y formar pequeñas feminazis. Parece que no importara todo lo relacionado con los estereotipos y mandatos de género, o sea el modo en que el mundo adulto y sus instituciones les imponen a niñas y niños, mediante la persuasión o por la fuerza, que sientan, piensen y se comporten como desiguales, empobreciendo sus vidas y limitando sus libertades.

Cuando se habla de educación sexual, surge a menudo el temor de que la infancia y la adolescencia sean corrompidas, o por lo menos incitadas al “desenfreno”. La palabra “desenfrenar”, según el diccionario de la Real Academia Española, tiene como primera acepción “quitarle el freno a las caballerías”; como segunda, “desmandarse, entregarse desordenadamente a los vicios y maldades”; y como tercera, cuando se refiere a “una fuerza bruta”, “desencadenarse”.

Nótese la contraposición en la base de estas definiciones: por un lado, el instrumento para sujetar y gobernar a un animal, el mando y el orden, la cadena; por el otro, su ausencia, presunta causa de conductas inmorales porque libera la “fuerza bruta”, que según el mismo diccionario es la opuesta a la que dan “el derecho y la razón”.

Dicho de otro modo, se presume que la tan mentada “naturaleza humana” puede conducir, paradójicamente, a conductas “antinaturales”. Si no se inculca desde la niñez el concepto de lo que “está mal”, nos dicen, la libertad de satisfacer deseos indeseables hará estragos y destruirá las bases de la sociedad.

Es cierto, por supuesto, que la vida civilizada requiere restricciones culturales a ciertos impulsos humanos, pero civilización y cultura no significan sumir a la gente en la ignorancia, el miedo y la culpa. Muy por el contrario, se trata de avanzar hacia el horizonte de una convivencia libre, solidaria y justa, que respete todos los derechos de todas las personas.

Se trata, aunque pueda sonar ingenuo, de crear condiciones sociales para la felicidad. Para ese futuro deberíamos educar, sin miedo.

Hasta el lunes.