El fallecimiento de Jorge Larrañaga causó un fuerte impacto por su llegada imprevista en una persona de 64 años, con una trayectoria de alto perfil que le había valido reconocimiento y respeto más allá de su sector y su partido. No es el momento para discutir esa trayectoria, pero cabe señalar algunas características que aportaron significado a su pasaje por la vida pública, y puede ser interesante contar la historia en un orden contrario al habitual.

En la memoria más reciente, Larrañaga era el ministro del Interior del actual gobierno, y esa posición traía consigo fuertes cargas de apoyos y cuestionamientos. Tenía la difícil tarea de cumplir promesas realizadas durante la campaña electoral, que implicaban referir el aumento de los delitos a las políticas anteriores y asegurar que, cambiando estas, disminuirían aquellos.

No llegó al cargo por casualidad. Durante el segundo gobierno de Tabaré Vázquez, Larrañaga se dedicó muy especialmente a los temas de seguridad pública, en sistemático enfrentamiento con el entonces titular de Interior, Eduardo Bonomi. En la misma línea, impulsó la reforma constitucional “Vivir sin miedo”, que no fue aprobada pero reafirmó una imagen suya bastante distinta de la que había tenido antes.

Cuando el presidente era José Mujica, Larrañaga apostó a mantener con él una relación de diálogo, pero en el Partido Nacional (PN) y el resto de la oposición predominó una actitud mucho más hostil. El énfasis casi excluyente en la seguridad vino después de perder, en 2014, las internas nacionalistas contra Lacalle Pou.

Luego de aquellas internas aceptó integrar la fórmula del PN como candidato a vicepresidente, al igual que lo había hecho cinco años antes, cuando fue derrotado en 2009 por Luis Alberto Lacalle Herrera. En ambas ocasiones estuvo dispuesto a asumir, en beneficio de su partido, una posición secundaria y algo subordinada. Esto contribuyó a que fuera ganando fama de perdedor, pero antes las cosas habían sido muy distintas.

En las internas de 2004, Larrañaga estuvo al frente de un movimiento que logró la proeza de vencer a Lacalle Herrera y reverdeció las esperanzas del “wilsonismo”. Lo hizo tras convertirse en referente de los nacionalistas incómodos por el alineamiento de la mayoría de su partido con el gobierno de Jorge Batlle.

Logró superar las tradicionales dificultades de quienes vienen de una intendencia del interior y quieren proyectarse hacia todo el país. Tuvo una gran votación en las elecciones nacionales de 2004, ganadas por Vázquez, y se ubicó como una figura central de la oposición al primer gobierno frenteamplista.

Tampoco es este el momento de discutir a qué se le llama “wilsonismo”, pero el vínculo de Larrañaga con la impronta de Ferreira Aldunate no tuvo demasiado que ver con propuestas programáticas ni con el estilo, que en el caso del Guapo era, como su oratoria, mucho más frontal y simple. En todo caso, al igual que Ferreira, entra en la historia nacionalista como un caudillo que sufrió muchas adversidades y fue cambiado por ellas, pero se mantuvo fiel a su partido con tenaz pasión.

Hasta mañana.