En la última década, diferentes países del mundo han experimentado un auge de los partidos populistas de derecha y extrema derecha. Algunos sostienen una postura negacionista sobre el calentamiento global y otros han tomado posturas más moderadas y han reconocido la existencia de este fenómeno global. ¿Cuáles son los discursos y prácticas ecológicas de estos partidos? y ¿qué conexiones son posibles con el escenario político uruguayo? Para responder estas preguntas y entender con mayor profundidad aspectos de la ecología política la diaria conversó con Carlos Santos, antropólogo especializado en temas ambientales, y Manuel Vázquez, politólogo e investigador de la relación de procesos sociales y políticos con la ecología.  

¿Cuándo empiezan los partidos de derecha y extrema derecha a incorporar la ecología en su discursos y plantear políticas ambientales?

Carlos Santos (CS): Desde el origen del pensamiento ambientalista hay toda una vertiente de pensamiento que es conservadora. De hecho, los primeros documentos técnicos que hablan de una crisis ambiental (en la década de 1970), como el informe: Los límites del crecimiento (1972) -conocido como el informe Meadows- se sostienen en un pensamiento neomalthusiano. Retoman el pensamiento [del economista británico] de Thomas Malthus, que sostenía que el planeta no era suficiente para todos y había que achicar la población. Hay un gradiente que va desde posiciones moderadas hasta posiciones más radicales de extrema derecha, pero todas entienden a la pobreza o al crecimiento poblacional como un problema ambiental y no como un tema social. La particularidad que tiene este momento es que esas posiciones se exacerbaron y llegaron a una posición extrema. De todas formas, desde el origen del pensamiento ambiental, hay otra vertiente que es crítica con eso y que plantea que el planeta es suficiente para todos, pero que debemos cambiar nuestra lógica de producir, de consumir y de habitar para sostener la vida.

¿De qué formas han incorporado los partidos de derecha y extrema derecha las preocupaciones ambientales?

Manuel Vázquez (MV): Hay partidos de derecha populista que se centran en plantear que el cambio climático es un invento. Son partidos que se caracterizan por estar en contra de la agenda de derechos humanos, de la comunidad LGBTQ, de las mujeres y disidencias, migrantes y movimientos sociales que reivindican a los pueblos originarios. Algunos ejemplos de dirigentes de estos partidos son el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y el viceprimer ministro de Australia, Barnaby Joyce.  Hay dos grandes explicaciones para este fenómeno, que son complementarias. La primera es una explicación socioestructural, que sostiene que estos partidos son votados por los “perdedores de la globalización”; personas que quieren que todo se mantenga como “antes” y vinculadas a sectores productivos que ahora son vistos como muy contaminantes o que fueron sustituidos por procesos de automatización. El problema con esta primera explicación es que si miramos los apoyos políticos de las derechas populistas exceden a ese sector del electorado. La segunda explicación se sostiene en lo ideológico. El negacionismo climático es útil para estas derechas porque les permite reproducir un discurso antielites, anticosmopolita y muy populista. A la vez, sirve para denunciar la interferencia de la comunidad internacional en los asuntos nacionales, que es vista como un desafío a la soberanía. Entonces, aunque parte de su electorado está integrado por los “perdedores de la globalización”, lo más importante es que la negación del cambio climático es funcional a su ideología.

Hablaron de los partidos negacionistas, pero también hay partidos de derecha y extrema derecha, por ejemplo en Europa, que han reconocido la crisis climática. ¿Cuál es la postura predominante en el contexto actual?

MV: El mapa más global sería: Estados Unidos -durante el gobierno de Trump- y Australia con Joyce que tuvieron un discurso sostenido de negacionismo absoluto del calentamiento global y que los científicos mentían sobre las evidencias al respecto, y las derechas populistas europeas que han tendido a ser más medidas, pero sigue existiendo un negacionismo sistemático.

CS: No sé si hay más o menos negacionistas a nivel global, porque el mundo hace poco que asumió que el calentamiento global es un problema que es producto de la actividad humana. El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático llegó hace poco- por votación de la mayoría- a reconocer el cambio climático como un problema de origen antrópico. Durante muchos años predominó la posición de justificar el cambio climático como una consecuencia del aumento de la temperatura del planeta, pero no por causas humanas. Creo que el escenario en el que estamos ahora es que hay más negacionistas en el poder y en el poder de grandes potencias como pasa en Brasil, y aunque ahora Estados Unidos cambió de gobierno creo que la sorpresa que tenemos es que durante cuatro años tuvimos la principal potencia política global conducida por negacionistas.

Entre quienes reconocen la emergencia climática, ¿cuáles son las ideas que se desprenden de sus discursos?

CS: Estos partidos recogen la indignación popular por los efectos negativos de la globalización neoliberal, la apertura indiscriminada de mercados y la canalizan,en palabras del sociólogo portugués [Boaventura de Sousa] Santos, en clave de “fascismo social”. La liberación de mercados que genera el ingreso de productos sin aranceles a bajo costo hace derrumbar la producción interna de los países centrales y los pequeños productores tienen problemas para producir y aumenta la cantidad de trabajadores desocupados. En ese caldo de cultivo, lo que generan estos partidos de derecha es capitalizar toda esa indignación y frustración en una clave esencialista e identitaria. En esa línea, las medidas que plantean son echar a los migrantes, evitar los desplazamientos de personas, proteger la producción y la mano de obra local.

MV: Un aspecto importante es que la derecha también tiene movimientos sociales, con una idea de nación y cómo construir un mundo posible, comparten la proximidad y ayuda a lo que ellos entienden como compañeros y compañeras que están en un mal momento. Hay que desdemonizar todo este tipo de movimientos. Sí ocurre muchas veces que se trata de ecologías profundas, que tienen una idea de que el humano y la naturaleza son irreconciliables. Estos movimientos tienen toda una organización interna y plantean medidas que sí son extremadamente peligrosas.

¿Hay un resurgimiento del ecofascismo, del Blut und Boden (“Sangre y tierra”) que planteaban los nazis?

CS: Los nazis eran ecologistas en clave de eugenesia, de la purificación de la raza y “mejorar” la raza al punto de exterminar todo lo que no se parece a lo que quiero. Pero creo que es muy válida la comparación. Quizás la diferencia con el nazismo o lo que se le agrega es el carácter de movimientos religiosos contemporáneos, que también tiene que ver con algunas lecturas apocalípticas. Estas sostienen que es el fin de los tiempos, entonces, ¿por qué evitar el cataclismo que de todas maneras va a venir y nos va permitir pasar a la nueva etapa de comunión con Dios? Puede sonar como delirante, pero es una clave explicativa de la conducta de muchísimas personas en particular en Estados Unidos y Brasil, donde son perspectivas religiosas dominantes.

MV: Hay muchas ecologías, con diversos enfoques. El problema es resolver la coexistencia entre los movimientos, las personas y la naturaleza. Estos movimientos [más cercanos al ecofascismo] un poco coquetean con la idea de mantener el paisaje icónico como supuestamente era. El paisaje lo están conservando, pero tal vez otras personas tienen otra decodificación de ese paisaje, y hay otras formas posibles de habitarlo y tienen que estar en interacción. Sin una ecología de coexistencia y una política de la coexistencia en clave ecológica siempre es peligroso el surgimiento de pensamientos radicales o más conservadores. Más en el contexto actual.

El ala juvenil de Alternativa por Alemania reconoció la existencia del cambio climático, pero no solo eso sino que se consideran los medioambientalistas originales y creen que la izquierda les ha robado y ha pervertido lo que históricamente era suyo. Entonces, ¿es el ecologismo intrínsecamente progresista? ¿Es la defensa del medio ambiente una bandera política exclusivamente de la izquierda?

CS: Me retrotraigo a lo que planteaba al principio. En su origen el pensamiento ambiental está marcado por esa contradicción entre posiciones conservadoras, muy conservadoras y posiciones revolucionarias o emancipadoras. Para mí, se genera un problema cuando empezamos a utilizar las categorías políticas de derecha e izquierda porque la cuestión ambiental no reconoce ideologías, puede ser traccionada por perspectivas más revolucionarias, más emancipadoras o por perspectivas más conservadoras.

¿Qué diferencia hay entre los enfoques de las políticas ambientales de los partidos  progresistas y los conservadores?

CS: La principal diferencia que existe es la manera en que se incorpora la sociedad al diagnóstico del problema. Por un lado, están los que sostienen que la sociedad está fuera del problema ambiental, sostienen que el planeta quedó chico para toda la población, se terminan los recursos naturales y a partir de ahí plantean sus propuestas. Por otro lado, tenemos a quienes plantean que el origen de los problemas ambientales son las relaciones sociales, como nos explotamos entre los seres humanos repetimos esa relación con la naturaleza. Capaz que lo que tienen en común los ecologismos del variado arco ideológico es el diagnóstico o el acuerdo sobre la existencia de un problema ambiental. También existen partidos verdes que tienen una tradición ecológica mucho más importante y que son colectividades políticas serias, como el  Partido Verde alemán. Está a la izquierda del gobierno, pero a la derecha de los partidos de la izquierda alemana. Son colectividades políticas muy caracterizadas por la sensatez, por medidas que tienen que ver con el uso de tecnologías apropiadas, propuestas políticas muy sensatas.

MV: Hay pequeños ecologismos autogestionados que quedan por fuera de esta situación, no los tenemos ni en el radar y son importantes, por ejemplo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el movimiento kurdo. Hay que abrir el panorama. Si uno se queda solo con los movimientos que logran una representación electoral se va a quedar con una tajada muy chica del ecologismo. El ecologismo tiene muchas cosas que exceden la institucionalidad actual, porque justamente las prácticas y las formas no se correlacionan.

En este escenario global de auge de partidos conservadores, ¿cómo y dónde queda parada la izquierda?

CS: Voy a restringir la respuesta a las izquierdas latinoamericanas. Mi lectura de los progresismos latinoamericanos es que se han llevado muy mal con los temas ambientales. Apenas se consolidaron los gobiernos de izquierda en la región, en países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Argentina y Uruguay, empezaron a aparecer pequeñas rispideces o tensiones con cuestiones ambientales. Aparece una idea muy generalizada de que “ponen palos en la rueda”, están en contra del crecimiento y que están contra el desarrollo del país. La investigadora y escritora argentina Maristella Svampa sostiene que hay dos ejemplos paradigmáticos de la relación entre gobiernos progresistas y el ambientalismo. Son los casos de Bolivia y Ecuador. En ambos países cuando la izquierda llega al poder se plantea cambiar las reglas de la lógica estatal neoliberal y sobre esa base incluyen en sus Constituciones la Naturaleza como sujeto de derecho, y el “buen vivir” asociado a la cosmovisión de los pueblos indígenas de estos dos países. En Bolivia también se establece la prohibición del uso de transgénicos. Son pasos gigantes en la inclusión de una agenda ambiental en nada menos que la Constitución. El problema es que una vez aprobadas estas reformas, quizá estos dos gobiernos fueron los que más se distanciaron de las luchas ambientales. En el caso del gobierno de Rafeal Correa se llegó a criminalizar a organizaciones ambientalistas. En Bolivia, el gobierno de Evo Morales, impulsó una iniciativa para construir una carretera que atraviesa un área protegida que además era un área de soberanía indígena y con eso se pone en contra a todos los pueblos indígenas del sur.

¿Es posible establecer una conexión o una influencia de este contexto global en el escenario político uruguayo?

CS: Yo creo que sí. Sobre todo con lo ocurrido en la región con los gobiernos de izquierda y los progresismos. La actitud permanente de los gobiernos progresistas hacia los temas ambientales generó las condiciones para el surgimiento de nuevas expresiones políticas -ecologistas en principio-, que recuperaron parte de esa indignación de un sector de la población y la capitalizaron electoralmente. Me parece que ahí hay una clave común. No son necesariamente los afectados de la globalización neoliberal en los países europeos, pero son los afectados de un modelo de desarrollo que benefició al capital transnacional en detrimento del capital nacional. Por ejemplo, Un Solo Uruguay, ¿cómo explicás ese fenómeno? Es solamente el brazo social de los partidos conservadores o es un movimiento que surge a partir la autoidentificación de las personas como afectados por un modelo económico que prioriza los megaproyectos, plantas de celulosa, monocultivos extensivos de árboles y de soja, deforestación y que veía un montón de beneficios fiscales para esos sectores y que no encontraban beneficios para su propia actividad. Obviamente después eso es capitalizado por una operación político electoral, pero en el germen es el mismo proceso que puede estar en la base social de los partidos de derecha en Europa.

Estas nuevas expresiones políticas, ¿qué discursos y prácticas ecologistas tienen? ¿Se relacionan con las posturas globales?

CS: En el caso del Partido Verde Animalista considero que hay una cuestión más oportunista, en el sentido de que en el escenario electoral tenía sentido esa marca. El Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI), sobre todo a través de su líder, César Vega, tiene una trayectoria de más largo aliento y de carácter punitivista. En este grupo también ubicaría a Cabildo Abierto (CA), donde la cuestión ambiental aparece en clave de soberanía de los recursos naturales, que es una mirada muy militar. El concepto de naturaleza entra en el discurso de CA como componente esencial de la identidad nacional. En ese sentido la tenemos que cuidar. De estos tres partidos, CA es el que tiene una ideología más elaborada, emparentada con el nacionalismo de corte casi fascista de los partidos de la derecha europea. Ahí hay una conexión en esta idea de la defensa de la soberanía, el interés nacional, el arraigo a lo local y preservar los recursos del Uruguay para los uruguayos.

MV: CA tiene la matriz de Benito Nardone y Methol Ferré, grandes pensadores nacionalistas, de un nacionalismo popular capaz de defender el territorio de los problemas extranjeros y ser autosuficiente. En esas formaciones originales de las que bebe CA no estaba el tema ambiental, pero al aparecer como una nueva demanda se articula a ese pensamiento en clave de defensa de lo nuestro y no darle al extranjero más de lo que se le da al propio. Me parece que viene por ahí la posible relación con las derechas populistas europeas, pero es un tema en el que hay que tener mucha más evidencia para profundizar. En algunos planteos de CA hay una relación con las ideas del expresidente José Mujica. Hay diferencias claras, pero también puntos en común sobre el medio nacional popular, la soberanía, del territorio nuestro, la tradición y en contra del cosmopolitismo.

Y en el caso de los partidos tradicionales, ¿se puede establecer un nexo con los partidos más globales y de la región?

MV: Creo que eso no, pero considero que hay una historia muy interesante entre el Herrerismo (Partido Nacional, PN) y la institucionalidad ambiental en el país. Después del retorno a la democracia (1985), los gobiernos herreristas son los que comienzan a generar una institucionalidad ambiental específica en consonancia con organismos internacionales y ahora el presidente Lacalle Pou creó el Ministerio de Ambiente. Eso se relaciona más con la postura de un típico partido neoliberal de centro derecha que sigue la agenda internacional sobre el ambiente para no perder injerencia del Estado en ese tema. Pero, una cosa es generar una institucionalidad ambiental y otra cosa es hacer política desde un punto de vista ambiental o ecológico, querer tener en tus filas referentes del ambientalismo o construir un referente en el área. Dentro del PN, está, por ejemplo, la ex senadora Carol Aviaga, y la agrupación Aire Fresco, que ha publicado en su sitio web temas a favor del ambiente, pero uno no llega a ver realmente qué hay detrás.

¿Hay un riesgo real de la generación de un “nacionalismo verde” o ecofascismo en Uruguay?

CS: Sí, capaz que ya lo hay. La posibilidad de que se genere está, pero sería más escéptico en pensar que pueda conformarse una expresión ecofascista político partidaria importante. El germen está porque hay posiciones que van por ahí.