Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Ambientalistas y personas afectadas por el recorrido del tren que transportará la producción de UPM presentaron una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Quieren que esta promueva una auditoría externa e independiente del contrato entre la empresa finlandesa y el Estado uruguayo, a fin de evaluar “sus consecuencias potenciales sobre el ambiente y los derechos humanos”.

Ese acuerdo con UPM fue realizado cuando gobernaba el Frente Amplio (FA) y sigue adelante en lo sustancial con el gobierno actual. Entre sus opositores hay personas muy vinculadas con partidos de izquierda y otras no menos vinculadas con partidos de derecha. Ahora apelan a organismos internacionales que tienen defensores y detractores en ambos bandos. La relación entre los ambientalismos y las ideologías políticas es compleja en todo el mundo, aunque aquí esto pueda parecer extraño.

En Uruguay se consolidó durante muchos años la noción de que todos los grandes conflictos que atraviesan la sociedad se alinean de una sola manera natural en el eje derecha-izquierda. La construcción de ese “sentido común”, que dista mucho de ser universal, se debió a una gran capacidad de articulación desde el FA, que incorporó y potenció experiencias provenientes, sobre todo, del movimiento sindical.

En más de un caso, esa incorporación de reivindicaciones por parte de la izquierda implicó subordinarlas a lo que sus dirigentes consideraban prioritario y fundamental. La relación con los feminismos implicó al comienzo una doble operación ideológica, bastante machista: por un lado, remitir todos los problemas de desigualdad de género a la existencia del capitalismo; por otro, inculcar la premisa de que esos problemas podían ser denunciados pero no resueltos mientras permaneciera vigente la “contradicción fundamental”.

Varias generaciones de militantes feministas vinculadas a partidos de izquierda convivieron con ese relato, lo sufrieron y dieron batalla contra él, conquistando espacios e influyendo en el discurso de los dirigentes varones. Luego nuevas generaciones aumentaron su autonomía, tanto en lo teórico como en las demandas. Aun así, la parte mayor y más pujante de los feminismos contemporáneos uruguayos se sigue ubicando en el campo de la izquierda, pero también han crecido los que están más cerca de partidos de centro e incluso de derecha.

Con los ambientalismos el proceso ha sido aún más complicado, entre otras cosas porque el discurso izquierdista tradicional incluyó, históricamente, una fuerte asociación de la idea de desarrollo con prácticas contaminantes. Las operaciones de subordinación y postergación de demandas priorizaron la necesidad de producir, y esto se potenció mucho cuando el FA llegó al gobierno nacional. Para peor, la experiencia del conflicto con Argentina por la primera pastera contribuyó a que se separaran los caminos.

Puede ser positivo que la izquierda política y social asuma que los ambientalismos no son naturalmente de su propiedad (en realidad, nada lo es, ni siquiera la reivindicación de los trabajadores). Es un comienzo necesario para escuchar, aprender y buscar acuerdos en forma más democrática.

Hasta mañana.