Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Ayer se cumplieron 48 años de la disolución de las cámaras que culminó con el golpe de Estado de 1973. Hace casi medio siglo de ese acontecimiento, que ya es difícil ubicar en el marco de la “historia reciente”, pero el paso del tiempo no ha conducido a que se establezca algo parecido a un consenso sobre el proceso que condujo a la ruptura institucional, sus causas y las responsabilidades personales e institucionales.

Por el contrario, parece consolidarse la decisión de mantener el asunto, como varios otros de la historia uruguaya reciente o antigua, en el terreno de las controversias insolubles. Pero no se trata de una cuestión sobre la que haya opiniones con igual valor y no se pueda decidir quién tiene razón.

Como sucede a menudo en la investigación de un crimen, analizar a quiénes benefició nos acerca a la identificación de los culpables. Es abundante la evidencia de que las políticas aplicadas por la dictadura favorecieron a minorías nacionales y a poderes extranjeros, al tiempo que intentaban desmantelar y destruir todo lo que pudiera ofrecer resistencia. Como era esperable, los apoyos nacionales e internacionales al régimen vinieron de sus beneficiarios.

Pese a esto, hay quienes prefieren referirse a lo que pasó como si los crímenes hubieran sido cometidos por gente con graves patologías mentales, que no actuaba al servicio de ningún interés. Figuras como el recientemente fallecido José Nino Gavazzo son utilizadas para fortalecer la tesis de que la culpa fue de algunos monstruos, personas “anormales” con motivos insondables.

Resulta, de todos modos, que la dictadura practicó el terrorismo de Estado para imponer un programa. Y no era un programa que nadie hubiera impulsado antes de 1973 o que fuera abandonado después de 1984. Existe una clara continuidad en ese terreno con orientaciones derechistas que se desarrollaron dentro de los partidos Colorado y Nacional, y que hasta hoy son defendidas, tanto por sectores de esas fuerzas políticas como por otras fundadas en los últimos años (entre ellas, Cabildo Abierto y el ya venido a menos Partido de la Gente), desde lo económico hasta lo cultural.

Ayer hubo expresiones de rechazo a la dictadura desde todos esos partidos, pero nada parecido a una autocrítica. Esto se alinea con la idea de que el golpe de Estado fue un “exceso”, por parte de militares a quienes se les encomendó combatir a los tupamaros y otros grupos guerrilleros, y que después de derrotarlos se quisieron quedar con el poder, quitándoselo a los partidos. Sus políticas son presentadas como muestras de incompetencia o de extravío.

En ese relato, parece que los dirigentes políticos que apoyaron a la dictadura y formaron parte de ella, con altas responsabilidades, no eran representativos de sus partidos o integraban corrientes hoy extintas. Ahora sólo hay demócratas.

Ignorar los intereses en juego es un recurso frecuente. Cuando se cuestionan las decisiones gubernamentales adoptadas este año ante la emergencia sanitaria, la derecha se declara horrorizada por el intento de “politizar la pandemia”. Lo único que falta es que empiece a quejarse de que se quiere politizar la dictadura.

Hasta mañana.