Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
La crisis de Casa de Galicia requiere soluciones de corto plazo para los más de 40.000 usuarios y los casi 2.000 trabajadores que tenía esa institución, pero también es una oportunidad para reflexionar sobre el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), cuyos defectos no deberían hacernos olvidar sus virtudes.
El SNIS, creado en el primer gobierno de Tabaré Vázquez, es un dispositivo con características inusuales, orientado a garantizar una cobertura universal e integral, con criterios de solidaridad en el financiamiento, que articula, entre otros componentes, públicos y privados, la construcción histórica previa, muy peculiar y valiosa, del mutualismo uruguayo.
Hay, por supuesto, problemas en el sistema. Entre ellos, y sin que la lista sea completa, los relacionados con el primer nivel de asistencia y la prevención; con el poder excesivo de las élites médicas y el grado de mercantilización que persiste en varias áreas clave; con desigualdades graves que no ha sido posible corregir; con las debilidades de la participación de los usuarios, incluso en instituciones que teóricamente están en sus manos; o, como es obvio en el episodio de Casa de Galicia, con las posibilidades ciertas de que los controles no actúen a tiempo para evitar situaciones muy indeseables, o de que haya decisiones muy discutibles del Poder Judicial.
Sin embargo, hay también grandes fortalezas y potencias, y si hubiera que invocar un solo ejemplo, basta con evaluar hasta qué punto, en el marco de la emergencia sanitaria vigente desde marzo de 2020, las capacidades institucionales del SNIS y las de muchos miles de personas que se desempeñan en él fueron fundamentales para lograr resultados muy destacables en escala internacional, pese a que no todas las decisiones de las autoridades nacionales estuvieron a la altura del desafío.
Quizá se podría decir que, por lo menos para nuestro país, cabe decir del SNIS algo parecido a lo que Winston Churchill decía de la democracia: es el peor sistema, con excepción de muchos otros que podrían haberse establecido. Por fortuna, la experiencia histórica uruguaya y la oportunidad de la reforma de la salud que comenzó a partir de la ley aprobada en 2007 han consolidado un sentido común que, hasta ahora y pese a la incidencia en el actual oficialismo de posiciones ideológicas privatizadoras, descarta la posibilidad de desandar el camino recorrido.
Sobre la cruel insuficiencia de esa presunta solución hay muchos ejemplos en el mundo. Consideremos sólo dos. Un país tan poderoso como Estados Unidos sólo ha podido encaminar recientemente una reforma tímida, y sigue condenando a grandes sectores de su población al desamparo sanitario. Mucho más cerca, en Chile, el imperio de la lógica del lucro en la salud es una de las causas profundas del malestar que hizo saltar en pedazos el sistema partidario instalado desde el fin de la dictadura de Pinochet.
Son muy numerosos también los testimonios de personas provenientes de países mucho más ricos que Uruguay, maravilladas por la calidad y el precio de servicios que en sus lugares de origen les eran inaccesibles. Es preciso mejorar lo que tenemos, pero sepamos también cuidarlo.
Hasta mañana.