Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Andrés Lima, intendente frenteamplista de Salto, se integrará este año al sector Liga Federal (LF), liderado hasta 2019 por Darío Pérez. La noticia es un buen punto de apoyo para considerar asuntos de mayor amplitud.

El Frente Amplio (FA) mantiene en su lista de problemas la dificultad para crecer y consolidarse en gran parte del territorio uruguayo. Es verdad que en la primera vuelta de las elecciones nacionales fue el partido más votado en casi la mitad de los departamentos, y el segundo en los demás salvo Rivera, pero en el balotaje Daniel Martínez sólo derrotó a Luis Lacalle Pou en Montevideo y Canelones.

En las departamentales del año pasado los candidatos frenteamplistas ganaron sólo en esos dos departamentos y en Salto. Todo indica que el récord de ocho intendencias en 2005 tuvo mucho que ver con la coyuntura en escala nacional, y no tanto con que el FA hubiera encontrado la forma de replicar su trayectoria ascendente previa en la capital.

Más allá de los datos numéricos, dirigentes y militantes frenteamplistas comparten la convicción de que “el interior” sigue siendo una asignatura pendiente, pero a veces da la impresión de que la discusión al respecto mezcla cuestiones muy distintas.

Para empezar, hay características comunes de lo no montevideano, pero las realidades departamentales son muy diversas, y no es lo mismo hacer política en Colonia, Artigas, Florida, Durazno o Rocha. Canelones es un tema aparte, porque históricamente ha tenido un peril intermedio entre el de Montevideo y el promedio de los otros 17 departamentos. Por eso muchas veces fue una especie de “muestra representativa” de la votación nacional (y de ahí surgió la extendida noción de que el partido que ganaba en Canelones también ganaba en todo el país).

En todo caso, quizá los debates dentro del FA sobre sus problemas en la mayoría de los departamentos serían más claros si atendieran por separado los asuntos vinculados con el estilo, con las prioridades temáticas y con la ubicación ideológica, en vez de combinarlos como si fueran la misma cosa.

Es notorio, por ejemplo, que si bien LF reivindica una identidad arraigada en realidades departamentales, el perfil político de Pérez (que fue diputado por Maldonado en cinco períodos consecutivos) terminó identificándose sobre todo con la reiterada situación de que quedaba en minoría y no acataba las decisiones colectivas. Él relacionaba esto con principios de descentralización y autonomía, emparentándolo con las definiciones de su sector, pero otros opinaban que se trataba básicamente de personalismo e indisciplina.

En todo caso, las disidencias de Pérez se produjeron en la mayoría de los casos debido a diferencias ideológicas, que lo ubicaban, simplificando, menos a la izquierda que el promedio de los demás legisladores frenteamplistas. Cabe señalar que no sucedió nada parecido con otros dirigentes exitosos fuera de Montevideo, con estilos y prioridades adecuadas para sus territorios.

Si el FA asumiera que la forma de lograr mejores desempeños en “el interior” es parecerse más a sus adversarios, reiteraría prejuicios y desdenes que, por cierto, han sido uno de los problemas históricos que quiere resolver.

Hasta mañana.