Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

A menudo es difícil decidir si tiene sentido comentar los exabruptos de la senadora nacionalista Graciela Bianchi o si es mejor callar. Parece muy probable que parte de sus motivaciones para comportarse como lo hace tengan que ver con un deseo banal y vano de notoriedad, que se manifiesta también en su habitual autobombo y que más vale no incentivar. Sin embargo, hay una frontera entre el macaneo político y el daño a las instituciones, que Bianchi traspasa con creciente frecuencia y que justifica ocuparse de ella.

Ayer el semanario Búsqueda divulgó intervenciones de la senadora en un intercambio con militantes oficialistas, mediante la función Espacios de Twitter, en el que también participaron sus compañeros de cámara cabildantes Guido Manini Ríos y Raúl Lozano, el 28 de diciembre. En esa ocasión, a Bianchi le preguntaron si era cierto que, como “la gente dice”, la “mucha corrupción” que hubo en los gobiernos del Frente Amplio (FA) no ha tenido consecuencias penales porque el actual Poder Ejecutivo es “blandito” y no ha hecho todo lo que debía para “llevarlos en cana”.

Ante un planteamiento como ese, una persona consciente de sus responsabilidades políticas probablemente habría intentado quitarle toxicidad al debate, pero Bianchi hizo todo lo contrario y atribuyó culpas a mansalva, pese a que era el Día de los Inocentes. Sostuvo que “muchos mecanismos están trancando la posibilidad de avanzar más” hacia el encarcelamiento de exjerarcas, y alegó que la Fiscalía es “un problema” y que el Poder Judicial “está infiltrado” porque la Universidad de la República es una “usina de adoctrinamiento”.

La solución, según la legisladora, es “seguir insistiendo” y “poner el acelerador”, porque “los fiscales y los jueces” perciben “quién está mandando”.

Las reacciones previsibles fueron rápidas, no sólo desde el FA sino también por parte de las asociaciones de jueces, fiscales, defensores de oficio y funcionarios judiciales. Lamentablemente, al cierre de esta edición no había registro de que dirigentes oficialistas hubieran considerado necesario tomar alguna distancia de los dichos de Bianchi.

A los partidos se les presenta, de vez en cuando, la tentación de validar este tipo de provocaciones con el solo y pobre argumento de que “hacen calentar” a los adversarios. Esto es muy discutible cuando se refiere, por ejemplo, a desempeños similares en los medios de comunicación, pero en el caso de Bianchi conlleva un envilecimiento de la función parlamentaria, que la devalúa e implica una renuncia, por parte del nacionalismo, al viejo lema saravista sobre la “dignidad arriba”, reemplazando el “regocijo abajo” por un regodeo canalla.

Importa poco, desde el punto de vista institucional, en qué medida Bianchi sobreactúa, cuáles son sus intenciones o qué presunta utilidad política se le puede adjudicar a su conducta, que subraya la semejanza de sentido entre las palabras “grotesco” y “cavernario”. Lo que importa, y mucho, es el daño que causa.

Los esperpentos interpretados por Antonio Gasalla son muy divertidos, pero tiene poca gracia que la primera senadora del mayor partido oficialista se comporte como uno de esos personajes.

Hasta el lunes.